Un análisis marxista de la Transición española, David Rey
Publicado originalmente en Marxismo Hoy, editado por la Fundación Federico Engels, en mayo de 1998
Se cumplen ahora veinte años del inicio de la llamada "transición a la democracia" en el Estado español. "La Transición", como ha quedado en llamarse a todo el período que abarca desde la muerte del dictador Franco hasta la histórica victoria del PSOE en las elecciones de octubre de 1982, ha sido objeto en los últimos meses de todo tipo de celebraciones, publicaciones y programas de radio y televisión.
Ofrecer un análisis marxista (es decir, un análisis desde et punto de vista de los intereses generales de la clase obrera) de un proceso histórico de tal magnitud, al cabo de tantos años, es fundamental en estos momentos pues, durante este periodo, toda una nueva generación de millones de jóvenes se ha incorporado a la vida activa de la sociedad sin haber tenido una experiencia directa de aquellos acontecimientos.
Lenin escribió una vez, refiriéndose a Carlos Marx, que en la Historia muchas veces, en vida de los grandes revolucionarios, la clase dominante somete sus doctrinas a la persecución y al ataque más furioso y despiadado; pero que, después de su muerte, los convierte en "iconos inofensivos", limando y castrando el contenido revolucionario de sus ideas para engañar y amansar a las clases oprimidas.
Nosotros podemos decir que ocurre exactamente lo mismo con los grandes acontecimientos históricos protagonizados por la clase obrera en su lucha contra la explotación capitalista. Particularmente, esto es lo que ha sucedido también con la "transición española".
La "historia oficial" de la Transición que se nos cuenta es la versión de la "opinión pública" burguesa contada en los libros, la escuela y los medios de comunicación; y a la que, lamentablemente, también han dado su visto bueno los dirigentes reformistas de las organizaciones tradicionales de la clase obrera.
Pero esta "versión oficial" tiene como único fin el enmascarar y ocultar los verdaderos sentimientos y las auténticas ilusiones y energías que anidaban en la conciencia de millones de hombres y mujeres de la clase obrera y del resto de capas oprimidas de la sociedad, en aquellos momentos de lucha contra la dictadura y contra los intentos de mantenerla artificialmente por los sucesores del régimen franquista. Una lucha que abrió una etapa prerrevolucionaria en el Estado español y que amenazó las bases mismas del sistema capitalista en nuestro país.
Para analizar todo el periodo de la Transición y sacar sus lecciones más importantes es necesario comprender el carácter de la dictadura de Franco y las fuerzas motrices históricas y sociales que hicieron posible su posterior caída.
La larga noche de la dictadura
El régimen de Franco nació como un Estado fascista clásico. Las organizaciones obreras fueron suprimidas y sustituidas por organizaciones de tipo fascista fuertemente jerarquizadas. La represión posterior a la Guerra Civil alcanzó cotas increíbles de crueldad, sadismo y cobardía, contándose por decenas de miles los fusilados y encarcelados.
La flor y nata de la clase obrera, decenas de miles de hombres y mujeres que constituían sus elementos más dinámicos y valerosos; los intelectuales y científicos de prestigio y los artistas más queridos y sentidos, murieron luchando durante la guerra, fueron asesinados en la represión posterior o tuvieron que escapar al exilio. La dictadura franquista, como toda época de reacción negra, extirpó a los elementos más creativos y avanzados de la sociedad, empujando décadas hacia atrás los avances sociales y culturales celosamente atesorados hasta entonces.
Aunque el régimen franquista careció de un apoyo de masas tan unánime entre la pequeña burguesía (la base tradicional del fascismo y la reacción) como el que tuvieron en sus primeros años Mussolini y Hitler, sí contó con un soporte de masas entre los campesinos medios y sectores numerosos de la pequeña burguesía del campo y la ciudad, además del apoyo de los capitalistas y terratenientes. Bien es verdad que, como siempre ha acontecido con todos los regímenes de tipo fascista, este cierto apoyo desapareció al cabo de los años por la brutalidad de la burocracia falangista y de la casta militar dominantes; por la insatisfacción de amplias necesidades sociales entre la población, y por el cambio en la composición social de la sociedad española en los años posteriores. Podemos decir que a finales de los años 50 el régimen franquista se mantenía exclusivamente por el miedo y la represión, por la rutina y la inercia de la sociedad, y por la dolorosa y sangrienta derrota de la clase obrera que necesitó de décadas para curar todas sus heridas. Así el Estado franquista evolucionó a un régimen clásico de bonapartismo burgués, una dictadura sustentada en la pura represión pero sin ningún apoyo social significativo entre la población; salvo, claro está, el de la burguesía española.
El enorme auge en el desarrollo de las fuerzas productivas que duró casi tres décadas en los países capitalistas más avanzados después de la II Guerra Mundial y el ensanchamiento del mercado internacional fue el factor fundamental que posibilitó un importante desarrollo industrial en el Estado español y permitió a la débil burguesía española beneficiarse temporalmente de esta nueva situación.
España era el paraíso de los inversores. Sin organizaciones obreras que "obstaculizaran" la explotación de los trabajadores bajo un régimen que reprimía brutalmente todo tipo de disidencia, los beneficios de los capitalistas se elevaron a tasas nunca vistas.
La situación en el campo, aunque continuó siendo angustiosa para decenas de miles de jornaleros, se amortiguó temporalmente por el enorme flujo migratorio hacia las ciudades y hacia el extranjero. Sólo de Andalucía se calcula que emigraron dos millones de personas, hasta mediados de los años setenta.
Los salarios eran fijados desde arriba por los patronos y los funcionarios del sindicato fascista (llamado la CNS, o Sindicato Vertical por los trabajadores). En estos sindicatos estaban afiliados obligatoriamente todos los trabajadores y eran organizaciones comunes a obreros y patronos. Los "representantes de los trabajadores" en las empresas recibían el nombre de "enlaces y jurados" y eran "elegidos" a dedo por los burócratas del sindicato vertical, en connivencia con los patronos, quienes "proponían" normalmente a los chivatos y elementos más reaccionarios y atrasados política-mente de los trabajadores.
De cualquier manera, el carácter rapaz, débil y parásito que siempre ha caracterizado a la burguesía española se seguía poniendo de manifiesto por el apoyo financiero que continuamente demandaba del Estado, el cual se hacía cargo, además, de todas las empresas deficitarias. La importante protección del mercado interno, indispensable para una economía poco avanzada para hacer frente a la competencia exterior, indudablemente jugó un papel positivo en el desarrollo del capitalismo español, pero no fue utilizado por la burguesía española para invertir sus fabulosas ganancias en mejorar continuamente la productividad de sus industrias y alcanzar el nivel medio europeo, sino que una parte importante de sus beneficios se dedicaban a la especulación, a la compra de latifundios o a atesorarlos en los bancos para que rindieran enormes rentas.
