Clases sociales en Catalunya, Vicenç Navarro
Vicenç Navarro
Catedrático de Políticas Públicas de la Universitat Pompeu Fabra
publicado en El Periódico de Catalunya el 30/9/2004
Un elemento central de la sabiduría convencional de nuestro país es que Catalunya es un país en que la mayoría de la población es de clase media. A favor de estas tesis se presentan encuestas que muestran que la mayoría de la ciudadanía catalana se autodefine como de clase media. Una consecuencia de esta percepción es que términos tales como burguesía, pequeña burguesía y clase trabajadora, por ejemplo, han desaparecido prácticamente de nuestra cultura política y mediática.
Esta percepción que nutre nuestra sabiduría convencional choca, sin embargo, con la realidad que muestra que Catalunya está compuesta por clases sociales, incluyendo burguesía, pequeña burguesía, clase media profesional de renta alta, clase media de renta baja y clase trabajadora, dividida a su vez en cualificada y no cualificada.
La clase trabajadora y las clases medias de renta baja representan las clases populares. Según la encuesta metropolitana de Barcelona, la clase trabajadora representa el 70% de la población de la región metropolitana de Barcelona, que supone a su vez el 68% de la población catalana. Y la mayoría de esta clase se define como clase trabajadora.
El hecho de que en algunas encuestas la mayoría de la población se defina como perteneciente a la clase media se debe a que se pregunta, de una manera muy sesgada, si pertenecen a la clase alta, a la clase media o a la clase baja, con lo cual, la mayoría, como es lógico, responde que pertenece a la clase media.
La burguesía, pequeña burguesía y clase media de renta alta, representan el 30% de renta superior de la población de Catalunya y ejercen una enorme influencia en las instituciones mediáticas y políticas del país. Es el sector de la población que configura la sabiduría convencional, incluyendo la definición de Catalunya como un país de clases medias.
En esta sabiduría convencional el tema nacional identitario (redefiniendo lo que es Catalunya y su relación con España) es central. Toda la realidad que nos rodea (desde la Constitución europea a la interpretación de nuestra historia) se analiza en base a un prisma identitario. En esta sabiduría convencional se considera que los mayores problemas existentes en Catalunya se deben a la dilución de su carácter nacional y al desequilibrio de fuerzas con el resto de España.
Sin minimizar la importancia de estos temas, el hecho es que con excesiva frecuencia esta temática oculta otra mucho más importante que la anterior y sobre la cual hay un silencio casi ensordecedor en nuestro país. Me estoy refiriendo al enorme desequilibrio de poder que las distintas clases sociales tienen dentro de Catalunya, realidad que cuestiona y pone en duda que conseguir más recursos para Catalunya signifique, automáticamente, que vaya a haber más recursos para las clases populares de nuestro país.
La experiencia de los últimos años discute este supuesto. Tanto el desarrollo del tren de alta velocidad (AVE) como las políticas educativas del anterior Govern, por citar sólo dos ejemplos, son medidas que favorecen sistemáticamente más a unas clases sociales que a otras.
La Fundació Jaume Bofill acaba de publicar un estudio en el que se muestra cómo el modelo educativo catalán es uno de los más clasistas en España. Hasta el año pasado, el Govern de la Generalitat era el gobierno autonómico que más subvencionó a las escuelas privadas (donde van primordialmente los hijos del 30% de renta superior del país), a costa de uno de los gastos públicos por alumno en la escuela pública (donde van los hijos de las clases populares) más bajos de España (y de la Unión Europea de 15 estados, de antes de la ampliación).
No es de extrañar, por lo tanto, que el rendimiento académico de los primeros sea --como muestra el informe-- mucho mayor que el de los segundos. Catalunya --el país que según la sabiduría convencional no tiene clases sociales-- posee uno de los sistemas educativos más clasistas de la Unión Europea, reproduciendo una de las estructuras sociales más polarizadas de los Quince.
