Clases sociales y desarrollo del capitalismo en Cristopher Hill
fragmento del texto in memoriam de Cristopher Hill
Joaquin Miras i Joan Tafalla,
en Espai Marx
febrero 2003
Christopher Hill, como el resto de los historiadores británicos marxistas de su grupo, parte para su investigación histórica de una lectura detenida, cuidadosa, completamente atenida a la textualidad de los escritos de Marx y Engels. Busca en la obra de éstos inspiración, y fundamenta, a partir de la misma, la mayoría de las hipótesis heurísticas de su investigación historiográfica, que luego han sido consideradas por el marxismo heterodoxias o revisiones. Su obra historiográfica es riquísima, plena de conciencia teórico política sobre las repercusiones que los hallazgos intelectuales que hacía tienen para el mundo de la práctica política. Su escritura, al igual que la de los otros grandes, reluctante a toda la pesadez propia de las obras elaboradas según el estilo académico, resulta apasionante, como lo sería una buena novela de aventuras. Pero el trabajo historiográfico realizado se basa en una investigación empírica exhaustiva, y en un conocimiento pormenorizado y minucioso de los acontecimientos que investiga y de los individuos de los que trata. Su obra, llena de pasión y amenidad, posee un rigor intelectual sin concesiones.
Como no podía ser menos, durante los casi sesenta años de trabajo y estudio, Hill hizo evolucionar sus concepciones a partir de los problemas con que se encontraba. Así, el esquema inicial de la revolución inglesa resumido del modo siguiente: “... es cierto que la revolución inglesa de 1640, al igual que la Revolución francesa de 1789, fue una lucha por el poder político, económico y religioso que, dirigida por la burguesía, enriqueció y fortaleció a ésta con el desarrollo del capitalismo. Pero no es cierto que, frente a dicha burguesía, el gobierno real defendiera los intereses del pueblo llano. Por el contrario, los partidos populares demostraron ser los oponentes más combativos a la causa real, mucho más poderosos, despiadados y decididos que la misma burguesía” ( Hill, 1977). Estas ideas constituían un gran paso adelante en relación a la historiografía dominante de su época, pero no podían quedar ahí. Haciendo historia “a ras de suelo”, Hill enriqueció el esquema hasta convertirlo en una explicación convincente y no reduccionista de este periodo histórico: “... existieron dos revoluciones en la Inglaterra de mediados del siglo XVII. Una, que tuvo éxito, estableció los sagrados derechos de la propiedad ( abolición de las tenencias feudales, supresión de la tributación arbitraria) dio poder político a los propietarios ( soberanía del Parlamento y derecho consuetudinario, abolición de los tribunales privilegiados) y eliminó todos los impedimentos para el triunfo de la ideología del propietario, la ética protestante. Hubo sin embargo, otra revolución que nunca estalló, a pesar de que de vez en cuando amenazara con producirse. Esta revolución pudo haber establecido la propiedad comunal y una democracia mucho mayor en las instituciones políticas y legales; pudo haber acabado con la iglesia estatal y arrinconado la ética protestante” ( Hill, 1983). El rígido esquema evolutivo de las sociedades practicado con entusiasmo por el marxismo vulgar salta por los aires: ”En realidad, todo parecía posible...” ( Hill, 1988).
De nuevo Hobsbawn ha subrayado esta impronta de la obra de Hill : “no se reconoce de forma general que en el análisis de la revolución inglesa del siglo XVII fueron marxistas como Cristopher Hill quienes se opusieron de forma constante a los determinismos económicos puros en lo referente a la importancia del puritanismo como creencia de la gente y no como si fuese una especie de espuma encima de las estructuras de clase o los movimientos económicos” (Hobsbawn,1998).
Los autores de estas líneas, queremos tratar de presentar resumidamente en las siguientes páginas de esta nota necrológica algunas de las poderosas ideas desarrolladas en la obra historiográfica que nos ha legado Cristopher Hill: para ello nos vamos a ceñir a dos de los asuntos primordiales que él trabajó, a sabiendas del reduccionismo que cometemos y de la riqueza de la obra que dejamos de lado y de que nuestra elección puede ser considerada arbitraria. Pero creemos que la mejor manera de rendir un homenaje a una obra intelectual es entrar a explicar, en la medida de lo posible, sus contenidos. Los dos asuntos que hemos elegido son: la concepción de las clases sociales y los orígenes y el desarrollo del capitalismo.
Las clases sociales.
Para Hill las clases sociales no son (como defendería una determinada escolástica), entidades históricas determinables objetivamente, que se definirían por la ordenación de la economía y por el lugar que cada agente individual ocupe en las relaciones sociales de producción, con independencia de lo que sus miembros hipotéticos crean ser, y de las autodefiniciones que ellos den de sí mismos.