Lo más positivo de este importante desarrollo de las fuerzas productivas fue el cambio cualitativo que se produjo en la composición de la sociedad, trayendo como consecuencia un impresionante fortalecimiento numérico y social de la clase obrera y un desplazamiento y debilitamiento de las clases medias. En 1975, de una Población Activa total de 13,4 millones de personas, la población asalariada sumaba más de 9,5 millones (el 70% de la población activa), de los que 3,6 millones eran obreros industriales. No debemos olvidar que al final de la Guerra Civil, los campesinos representaban el 63% de la población activa. Así pues, la base social del régimen franquista quedaba definitivamente socavada
De esta manera una clase obrera completamente rejuvenecida y recuperada de las heridas del pasado se preparaba para hacerse oír de nuevo y retomar las tradiciones revolucionarias de sus padres y abuelos, con la misión de unir nuevamente el hilo de la historia que el hacha sangrienta del fascismo creía haber roto para siempre.
El despertar del movimiento obrero
Después de la desarticulación de las organizaciones obreras, el reflujo y la parálisis en el seno del movimiento obrero es total. Sólo a finales de la década de los 40 se producen las primeras huelgas. Entre ellas debemos destacar las que se producen en la minería asturiana y la huelga de 1947 en Vizcaya. En 1951 se declara la huelga general en Barcelona. A mediados de los 50 se producen diversas huelgas en la cuenca minera asturiana que dan lugar al nacimiento de las primeras Comisiones Obreras. Este tipo de organización, en un principio, se desarrolló como un movimiento de la clase obrera, aglutinando a los trabajadores en sus luchas reivindicativas, fundamentalmente de carácter económico. Fue a comienzos de los 60 cuando el PCE se introdujo en ellas y las extendió por todo el Estado, haciéndolas girar en sus planteamientos.
Desde inicios de la década de los años 60 la lucha de los trabajadores españoles da un salto cualitativo, iniciándose un movimiento huelguístico que no tenía precedentes en la historia bajo un régimen de dictadura. Ni en Alemania bajo Hitler, ni en Italia bajo Mussolini, ni siquiera en Rusia antes de la Revolución, donde sí hubo huelgas importantes, se había dado un fenómeno de tales dimensiones. En la curva ascendente de la lucha huelguística podemos ver el proceso de la toma de conciencia de los trabajadores: en el trienio 1964/66 hubo 171.000 jornadas de trabajo perdidas en conflictos laborales; en 1967169: 345.000; en 1970/72: 846.000 y en
1973/75: 1.548.000. Posteriormente, después de la muerte de Franco, el movimiento huelguístico adquiere unas dimensiones insólitas: desde 1976 hasta mediados de 1978 se perdieron nada menos que 13.240.000 jornadas en conflictos laborales.
La principal organización impulsora de estas movilizaciones fue CCOO, que pasó a la clandestinidad y fue perseguida muy duramente, llegando a ser considerada en esa época (años 60) como la más peligrosa por el régimen. La táctica de CCOO, bajo la iniciativa del PCE, era utilizar las estructuras de la CNS para hacerse con un eco amplio en el movimiento obrero, y aumentar sus puntos de apoyo en las fábricas. En las elecciones sindicales de 1975 copó la mayoría de la representación de los trabajadores, dentro del Sindicato Vertical, en las grandes empresas. Este "entrismo" en la CDS le posibilitó a CCOO un crecimiento importante convirtiéndola en la organización sindical más importante a la muerte del dictador, con 200.000 mili-tirites a finales de 1976.
La UGT jugó un papel muy limitado hasta principios de los 70. Sin embargo, el odio existente entre amplias capas de obreros hacia el sindicato vertical, y su participación decidida en toda una serie de luchas en aquellos años, junto a la enorme tradición histórica que tenían las organizaciones socialistas entre el proletariado español, hizo crecer su prestigio entre la clase trabajadora, alcanzando 150.000 militantes a principios de 1977, recién salida de la ilegalidad.
De cualquier manera, el total de afiliados a los sindicatos de clase apenas llegaba al 5% del total de los asalariados a finales de 1976, situación que cambió bruscamente al ser legalizados y cuando el empuje de los trabajadores llegó a sus más altas cotas, en los · años 77 y comienzos del 78.
A principios de los 70 tuvieron lugar movilizaciones obreras que evidenciaban un alto grado de reorganización. En 1971, CCOO consiguió copar una parte muy importante de los "enlaces" y "jurados" en las elecciones sindicales celebradas ese año. En 1973 se declara la huelga general en Pamplona, eligiéndose un comité de huelga formado por los representantes de las empresas más importantes.
La represión era incapaz de contener el movimiento de los trabajadores. Fueron muchos los obreros que cayeron bajo las balas de la policía en aquellos años, y centenares los que eran detenidos o despedidos del trabajo por participar en manifestaciones, huelgas o reuniones ilegales.
En 1972 era detenida toda la cúpula dirigente de CCOO, con Marcelino Camacho a la cabeza. El proceso, conocido por el número del sumario, 1.001, ha pasado a la historia como "el proceso 1.001". Durante las semanas previas a¡ juicio, cuyo comienzo estaba previsto para el día 20 de Diciembre de 1973 (el día que ETA mató al entonces Presidente del gobierno franquista, Carrero Blanco), se desató una impresionante movilización a nivel internacional en gran cantidad de países exigiendo la libertad de los detenidos y el final de la dictadura.
De cualquier manera, el movimiento de la clase obrera era imparable y constituía la espina dorsal de la oposición a la dictadura alrededor del cual basculaba el resto de capas oprimidas de la sociedad: los estudiantes y los intelectuales, las nacionalidades oprimidas, las capas medias del campo y la ciudad, las mujeres y la juventud.
El ejército y la Iglesia
El ejército y la Iglesia representaban la columna vertebral sobre la que descansaba toda la superestructura social de la dictadura.
La casta de oficiales del ejército constituía el núcleo más irreconciliable contra cualquier intento que estuviera encaminado a aflojar la represión. La Iglesia Católica, que bautizó como "Santa Cruzada Nacional" el levantamiento fascista de Franco, fue el soporte espiritual de la Dictadura durante décadas.