Esta polarización aparece también en otro dato: según las estadísticas de mortalidad publicadas por la Agencia de Salut Pública de Barcelona, un burgués vive en Catalunya 10 años más que un trabajador no cualificado, una de las mortalidades diferenciales por clase más elevadas en la Europa de los Quince, dato ignorado en la mayoría de los medios de información, incluyendo los públicos, de nuestro país.
Parecería que debido a la centralidad del tema identitario en tales medios es más importante el idioma que se utiliza en los certificados de defunción (así como en otros documentos oficiales) que el hecho de que la mortalidad diferencial entre las clases sociales en Catalunya sea de las más altas de la UE-15.
Todavía otro ejemplo de esta selectividad temática de clase en la sabiduría convencional de Catalunya es la falta de atención hacia la violencia laboral, lo que da como resultado que el nuestro sea uno de los países de la UE-15 con mayor número de muertes a causa de las pobres condiciones laborales de los trabajadores en situación precaria. Como consecuencia de la importante (aunque todavía insuficiente) corrección del desequilibrio del poder entre hombres y mujeres en nuestro país, un asunto que, con razón, ha adquirido gran trascendencia atención mediática es el de la violencia doméstica o machista. El número de fallecidos en el trabajo debido a condiciones laborales precarias arroja, sin embargo, una cifra cuatro veces mayor sin que ni siquiera se utilice el término de violencia laboral en la narrativa que define tal drama.
Un reto importante del nuevo Govern catalanista y de izquierdas debiera ser el de corregir este enorme desequilibrio de poder de clase existente dentro de Catalunya, que explica que sistemáticamente se dé más importancia a los temas identitarios que a los de vida cotidiana de las clases populares. Como parte de esta corrección, el nuevo Govern debiera también intentar redefinir y cuestionar la sabiduría convencional del país, tema en el que no contará con el apoyo de la mayoría de los medios de información y persuasión (incluyendo los públicos), que continuarán reproduciendo la sabiduría convencional que sentencia que somos un país de clases medias.
Catedrático de Políticas Públicas de la Universitat Pompeu Fabra
publicado en El Periódico de Catalunya el 30/9/2004
Un elemento central de la sabiduría convencional de nuestro país es que Catalunya es un país en que la mayoría de la población es de clase media. A favor de estas tesis se presentan encuestas que muestran que la mayoría de la ciudadanía catalana se autodefine como de clase media. Una consecuencia de esta percepción es que términos tales como burguesía, pequeña burguesía y clase trabajadora, por ejemplo, han desaparecido prácticamente de nuestra cultura política y mediática.
Esta percepción que nutre nuestra sabiduría convencional choca, sin embargo, con la realidad que muestra que Catalunya está compuesta por clases sociales, incluyendo burguesía, pequeña burguesía, clase media profesional de renta alta, clase media de renta baja y clase trabajadora, dividida a su vez en cualificada y no cualificada.
La clase trabajadora y las clases medias de renta baja representan las clases populares. Según la encuesta metropolitana de Barcelona, la clase trabajadora representa el 70% de la población de la región metropolitana de Barcelona, que supone a su vez el 68% de la población catalana. Y la mayoría de esta clase se define como clase trabajadora.
El hecho de que en algunas encuestas la mayoría de la población se defina como perteneciente a la clase media se debe a que se pregunta, de una manera muy sesgada, si pertenecen a la clase alta, a la clase media o a la clase baja, con lo cual, la mayoría, como es lógico, responde que pertenece a la clase media.
La burguesía, pequeña burguesía y clase media de renta alta, representan el 30% de renta superior de la población de Catalunya y ejercen una enorme influencia en las instituciones mediáticas y políticas del país. Es el sector de la población que configura la sabiduría convencional, incluyendo la definición de Catalunya como un país de clases medias.