Para Hill las clases sociales son una realidad histórica, y cuando han existido, ha sido como resultado de la experiencia de las personas y de la práctica social cultural existente en cada época histórica en que estas hayan aparecido.
Comenzaremos por aclarar, en primer lugar el concepto “experiencia”. Las clases sociales existen cuando se percibe la lucha real, el conflicto y la confrontación entre ellas. Cuando no hay lucha y conflicto es que falta el agente denominado clase social. También puede faltar este aunque haya lucha de clases. Es la lucha de clases la que genera la existencia de la clase social. Pero desde los estadios primeros, en los que se produce la confrontación y el conflicto organizado, hasta aquellos otros, en que la experiencia de la lucha de clases es tan amplia y profunda que la escisión de la sociedad en clases se abre paso en el pensamiento común de los participantes, hay mucho trecho.
La experiencia de la lucha de clases, de las necesidades e imperativos que impone la lucha, de los fracasos y los éxitos, es el propulsor de la deliberación pública abierta de forma horizontal y directa entre los individuos participantes en las luchas, que tiene como objeto la mejora de las condiciones y prácticas de lucha, el refuerzo de la capacidad organizativa, y la incorporación de nuevos individuos a la lucha y a las organizaciones de clase, y por tanto a la clase social.
Pero, ¿de dónde surge la conciencia de conflicto, la protesta que impele a las gentes a organizarse para luchar, aún en el momento en que todavía no se ha abierto paso plenamente en la conciencia la existencia de las clases sociales? Esta conciencia surge de la experiencia cotidiana de los explotados de estar sometidos a situaciones de opresión, de explotación, de sometimiento y desigualdad. La conciencia de ser un explotado y de la injusticia inaceptable que esto constituye, surge de la percepción experiencial y capilar de cada individuo. Pero ésta, per se, no caracteriza a la clase. En la medida en que la conciencia de ser explotado le impela a salir del aislamiento y a organizarse para luchar, comienza a nacer en la historia y a desarrollarse la clase social real.
Entra aquí el segundo término antes introducido como parte de la definición del concepto de clase social: la “cultura”. Porque la experiencia de los individuos no es algo determinable a priori para todos los individuos. Para decirlo con lenguaje de la filosofía, no existe en la mente humana un conjunto de “trascendentales kantianos” o supuestos previos, existentes por naturaleza, que nos permitan “reflejar” y evaluar de modo universal, midiéndolos con las mismas pautas, los acontecimientos que vivimos – la teoría del “reflejo”-. La experiencia de los acontecimientos que vivimos cotidianamente es “recogida” e interpretada a partir de los valores, expectativas de vida, formas de vida, esquemas mentales, ideas generales sobre la vida, etc. que hemos dado como válidas, cuyo conjunto constituye la cultura en la que hemos sido socializados. La “cabeza” que “percibe y registra” la experiencia, a su vez ha de ser construida para ser capaz de identificar, registrar, para ser capaz de percibir las diversas peripecias vitales que ocurren a cada individuo a lo largo de su historia. A la luz de esos valores, normas de vida y expectativas, determinados acontecimientos acarrearán decepciones, producirán dolor, tristeza, impotencia o rebeldía, y otros acontecimientos, no resultarán relevantes, no constituirán elementos discretos dotados de sentido, no poseerán pertinencia significativa: no serán experiencia.
En este sentido cabe decir, que la experiencia se construye; es construida por la mente del individuo a partir de los valores y demás pautas que constituyen la cultura que aquel posee, y de la evaluación de los acontecimientos vitales que se desarrollan en su práctica vital examinada a la luz de estas expectativas. Por lo tanto, las creencias religiosas, las ideas convencionales sobre lo que debe ser y lo que no debe ser la vida, sobre lo que es una forma de vida digna y lo que no lo es, etc., a la vez que las ideas políticas y las necesidades sentidas –resultado de la cultura también- constituyen el entramado cultural que otorga pertinencia a un acto de vida y convierten en experiencia su vivenciación, o lo desestiman como algo anodino e ininteresante.
Esas misma culturas proporcionan ya instrumentos previos para afrontar el conflicto, y a ellas recurren los individuos cuando se revelan y organizan para el conflicto. Las clases no sólo son históricas –pueden existir o no existir- sino que también son diferentes entre sí, a partir de la tradición cultural de la sociedad en la que se encuentran.
La noción desarrollada por Cristopher Hill sobre la experiencia culturalmente mediada le permite salir al paso de otro lugar común de las teorías de la izquierda, verdadero expediente justificativo de sus fracasos cuando las masas no actúan cómo deberían actuar según prevé la “teoría revolucionaria” Es la idea de que en cada periodo histórico las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante.