Pero ambos estamentos, como toda superestructura social en una sociedad dividida en clases, no podían permanecer inmunes a lo que estaba sucediendo en el país, expuestos a la presión de las diferentes clases en pugna. Tarde o temprano, las contradicciones que estaban sacudiendo los propios cimientos de la sociedad tenían que expresarse necesariamente en su seno.
Uno de los hechos que mejor revelaba esta situación fue la creación, de manera clandestina, de la UMD (Unión Militar Democrática) en Agosto de 1974, por un grupo de oficiales y suboficiales jóvenes contrarios a la dictadura franquista e influenciados por la Revolución portuguesa de Abril del 74 (dirigida por oficiales izquierdistas del ejército portugués). Fue desarticulada en julio de 1975 y en aquellos momentos contaban con cerca de 200 oficiales y suboficiales del ejército y con ramificaciones hasta en la Guardia Civil. Los dirigentes de la UMD fueron expulsados del ejército y condenados a prisión.
Y si esta situación es la que podía vivirse en sectores de la oficialidad, podemos imaginarnos la que se vivía entre la tropa. Los sectores más perspicaces de la burguesía se daban cuenta de que no podrían utilizar al ejército contra la población sin provocar la ruptura del mismo. Lo mismo ocurrió en Octubre de 1.975 cuando Marruecos invadió el entonces Sahara Español, y la burguesía española se vio impotente para utilizar su ejército contra Hassan II.
En otros cuerpos represivos, como la Policía y la Guardia Civil, también se estaban organizando los embriones de lo que luego serían el SUP (Sindicato Unificado de la Policía) o el SUGC.
Así pues, el manido argumento utilizado por los socialdemócratas de entonces de que un proceso abiertamente revolucionario en España hubiera sido aplastado sangrientamente por el ejército y las FOP (Fuerzas de Orden Público-Policía y Guardia Civil), sencillamente no se sostenía en pie.
Por otro lado, en los barrios obreros, muchos curas, hondamente impresionados por la cuestión social y las reivindicaciones de los trabajadores, dejaban utilizar sus iglesias y parroquias para reuniones obreras y de los partidos de izquierda.
Organizaciones como la HOAC o las JOC, impulsadas por la Iglesia en los 50 para hacer penetrar las ideas religiosas entre los jóvenes y trabajadores, giraron a la izquierda, asumiendo la idea del Socialismo como el auténtico ideal cristiano. De esta manera, valerosos luchadores obreros salieron de los núcleos de las JOC y la HOAC durante los 70.
La jerarquía eclesiástica por su parte, comenzó a marcar a comienzos de los 70 sus distancias respecto del régimen. Intuía que un cambio del régimen político era inevitable, y dado el odio hacia él, preparaba el lavado de cara de la Iglesia española, a marchas forzadas.
Uno de los ejemplos que mejor mostró la "ruptura" con el régimen fue el famoso "Caso Añoveros".
Antonio Añoveros era el obispo de Bilbao en 1974, cuando difundió una homilía en la que reivindicaba el reconocimiento de las particularidades nacionales del pueblo vasco. El Gobierno montó en cólera e intentó expulsar a Añoveros del país, previo arresto domiciliario. La jerarquía española y el Vaticano respondieron con una amenaza de excomunión al Gobierno si lo hacía. Al final, el Gobierno tuvo que dar marcha atrás.
Uno de los personajes que dirigió este proceso de "ruptura" fue el Cardenal Enrique Tarancón, que en toda su actuación dejó clara la perfidia y la hipocresía que tan bien caracteriza a la Iglesia. Como señaló el cura Francisco García Salve, destacado luchador obrero y militante del PCE: "Yo visité al cardenal Tarancón en su palacio para pedirle, en concreto, dos cosas: que nos facilitase iglesias y salones parroquiales para reunirnos los obreros y dinero para ayudar a las familias de los encarcelados de la construcción de Madrid. Salimos asustados de la capacidad de cinismo que puede haber en un hombre inteligente, purpurado de la Iglesia. Casi nos negaba que la dictadura impidiese el derecho universal de reunión y casi ponía en duda que se encarcelase por ejercer el derecho de huelga. Acababa de casar a una de las nietas del dictador. Yo salí aterrado de aquel palacio" (Historia de la Transición. El País, pág.43). No obstante, Tarancón ha sido proclamado como uno de los "apóstoles" de la Transición "oficial", al igual que el Rey, Suárez y Carrillo.
El problema de las nacionalidades históricas. El surgimiento de ETA
El franquismo aplastó completamente las reivindicaciones nacionales de los pueblos catalán, gallego y vasco. La cultura nacional de estos pueblos fue suprimida. Se prohibía expresarse a la gente en su idioma materno, y su enseñanza en la escuela no estaba permitida. Hasta en los cementerios de Euskadi fueron borradas de las lápidas las inscripciones en euskera. Así, a la opresión política y social, se le sumó la opresión nacional en estas zonas del Estado.
Como siempre ocurre con todo movimiento social profundo, la lucha de la clase obrera, que particularmente alcanzaba en Euskadi y Cataluña su nivel más alto al ser las zonas más industrializadas del Estado, despertó a la vida consciente al resto de capas oprimidas de la sociedad que se pusieron en marcha contra todo tipo de opresión. Esto se manifestó, particularmente, en el despertar de la conciencia nacional en estas zonas del Estado. Así la lucha por los derechos democráticos de las nacionalidades históricas jugó un papel muy importante contra la dictadura. De hecho, el PCE y el PSOE recogían en el programa el derecho de autodeterminación para Euskadi, Cataluña y Galicia.
En el contexto de lucha contra el franquismo es cuando nace ETA. Como todo movimiento de estas características, los primeros militantes de ETA eran elementos pequeño burgueses, fundamentalmente estudiantes de Universidad. A lo largo de los años inmediatamente anteriores a la caída de la dictadura sufrió varias escisiones de carácter "marxista", que cuestionaron el terrorismo individual, lo que reflejaba la influencia de la lucha obrera en Euskadi, así como en el hecho de que ETA fijara sus objetivos en una Euskadi independiente y socialista
Lamentablemente, el abandono de la postura marxista sobre la cuestión nacional por parte del PSOE y PCE, y programa general de la revolución socialista, unido a la feroz represión que el régimen franquista sometía al conjunto del pueblo vasco por ser la zona donde la lucha asumía una mayor radicalización y combatividad, permitió a los activistas de ETA tener un campo abonado para crearse un espacio político social propio. Además, la muerte y la tortura de muchos de sus activistas a manos de las fuerzas represivas les creaba una aureola de mártires y aumentaba su apoyo social.