En esta sabiduría convencional el tema nacional identitario (redefiniendo lo que es Catalunya y su relación con España) es central. Toda la realidad que nos rodea (desde la Constitución europea a la interpretación de nuestra historia) se analiza en base a un prisma identitario. En esta sabiduría convencional se considera que los mayores problemas existentes en Catalunya se deben a la dilución de su carácter nacional y al desequilibrio de fuerzas con el resto de España.
Sin minimizar la importancia de estos temas, el hecho es que con excesiva frecuencia esta temática oculta otra mucho más importante que la anterior y sobre la cual hay un silencio casi ensordecedor en nuestro país. Me estoy refiriendo al enorme desequilibrio de poder que las distintas clases sociales tienen dentro de Catalunya, realidad que cuestiona y pone en duda que conseguir más recursos para Catalunya signifique, automáticamente, que vaya a haber más recursos para las clases populares de nuestro país.
La experiencia de los últimos años discute este supuesto. Tanto el desarrollo del tren de alta velocidad (AVE) como las políticas educativas del anterior Govern, por citar sólo dos ejemplos, son medidas que favorecen sistemáticamente más a unas clases sociales que a otras.
La Fundació Jaume Bofill acaba de publicar un estudio en el que se muestra cómo el modelo educativo catalán es uno de los más clasistas en España. Hasta el año pasado, el Govern de la Generalitat era el gobierno autonómico que más subvencionó a las escuelas privadas (donde van primordialmente los hijos del 30% de renta superior del país), a costa de uno de los gastos públicos por alumno en la escuela pública (donde van los hijos de las clases populares) más bajos de España (y de la Unión Europea de 15 estados, de antes de la ampliación).
No es de extrañar, por lo tanto, que el rendimiento académico de los primeros sea --como muestra el informe-- mucho mayor que el de los segundos. Catalunya --el país que según la sabiduría convencional no tiene clases sociales-- posee uno de los sistemas educativos más clasistas de la Unión Europea, reproduciendo una de las estructuras sociales más polarizadas de los Quince.
Esta polarización aparece también en otro dato: según las estadísticas de mortalidad publicadas por la Agencia de Salut Pública de Barcelona, un burgués vive en Catalunya 10 años más que un trabajador no cualificado, una de las mortalidades diferenciales por clase más elevadas en la Europa de los Quince, dato ignorado en la mayoría de los medios de información, incluyendo los públicos, de nuestro país.
Parecería que debido a la centralidad del tema identitario en tales medios es más importante el idioma que se utiliza en los certificados de defunción (así como en otros documentos oficiales) que el hecho de que la mortalidad diferencial entre las clases sociales en Catalunya sea de las más altas de la UE-15.
Todavía otro ejemplo de esta selectividad temática de clase en la sabiduría convencional de Catalunya es la falta de atención hacia la violencia laboral, lo que da como resultado que el nuestro sea uno de los países de la UE-15 con mayor número de muertes a causa de las pobres condiciones laborales de los trabajadores en situación precaria. Como consecuencia de la importante (aunque todavía insuficiente) corrección del desequilibrio del poder entre hombres y mujeres en nuestro país, un asunto que, con razón, ha adquirido gran trascendencia atención mediática es el de la violencia doméstica o machista. El número de fallecidos en el trabajo debido a condiciones laborales precarias arroja, sin embargo, una cifra cuatro veces mayor sin que ni siquiera se utilice el término de violencia laboral en la narrativa que define tal drama.
Un reto importante del nuevo Govern catalanista y de izquierdas debiera ser el de corregir este enorme desequilibrio de poder de clase existente dentro de Catalunya, que explica que sistemáticamente se dé más importancia a los temas identitarios que a los de vida cotidiana de las clases populares. Como parte de esta corrección, el nuevo Govern debiera también intentar redefinir y cuestionar la sabiduría convencional del país, tema en el que no contará con el apoyo de la mayoría de los medios de información y persuasión (incluyendo los públicos), que continuarán reproduciendo la sabiduría convencional que sentencia que somos un país de clases medias.
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