Papeles Rojos

En el socialismo, a la izquierda

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mayo 29, 2004

¿Pueblos o clases?, Joan Arnau

en revista electrónica Chispas, diciembre de 2003

¿Cuál es el terreno de juego?
¿Naciones y pueblos o simplemente clases?

La primera victoria del adversario radica en que siempre se juegue en su propio terreno de juego. Así, han conseguido que una buena parte de la izquierda hable en términos de «pueblo vasco», «nación oprimida», «nacionalismo frente a españolismo» adoptando ese punto de vista como el esencial. ¿Por qué esa izquierda ha asumido contemplar la realidad a través del prisma de las naciones? ¿Y dónde están las clases en ese discurso, dónde el pueblo trabajador? ¿Acaso toda nación no se escinde en dos partes irreconciliables, los explotadores y los explotados? ¿Se puede hablar de naciones, sea la vasca, la catalana o la española, sin tomar posición por una de las dos partes?.

¿Qué es lo esencial?

Entre hablar de naciones o pueblos y hablar de clases existe un abismo entre dos destinos. Y Lenin nos facilita el trabajo, concentrando el punto de vista que los movimientos revolucionarios y progresistas han adoptado ante la cuestión nacional: «la burguesía coloca en primer plano sus reivindicaciones nacionales y las plantea de un modo incondicional. El proletariado las subordina a los intereses de la lucha de clases. Al proletariado le importa garantizar el desarrollo de su clase; a la burguesía le importa dificultar ese desarrollo posponiendo las tareas de dicho desarrollo a las tareas de «su» nación».

Primero los intereses de la nación, y a este punto se subordinan todas las demás contradicciones. Este el clima mediante el cual las clases dominantes, los que son en los hechos los dueños de la nación, pretenden encuadrar al conjunto de la sociedad. Primero Euskadi, primero CataluñaÉ La pervivencia de las falsificaciones que presentan a un Pueblo Vasco primigenio y a una Nación Vasca en permanente conflicto con España, de toda la propaganda etnicista, es posible porque existe detrás un sector de la burguesía vasca, irreductiblemente aranista, que los difunde como forma de justificar sus proyectos de clase.

«La nación», ese concepto elevado a la categoría de lo sagrado, ante el que parece que no cabe otra cosa que postrar la cabeza, no es otra cosa que la representación de un marco de dominio de clase. Una sola lengua, un solo gobierno, una sola línea aduanera que delimite los dominios de esa burguesía. ¿Por qué las clases populares debemos someter nuestros intereses al desarrollo de «la nación»?.

Mientras ellos quieren que la nación permanezca unida, bajo su dominio de clase, a nosotros nos interesa que se escinda: entre explotadores y explotados. Sin colocar en primer lugar los intereses de las clases populares, estaremos irremediablemente sometidos a quienes se erigen como dueños de la nación.

Las dos tendencias

Por eso, existen dos tendencias antagónicas en el seno de la izquierda: subordinar los objetivos de transformación del mundo al desarrollo de «la nación», o tratar la cuestión nacional como una manifestación de la lucha de clases. ¿No es nuestro objetivo cambiar el mundo de base? ¿Por qué no ver también desde aquí la cuestión nacional? Y ese camino revolucionario se desarrolla en el marco de un Estado, el que delimita la existencia de una clase obrera que desde Bilbao a Cádiz está unida por una misma lucha contra un mismo enemigo.

Este es el punto de vista que la izquierda española ha acogido como propio. El que está inscrito en las palabras de Vicente Uribe, ministro del PCE en uno de los gobiernos republicanos: «Las cuestiones particulares nacionales de los catalanes, vascos y gallegos están ligadas vitalmente con la cuestión nacional de toda España. Los sentimientos nacionales, el patriotismo y el amor a la libertad de los catalanes, vascos y gallegos se han confundido en el círculo general, potente y combativo del gran patriotismo revolucionario de todos los luchadores en defensa de la independencia y la libertad de la España republicana y democrática». ¿A quién le interesa que se debilite la unidad entre la clase obrera y el pueblo trabajador de toda España?

Defendemos la libre unidad del pueblo de las nacionalidades de España porque, para el desarrollo de un proyecto revolucionario es imprescindible fortalecer la unidad popular, especialmente la unidad de toda la clase obrera, oponiéndose a toda clase de división y enfrentamiento.

Y, en la época del imperialismo, no puede plantearse un proyecto revolucionario al margen del combate a quienes son los principales explotadores. No puede haber una solución justa y definitiva, desde la óptica de los intereses populares, al problema de las nacionalidades sin que España se libere, al mismo tiempo, del dominio al que nos someten las potencias imperialistas.

La resolución del complejo problema de la articulación de las distintas nacionalidades y regiones de España está indisolublemente unido a la resolución de la opresión nacional que sufre nuestro país a manos del imperialismo. Y esto es así porque el imperialismo, para mantener la explotación mundial, se constituye como un sistema general de opresión. Para mantener su dominio, el imperialismo necesita articular un sistema de intervención económica, política, y en última instancia, militar, para someter al conjunto de clases populares de las naciones dominadas, a todas y cada una de sus nacionalidades y regiones, a sus intereses y proyectos.

De manera que la lucha contra el imperialismo ordena y jerarquiza el conjunto de contradicciones del país, une todas las luchas en un mismo frente de combate. Ninguna de las demandas fundamentales del pueblo ni de sus nacionalidades puede ser resuelto sino es derrotando al imperialismo y a la clase dominante en que éste se apoya para ejercer su dominio.

Pero mientras para el proletariado y las clases populares cualquier reivindicación esté siempre subordinada al interés general de la lucha para acabar con la opresión del poder oligárquico imperialista, para las burguesías nacionalistas sus reivindicaciones nacionales están siempre en primer plano, incluso aunque para ello deban subordinar la lucha contra el imperialismo a los intereses de «su nación», es decir, de su clase. Por ello, actuar para azuzar las contradicciones y las rivalidades de todo tipo entre las distintas nacionalidades de un mismo país ha sido y es una constante de la política imperialista.

En nuestro país, igual que Francia apoyó a los carlistas en el siglo XIX o Hitler negoció en el 36 con un sector de los nacionalistas vascos, hoy los Arzallus y compañía no han dudado en alinearse con el proyecto imperialista franco alemán de la «Europa de los pueblos» para fragmentar España y pasar así a convertirse en la clase dominante de «su» nacionalidad.

Al disociar la lucha contra la opresión de cada una de las nacionalidades históricas de la lucha común contra el imperialismo, el pensamiento mayoritario en la izquierda ha conducido, necesaria e independientemente de la voluntad de nadie, a la conciliación, y en los casos más extremos a la colaboración activa, con las fuerzas más negras, reaccionarias y disgregadoras de las nacionalidades. Al tiempo que, objetivamente, se fortalecen los proyectos imperialistas interesados en nuestra debilidad.