Así, durante el famoso "proceso de Burgos" contra varios activistas de ETA 1970, la respuesta del movimiento obrero vasco fue unánime, se convocó a huelga general en Euskadi y una protesta internacional que forzó la conmutación de la pena de muerte que les había sido impuesta. Cuando dos miembros de ETA y tres grupo terrorista FRAP fueron ejecu5 por la justicia franquista, en septiembre de 1975, el odio entre los activistas obreros al franquismo ya agonizante se intensificó aún más, y se generó una ola de repulsa a nivel internacional que dejó aislado diplomáticamente al régimen.
Para muchos activistas de la clase obrera, y especialmente de la juventud, los militantes de ETA en aquel período aparecían como luchadores antifranquistas. La represión, la tortura, la eliminación sistemática de cualquier opinión disidente, el ambiente asfixiante que se respiraba en la sociedad, eran odiados por miles de jóvenes en Euskadi; esta situación se combinaba con el desprecio a la cultura vasca y a los derechos democráticos nacionales del pueblo vasco. Muchos jóvenes tomaron la vía del terrorismo individual como la forma más efectiva de luchar contra el dictador.
Para los marxistas, el terrorismo individual es un método ajeno a la clase obrera. El capitalismo como sistema social no descansa en individuos, sino en el dominio de la burguesía sobre el resto de la sociedad. La clase dominante utiliza el aparato del Estado (ejército, policía, jueces, leyes, etc.) para asegurar su poder y mantener la respuesta de la clase obrera dentro del orden establecido.
El método terrorista de eliminar individuos, por muy identificados que estén con la represión, no sirve para acabar con la dominación de los capitalistas. Los individuos son sustituidos fácilmente. Los actos terroristas sirven para que el Estado pueda aumentar su capacidad represiva, justificando sus actos ante el conjunto de la población. Pero además, los actos terroristas intentan sustituir la acción revolucionaria de la clase obrera, mediante los métodos de lucha de masas -huelga e insurrección, por la pistola y la metralleta. Empequeñecen la organización de los trabajadores y son un obstáculo en su proceso de toma de conciencia. Si con una pistola vale para acabar con la opresión, ¿para qué el partido? ¿Para qué los sindicatos? ¿Para qué la revolución socialista?
Los partidos obreros
El PCE llegó al final de la Dictadura como el partido más fuerte e influyente del movimiento obrero, agrupando al sector de trabajadores más luchador y combativo.
Su papel dirigente en CCOO, además de asegurarle el control de los batallones pesados de la clase obrera agrupados en las fábricas más grandes e importantes, le permitía ganar militantes e influencia. Además, su actuación destacada en la lucha de los barrios obreros para mejorar las condiciones de vida de los mismos, por medio de la creación de las Asociaciones de Vecinos, también le procuraba una gran autoridad.
El PCE realizó un trabajo clandestino sistemático durante la Dictadura por medio de valerosos y curtidos cuadros, muchos de los cuales tenían a sus espaldas la experiencia de la Guerra Civil, encarcelamientos y torturas. Eran militantes abnegados para los que "el Partido" constituía la razón vital de su existencia. Por su actividad, el PCE brindó numerosos mártires a la causa de la lucha contra la Dictadura y, justamente, se convirtió en una auténtica obsesión para el régimen franquista.
Políticamente, los dirigentes del PCE hacía décadas que cayeron bajo la influencia del estalinismo, abandonando en la práctica el programa del marxismo. Adoptaron posiciones abiertamente reformistas, aunque esto no era evidente para la mayor parte de sus activistas, sobre los cuales la dirección del partido ejercía una autoridad muy grande.
El PSOE, en cambio, era un partido minoritario, apenas 5.000 militantes a la muerte del dictador. A pesar de eso, en la mente de millones de obreros permanecía como una organización tradicional de la clase obrera, y esta verdad se haría realidad pocos anos más tarde. Además, se convirtió en un polo de atracción para miles de trabajadores y jóvenes, sinceramente revolucionarios, a quienes les repelía el "centralismo burocrático" del PCE.
En 1972 se produjo una escisión con los socialistas del exilio (los "históricos"), que hizo girar al partido más a la izquierda. En el Congreso de Surennes (Francia), celebrado en 1974, el nuevo PSOE recibió el apoyo formal de la Internacional Socialista. Esta, controlada por la socialdemocracia alemana, y reconociendo la mayor influencia del PSOE del interior, buscaba influir directamente sobre la dirección del partido para desviarlo de la "vía revolucionaria".
Las Juventudes Socialistas, por su parte, habían adoptado en su congreso celebrado en Lisboa, en 1974, un programa genuinamente marxista y revolucionario, pronunciándose por la independencia de clase y la vía revolucionaria para la toma del poder.
Paradójicamente, el PSOE estaba a la izquierda del PCE. Su programa político se podía calificar de centrista, es decir, que oscilaba entre el marxismo y el reformismo; lo que, en última instancia, reflejaba el convulsivo estado de ánimo que existía entre las masas de la clase obrera.
En la resolución política aprobada en el XXVII Congreso, celebrado en diciembre del 76, recoge entre otros puntos la "superación del modo de producción capitalista mediante la toma del poder político y económico y la socialización de los medios de producción, distribución y cambio por la clase trabajadora". También recogía en su programa el Derecho de Autodeterminación para las nacionalidades históricas, y otras medidas de carácter marxista.
Al margen de estos grandes partidos, la temperatura prerrevolucionaria que se respiraba en la sociedad hacía que pequeños grupos ultraizquierdistas sin tradición tuvieran un desarrollo destacado entre muchos trabajadores y jóvenes que buscaban ideas revolucionarias. Partidos como el PTE, la ORT, el MC o la LCR agruparon a varios miles de militantes cada uno de ellos, y conquistaron en algunos casos posiciones sindicales importantes, sobre todo en CCOO. Pero nunca tuvieron un papel destacado durante la transición. Su política ultrasectaria hacia las organizaciones tradicionales lo único que consiguió fue aislarles del resto de la clase obrera, con lo que sus militantes acabaron frustrados y "quemados". Las direcciones de estas organizaciones nunca comprendieron que el proceso de toma de conciencia de la clase obrera pasaría necesariamente a través de las organizaciones tradicionales (PSOE y PCE); y en lugar de orientar sus fuerzas dentro de éstas para ayudar a las decenas de miles de trabajadores y jóvenes que había en su seno a sacar conclusiones revolucionarias, las separaron de las amplias masas obreras que constituían las bases del PSOE y PCE.
Se cumplen ahora veinte años del inicio de la llamada "transición a la democracia" en el Estado español. "La Transición", como ha quedado en llamarse a todo el período que abarca desde la muerte del dictador Franco hasta la histórica victoria del PSOE en las elecciones de octubre de 1982, ha sido objeto en los últimos meses de todo tipo de celebraciones, publicaciones y programas de radio y televisión.
Ofrecer un análisis marxista (es decir, un análisis desde et punto de vista de los intereses generales de la clase obrera) de un proceso histórico de tal magnitud, al cabo de tantos años, es fundamental en estos momentos pues, durante este periodo, toda una nueva generación de millones de jóvenes se ha incorporado a la vida activa de la sociedad sin haber tenido una experiencia directa de aquellos acontecimientos.
Lenin escribió una vez, refiriéndose a Carlos Marx, que en la Historia muchas veces, en vida de los grandes revolucionarios, la clase dominante somete sus doctrinas a la persecución y al ataque más furioso y despiadado; pero que, después de su muerte, los convierte en "iconos inofensivos", limando y castrando el contenido revolucionario de sus ideas para engañar y amansar a las clases oprimidas.
Nosotros podemos decir que ocurre exactamente lo mismo con los grandes acontecimientos históricos protagonizados por la clase obrera en su lucha contra la explotación capitalista. Particularmente, esto es lo que ha sucedido también con la "transición española".
La "historia oficial" de la Transición que se nos cuenta es la versión de la "opinión pública" burguesa contada en los libros, la escuela y los medios de comunicación; y a la que, lamentablemente, también han dado su visto bueno los dirigentes reformistas de las organizaciones tradicionales de la clase obrera.
Pero esta "versión oficial" tiene como único fin el enmascarar y ocultar los verdaderos sentimientos y las auténticas ilusiones y energías que anidaban en la conciencia de millones de hombres y mujeres de la clase obrera y del resto de capas oprimidas de la sociedad, en aquellos momentos de lucha contra la dictadura y contra los intentos de mantenerla artificialmente por los sucesores del régimen franquista. Una lucha que abrió una etapa prerrevolucionaria en el Estado español y que amenazó las bases mismas del sistema capitalista en nuestro país.
Para analizar todo el periodo de la Transición y sacar sus lecciones más importantes es necesario comprender el carácter de la dictadura de Franco y las fuerzas motrices históricas y sociales que hicieron posible su posterior caída.
La larga noche de la dictadura
El régimen de Franco nació como un Estado fascista clásico. Las organizaciones obreras fueron suprimidas y sustituidas por organizaciones de tipo fascista fuertemente jerarquizadas. La represión posterior a la Guerra Civil alcanzó cotas increíbles de crueldad, sadismo y cobardía, contándose por decenas de miles los fusilados y encarcelados.
La flor y nata de la clase obrera, decenas de miles de hombres y mujeres que constituían sus elementos más dinámicos y valerosos; los intelectuales y científicos de prestigio y los artistas más queridos y sentidos, murieron luchando durante la guerra, fueron asesinados en la represión posterior o tuvieron que escapar al exilio. La dictadura franquista, como toda época de reacción negra, extirpó a los elementos más creativos y avanzados de la sociedad, empujando décadas hacia atrás los avances sociales y culturales celosamente atesorados hasta entonces.
Aunque el régimen franquista careció de un apoyo de masas tan unánime entre la pequeña burguesía (la base tradicional del fascismo y la reacción) como el que tuvieron en sus primeros años Mussolini y Hitler, sí contó con un soporte de masas entre los campesinos medios y sectores numerosos de la pequeña burguesía del campo y la ciudad, además del apoyo de los capitalistas y terratenientes. Bien es verdad que, como siempre ha acontecido con todos los regímenes de tipo fascista, este cierto apoyo desapareció al cabo de los años por la brutalidad de la burocracia falangista y de la casta militar dominantes; por la insatisfacción de amplias necesidades sociales entre la población, y por el cambio en la composición social de la sociedad española en los años posteriores. Podemos decir que a finales de los años 50 el régimen franquista se mantenía exclusivamente por el miedo y la represión, por la rutina y la inercia de la sociedad, y por la dolorosa y sangrienta derrota de la clase obrera que necesitó de décadas para curar todas sus heridas. Así el Estado franquista evolucionó a un régimen clásico de bonapartismo burgués, una dictadura sustentada en la pura represión pero sin ningún apoyo social significativo entre la población; salvo, claro está, el de la burguesía española.
El enorme auge en el desarrollo de las fuerzas productivas que duró casi tres décadas en los países capitalistas más avanzados después de la II Guerra Mundial y el ensanchamiento del mercado internacional fue el factor fundamental que posibilitó un importante desarrollo industrial en el Estado español y permitió a la débil burguesía española beneficiarse temporalmente de esta nueva situación.
España era el paraíso de los inversores. Sin organizaciones obreras que "obstaculizaran" la explotación de los trabajadores bajo un régimen que reprimía brutalmente todo tipo de disidencia, los beneficios de los capitalistas se elevaron a tasas nunca vistas.
La situación en el campo, aunque continuó siendo angustiosa para decenas de miles de jornaleros, se amortiguó temporalmente por el enorme flujo migratorio hacia las ciudades y hacia el extranjero. Sólo de Andalucía se calcula que emigraron dos millones de personas, hasta mediados de los años setenta.
Los salarios eran fijados desde arriba por los patronos y los funcionarios del sindicato fascista (llamado la CNS, o Sindicato Vertical por los trabajadores). En estos sindicatos estaban afiliados obligatoriamente todos los trabajadores y eran organizaciones comunes a obreros y patronos. Los "representantes de los trabajadores" en las empresas recibían el nombre de "enlaces y jurados" y eran "elegidos" a dedo por los burócratas del sindicato vertical, en connivencia con los patronos, quienes "proponían" normalmente a los chivatos y elementos más reaccionarios y atrasados política-mente de los trabajadores.
De cualquier manera, el carácter rapaz, débil y parásito que siempre ha caracterizado a la burguesía española se seguía poniendo de manifiesto por el apoyo financiero que continuamente demandaba del Estado, el cual se hacía cargo, además, de todas las empresas deficitarias. La importante protección del mercado interno, indispensable para una economía poco avanzada para hacer frente a la competencia exterior, indudablemente jugó un papel positivo en el desarrollo del capitalismo español, pero no fue utilizado por la burguesía española para invertir sus fabulosas ganancias en mejorar continuamente la productividad de sus industrias y alcanzar el nivel medio europeo, sino que una parte importante de sus beneficios se dedicaban a la especulación, a la compra de latifundios o a atesorarlos en los bancos para que rindieran enormes rentas.
Lo más positivo de este importante desarrollo de las fuerzas productivas fue el cambio cualitativo que se produjo en la composición de la sociedad, trayendo como consecuencia un impresionante fortalecimiento numérico y social de la clase obrera y un desplazamiento y debilitamiento de las clases medias. En 1975, de una Población Activa total de 13,4 millones de personas, la población asalariada sumaba más de 9,5 millones (el 70% de la población activa), de los que 3,6 millones eran obreros industriales. No debemos olvidar que al final de la Guerra Civil, los campesinos representaban el 63% de la población activa. Así pues, la base social del régimen franquista quedaba definitivamente socavada
De esta manera una clase obrera completamente rejuvenecida y recuperada de las heridas del pasado se preparaba para hacerse oír de nuevo y retomar las tradiciones revolucionarias de sus padres y abuelos, con la misión de unir nuevamente el hilo de la historia que el hacha sangrienta del fascismo creía haber roto para siempre.
El despertar del movimiento obrero
Después de la desarticulación de las organizaciones obreras, el reflujo y la parálisis en el seno del movimiento obrero es total. Sólo a finales de la década de los 40 se producen las primeras huelgas. Entre ellas debemos destacar las que se producen en la minería asturiana y la huelga de 1947 en Vizcaya. En 1951 se declara la huelga general en Barcelona. A mediados de los 50 se producen diversas huelgas en la cuenca minera asturiana que dan lugar al nacimiento de las primeras Comisiones Obreras. Este tipo de organización, en un principio, se desarrolló como un movimiento de la clase obrera, aglutinando a los trabajadores en sus luchas reivindicativas, fundamentalmente de carácter económico. Fue a comienzos de los 60 cuando el PCE se introdujo en ellas y las extendió por todo el Estado, haciéndolas girar en sus planteamientos.
Desde inicios de la década de los años 60 la lucha de los trabajadores españoles da un salto cualitativo, iniciándose un movimiento huelguístico que no tenía precedentes en la historia bajo un régimen de dictadura. Ni en Alemania bajo Hitler, ni en Italia bajo Mussolini, ni siquiera en Rusia antes de la Revolución, donde sí hubo huelgas importantes, se había dado un fenómeno de tales dimensiones. En la curva ascendente de la lucha huelguística podemos ver el proceso de la toma de conciencia de los trabajadores: en el trienio 1964/66 hubo 171.000 jornadas de trabajo perdidas en conflictos laborales; en 1967169: 345.000; en 1970/72: 846.000 y en
1973/75: 1.548.000. Posteriormente, después de la muerte de Franco, el movimiento huelguístico adquiere unas dimensiones insólitas: desde 1976 hasta mediados de 1978 se perdieron nada menos que 13.240.000 jornadas en conflictos laborales.
La principal organización impulsora de estas movilizaciones fue CCOO, que pasó a la clandestinidad y fue perseguida muy duramente, llegando a ser considerada en esa época (años 60) como la más peligrosa por el régimen. La táctica de CCOO, bajo la iniciativa del PCE, era utilizar las estructuras de la CNS para hacerse con un eco amplio en el movimiento obrero, y aumentar sus puntos de apoyo en las fábricas. En las elecciones sindicales de 1975 copó la mayoría de la representación de los trabajadores, dentro del Sindicato Vertical, en las grandes empresas. Este "entrismo" en la CDS le posibilitó a CCOO un crecimiento importante convirtiéndola en la organización sindical más importante a la muerte del dictador, con 200.000 mili-tirites a finales de 1976.
La UGT jugó un papel muy limitado hasta principios de los 70. Sin embargo, el odio existente entre amplias capas de obreros hacia el sindicato vertical, y su participación decidida en toda una serie de luchas en aquellos años, junto a la enorme tradición histórica que tenían las organizaciones socialistas entre el proletariado español, hizo crecer su prestigio entre la clase trabajadora, alcanzando 150.000 militantes a principios de 1977, recién salida de la ilegalidad.
De cualquier manera, el total de afiliados a los sindicatos de clase apenas llegaba al 5% del total de los asalariados a finales de 1976, situación que cambió bruscamente al ser legalizados y cuando el empuje de los trabajadores llegó a sus más altas cotas, en los · años 77 y comienzos del 78.
A principios de los 70 tuvieron lugar movilizaciones obreras que evidenciaban un alto grado de reorganización. En 1971, CCOO consiguió copar una parte muy importante de los "enlaces" y "jurados" en las elecciones sindicales celebradas ese año. En 1973 se declara la huelga general en Pamplona, eligiéndose un comité de huelga formado por los representantes de las empresas más importantes.
La represión era incapaz de contener el movimiento de los trabajadores. Fueron muchos los obreros que cayeron bajo las balas de la policía en aquellos años, y centenares los que eran detenidos o despedidos del trabajo por participar en manifestaciones, huelgas o reuniones ilegales.
En 1972 era detenida toda la cúpula dirigente de CCOO, con Marcelino Camacho a la cabeza. El proceso, conocido por el número del sumario, 1.001, ha pasado a la historia como "el proceso 1.001". Durante las semanas previas a¡ juicio, cuyo comienzo estaba previsto para el día 20 de Diciembre de 1973 (el día que ETA mató al entonces Presidente del gobierno franquista, Carrero Blanco), se desató una impresionante movilización a nivel internacional en gran cantidad de países exigiendo la libertad de los detenidos y el final de la dictadura.
De cualquier manera, el movimiento de la clase obrera era imparable y constituía la espina dorsal de la oposición a la dictadura alrededor del cual basculaba el resto de capas oprimidas de la sociedad: los estudiantes y los intelectuales, las nacionalidades oprimidas, las capas medias del campo y la ciudad, las mujeres y la juventud.
El ejército y la Iglesia
El ejército y la Iglesia representaban la columna vertebral sobre la que descansaba toda la superestructura social de la dictadura.
La casta de oficiales del ejército constituía el núcleo más irreconciliable contra cualquier intento que estuviera encaminado a aflojar la represión. La Iglesia Católica, que bautizó como "Santa Cruzada Nacional" el levantamiento fascista de Franco, fue el soporte espiritual de la Dictadura durante décadas.
Pero ambos estamentos, como toda superestructura social en una sociedad dividida en clases, no podían permanecer inmunes a lo que estaba sucediendo en el país, expuestos a la presión de las diferentes clases en pugna. Tarde o temprano, las contradicciones que estaban sacudiendo los propios cimientos de la sociedad tenían que expresarse necesariamente en su seno.
Uno de los hechos que mejor revelaba esta situación fue la creación, de manera clandestina, de la UMD (Unión Militar Democrática) en Agosto de 1974, por un grupo de oficiales y suboficiales jóvenes contrarios a la dictadura franquista e influenciados por la Revolución portuguesa de Abril del 74 (dirigida por oficiales izquierdistas del ejército portugués). Fue desarticulada en julio de 1975 y en aquellos momentos contaban con cerca de 200 oficiales y suboficiales del ejército y con ramificaciones hasta en la Guardia Civil. Los dirigentes de la UMD fueron expulsados del ejército y condenados a prisión.
Y si esta situación es la que podía vivirse en sectores de la oficialidad, podemos imaginarnos la que se vivía entre la tropa. Los sectores más perspicaces de la burguesía se daban cuenta de que no podrían utilizar al ejército contra la población sin provocar la ruptura del mismo. Lo mismo ocurrió en Octubre de 1.975 cuando Marruecos invadió el entonces Sahara Español, y la burguesía española se vio impotente para utilizar su ejército contra Hassan II.
En otros cuerpos represivos, como la Policía y la Guardia Civil, también se estaban organizando los embriones de lo que luego serían el SUP (Sindicato Unificado de la Policía) o el SUGC.
Así pues, el manido argumento utilizado por los socialdemócratas de entonces de que un proceso abiertamente revolucionario en España hubiera sido aplastado sangrientamente por el ejército y las FOP (Fuerzas de Orden Público-Policía y Guardia Civil), sencillamente no se sostenía en pie.
Por otro lado, en los barrios obreros, muchos curas, hondamente impresionados por la cuestión social y las reivindicaciones de los trabajadores, dejaban utilizar sus iglesias y parroquias para reuniones obreras y de los partidos de izquierda.
Organizaciones como la HOAC o las JOC, impulsadas por la Iglesia en los 50 para hacer penetrar las ideas religiosas entre los jóvenes y trabajadores, giraron a la izquierda, asumiendo la idea del Socialismo como el auténtico ideal cristiano. De esta manera, valerosos luchadores obreros salieron de los núcleos de las JOC y la HOAC durante los 70.
La jerarquía eclesiástica por su parte, comenzó a marcar a comienzos de los 70 sus distancias respecto del régimen. Intuía que un cambio del régimen político era inevitable, y dado el odio hacia él, preparaba el lavado de cara de la Iglesia española, a marchas forzadas.
Uno de los ejemplos que mejor mostró la "ruptura" con el régimen fue el famoso "Caso Añoveros".
Antonio Añoveros era el obispo de Bilbao en 1974, cuando difundió una homilía en la que reivindicaba el reconocimiento de las particularidades nacionales del pueblo vasco. El Gobierno montó en cólera e intentó expulsar a Añoveros del país, previo arresto domiciliario. La jerarquía española y el Vaticano respondieron con una amenaza de excomunión al Gobierno si lo hacía. Al final, el Gobierno tuvo que dar marcha atrás.
Uno de los personajes que dirigió este proceso de "ruptura" fue el Cardenal Enrique Tarancón, que en toda su actuación dejó clara la perfidia y la hipocresía que tan bien caracteriza a la Iglesia. Como señaló el cura Francisco García Salve, destacado luchador obrero y militante del PCE: "Yo visité al cardenal Tarancón en su palacio para pedirle, en concreto, dos cosas: que nos facilitase iglesias y salones parroquiales para reunirnos los obreros y dinero para ayudar a las familias de los encarcelados de la construcción de Madrid. Salimos asustados de la capacidad de cinismo que puede haber en un hombre inteligente, purpurado de la Iglesia. Casi nos negaba que la dictadura impidiese el derecho universal de reunión y casi ponía en duda que se encarcelase por ejercer el derecho de huelga. Acababa de casar a una de las nietas del dictador. Yo salí aterrado de aquel palacio" (Historia de la Transición. El País, pág.43). No obstante, Tarancón ha sido proclamado como uno de los "apóstoles" de la Transición "oficial", al igual que el Rey, Suárez y Carrillo.
El problema de las nacionalidades históricas. El surgimiento de ETA
El franquismo aplastó completamente las reivindicaciones nacionales de los pueblos catalán, gallego y vasco. La cultura nacional de estos pueblos fue suprimida. Se prohibía expresarse a la gente en su idioma materno, y su enseñanza en la escuela no estaba permitida. Hasta en los cementerios de Euskadi fueron borradas de las lápidas las inscripciones en euskera. Así, a la opresión política y social, se le sumó la opresión nacional en estas zonas del Estado.
Como siempre ocurre con todo movimiento social profundo, la lucha de la clase obrera, que particularmente alcanzaba en Euskadi y Cataluña su nivel más alto al ser las zonas más industrializadas del Estado, despertó a la vida consciente al resto de capas oprimidas de la sociedad que se pusieron en marcha contra todo tipo de opresión. Esto se manifestó, particularmente, en el despertar de la conciencia nacional en estas zonas del Estado. Así la lucha por los derechos democráticos de las nacionalidades históricas jugó un papel muy importante contra la dictadura. De hecho, el PCE y el PSOE recogían en el programa el derecho de autodeterminación para Euskadi, Cataluña y Galicia.
En el contexto de lucha contra el franquismo es cuando nace ETA. Como todo movimiento de estas características, los primeros militantes de ETA eran elementos pequeño burgueses, fundamentalmente estudiantes de Universidad. A lo largo de los años inmediatamente anteriores a la caída de la dictadura sufrió varias escisiones de carácter "marxista", que cuestionaron el terrorismo individual, lo que reflejaba la influencia de la lucha obrera en Euskadi, así como en el hecho de que ETA fijara sus objetivos en una Euskadi independiente y socialista
Lamentablemente, el abandono de la postura marxista sobre la cuestión nacional por parte del PSOE y PCE, y programa general de la revolución socialista, unido a la feroz represión que el régimen franquista sometía al conjunto del pueblo vasco por ser la zona donde la lucha asumía una mayor radicalización y combatividad, permitió a los activistas de ETA tener un campo abonado para crearse un espacio político social propio. Además, la muerte y la tortura de muchos de sus activistas a manos de las fuerzas represivas les creaba una aureola de mártires y aumentaba su apoyo social.
Así, durante el famoso "proceso de Burgos" contra varios activistas de ETA 1970, la respuesta del movimiento obrero vasco fue unánime, se convocó a huelga general en Euskadi y una protesta internacional que forzó la conmutación de la pena de muerte que les había sido impuesta. Cuando dos miembros de ETA y tres grupo terrorista FRAP fueron ejecu5 por la justicia franquista, en septiembre de 1975, el odio entre los activistas obreros al franquismo ya agonizante se intensificó aún más, y se generó una ola de repulsa a nivel internacional que dejó aislado diplomáticamente al régimen.
Para muchos activistas de la clase obrera, y especialmente de la juventud, los militantes de ETA en aquel período aparecían como luchadores antifranquistas. La represión, la tortura, la eliminación sistemática de cualquier opinión disidente, el ambiente asfixiante que se respiraba en la sociedad, eran odiados por miles de jóvenes en Euskadi; esta situación se combinaba con el desprecio a la cultura vasca y a los derechos democráticos nacionales del pueblo vasco. Muchos jóvenes tomaron la vía del terrorismo individual como la forma más efectiva de luchar contra el dictador.
Para los marxistas, el terrorismo individual es un método ajeno a la clase obrera. El capitalismo como sistema social no descansa en individuos, sino en el dominio de la burguesía sobre el resto de la sociedad. La clase dominante utiliza el aparato del Estado (ejército, policía, jueces, leyes, etc.) para asegurar su poder y mantener la respuesta de la clase obrera dentro del orden establecido.
El método terrorista de eliminar individuos, por muy identificados que estén con la represión, no sirve para acabar con la dominación de los capitalistas. Los individuos son sustituidos fácilmente. Los actos terroristas sirven para que el Estado pueda aumentar su capacidad represiva, justificando sus actos ante el conjunto de la población. Pero además, los actos terroristas intentan sustituir la acción revolucionaria de la clase obrera, mediante los métodos de lucha de masas -huelga e insurrección, por la pistola y la metralleta. Empequeñecen la organización de los trabajadores y son un obstáculo en su proceso de toma de conciencia. Si con una pistola vale para acabar con la opresión, ¿para qué el partido? ¿Para qué los sindicatos? ¿Para qué la revolución socialista?
Los partidos obreros
El PCE llegó al final de la Dictadura como el partido más fuerte e influyente del movimiento obrero, agrupando al sector de trabajadores más luchador y combativo.
Su papel dirigente en CCOO, además de asegurarle el control de los batallones pesados de la clase obrera agrupados en las fábricas más grandes e importantes, le permitía ganar militantes e influencia. Además, su actuación destacada en la lucha de los barrios obreros para mejorar las condiciones de vida de los mismos, por medio de la creación de las Asociaciones de Vecinos, también le procuraba una gran autoridad.
El PCE realizó un trabajo clandestino sistemático durante la Dictadura por medio de valerosos y curtidos cuadros, muchos de los cuales tenían a sus espaldas la experiencia de la Guerra Civil, encarcelamientos y torturas. Eran militantes abnegados para los que "el Partido" constituía la razón vital de su existencia. Por su actividad, el PCE brindó numerosos mártires a la causa de la lucha contra la Dictadura y, justamente, se convirtió en una auténtica obsesión para el régimen franquista.
Políticamente, los dirigentes del PCE hacía décadas que cayeron bajo la influencia del estalinismo, abandonando en la práctica el programa del marxismo. Adoptaron posiciones abiertamente reformistas, aunque esto no era evidente para la mayor parte de sus activistas, sobre los cuales la dirección del partido ejercía una autoridad muy grande.
El PSOE, en cambio, era un partido minoritario, apenas 5.000 militantes a la muerte del dictador. A pesar de eso, en la mente de millones de obreros permanecía como una organización tradicional de la clase obrera, y esta verdad se haría realidad pocos anos más tarde. Además, se convirtió en un polo de atracción para miles de trabajadores y jóvenes, sinceramente revolucionarios, a quienes les repelía el "centralismo burocrático" del PCE.
En 1972 se produjo una escisión con los socialistas del exilio (los "históricos"), que hizo girar al partido más a la izquierda. En el Congreso de Surennes (Francia), celebrado en 1974, el nuevo PSOE recibió el apoyo formal de la Internacional Socialista. Esta, controlada por la socialdemocracia alemana, y reconociendo la mayor influencia del PSOE del interior, buscaba influir directamente sobre la dirección del partido para desviarlo de la "vía revolucionaria".
Las Juventudes Socialistas, por su parte, habían adoptado en su congreso celebrado en Lisboa, en 1974, un programa genuinamente marxista y revolucionario, pronunciándose por la independencia de clase y la vía revolucionaria para la toma del poder.
Paradójicamente, el PSOE estaba a la izquierda del PCE. Su programa político se podía calificar de centrista, es decir, que oscilaba entre el marxismo y el reformismo; lo que, en última instancia, reflejaba el convulsivo estado de ánimo que existía entre las masas de la clase obrera.
En la resolución política aprobada en el XXVII Congreso, celebrado en diciembre del 76, recoge entre otros puntos la "superación del modo de producción capitalista mediante la toma del poder político y económico y la socialización de los medios de producción, distribución y cambio por la clase trabajadora". También recogía en su programa el Derecho de Autodeterminación para las nacionalidades históricas, y otras medidas de carácter marxista.
Al margen de estos grandes partidos, la temperatura prerrevolucionaria que se respiraba en la sociedad hacía que pequeños grupos ultraizquierdistas sin tradición tuvieran un desarrollo destacado entre muchos trabajadores y jóvenes que buscaban ideas revolucionarias. Partidos como el PTE, la ORT, el MC o la LCR agruparon a varios miles de militantes cada uno de ellos, y conquistaron en algunos casos posiciones sindicales importantes, sobre todo en CCOO. Pero nunca tuvieron un papel destacado durante la transición. Su política ultrasectaria hacia las organizaciones tradicionales lo único que consiguió fue aislarles del resto de la clase obrera, con lo que sus militantes acabaron frustrados y "quemados". Las direcciones de estas organizaciones nunca comprendieron que el proceso de toma de conciencia de la clase obrera pasaría necesariamente a través de las organizaciones tradicionales (PSOE y PCE); y en lugar de orientar sus fuerzas dentro de éstas para ayudar a las decenas de miles de trabajadores y jóvenes que había en su seno a sacar conclusiones revolucionarias, las separaron de las amplias masas obreras que constituían las bases del PSOE y PCE.
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