Porque, como hemos visto, es la elaboración mental de cada individuo a partir de su cultura sobre su propia actividad vital y los resultados y consecuencias de la propia vida, lo que genera la experiencia base de todo individuo. Los valores culturales, las expectativas vitales, etc., son los elementos normativos que permiten al individuo elaborar la hermenéutica que interpreta los acontecimientos y actos de vida. Pero, también ocurre lo contrario: las expectativas vitales, la verosimilitud de estas, la validez y verdad de los valores, las pautas culturales en general, etc., son evaluados y reconstruidos a la luz de la propia experiencia práctica vital y esto también es un componente inherente de la experiencia construida. Las nuevas ideas y pautas de acción, las nuevas prácticas culturales inventadas y desarrolladas por las mentes de los individuos tienen como contexto genético la sociedad, las ideas y –para resumir- la vida que ha producido los hechos que le han resultado significativos a su experiencia. Pero esos hechos son mera “condición de posibilidad” de las nuevas elaboraciones de los individuos. Sus nuevas ideas, sus nuevos usos y comportamientos, etc. no están determinados causalmente por ningún tipo de ordenación económica existente –p.e.: el “modo de producción”-. Estas nuevas pautas culturales son resultado de la libre creatividad intelectual de las mentes de los individuos. La creatividad intelectual de los individuos anónimos, la fertilidad creativa del imaginario de los mismos, la libertad antropológica de la mente, son supuestos básicos de la obra de Christopher Hill –y de su mentor intelectual, Carlos Marx, teórico solitario de las revoluciones anónimas, en las que las masas organizadas, solas, sin educador que trate de educarlas, desarrollan su propia experiencia y su propia praxis de liberación-.
Habitualmente, personas que ocupan posiciones diferentes en las relaciones sociales de producción poseen culturas distintas. Pero, incluso cuando personas de diversas clases sociales llegan a estar en relación con el mismo discurso, la interpretación del mismo desde su propia experiencia construida hace que el mismo adquiera sentidos distintos. Precisamente el análisis de un mito inglés de la época, compartido por las diversas clases sociales, el mito del “Yugo Normando” permitió a Hill probar con contundencia la distinta forma en que se interpretaban las mismas ideas, y los distintos sentidos que adquirían las mismas palabras al ser recibidas por gentes de diferentes clases. Para poner un ejemplo podríamos suponer la existencia de una sociedad en la cual la clase dominante, mediante el uso de los medios de comunicación hubiese hecho creer a la población explotada que la sociedad en la que vive merece ser vivida y sostenida en su estado porque, en ella al menos una vez al año, cada persona podría alcanzar a ser reina por un día. Una vez generada la expectativa que produce la unanimidad, la gente, tras esperar, se llegaría a dar cuenta de que, la mayoría, ni tan sólo en año sabático vería cumplimentadas sus expectativas, mientras que en sectores minoritarios, los individuos cada día alcanzaban a serlo. La experiencia a partir de las propias expectativas funciona de forma demoledora para los discursos legitimadores, aunque, en principio, sean compartidos.
El desarrollo del capitalismo
El desarrollo económico no es, para Hill, la causa de la existencia de unas clases o de la mutación de otras. Ni es la causa u origen del capitalismo. De hecho, y como prueba empíricamente, los cambios económicos, el desarrollo productivo, técnico o comercial, se producen o se estancan en el marco de sociedades ya constituidas y en conflicto, las cuales se hallan organizadas o sometidas a unas determinadas relaciones de poder, o relaciones sociales, que organizan, entre otras cosas la producción. Estas relaciones sociales –social-culturales- son el marco, la urdimbre o el tejido social en el que eventualmente se produce el desarrollo económico, productivo, comercial. De no modificarse las relaciones de poder mediante el conflicto de clases, los cambios y desarrollos económicos son encajados y funcionalizados por los intereses de los grupos poderosos, en primer lugar, y en general, por los intereses sociales en conflicto. Es la lucha de clases, cuando consigue cambiar las relaciones sociales, la que cambia las relaciones entre las clases –y refuncionaliza también los eventuales cambios económicos, técnicos, etc-.
Pero las modificaciones introducidas por los procesos revolucionarios, o por las luchas de clases no revolucionarias no son de orden económico. Porque los cambios por los que luchan los agentes que con tanto detenimiento estudia Christopher Hill, no eran intentos de simple adaptación al desarrollo de un hipotético modo de producción denominado capitalismo, pues su inexistencia previa hace imposible que nadie se lo propusiera concientemente como meta. Las luchas de las clases subalternas tuvieron como matriz las culturas de los agentes subalternos Los cambios políticos de la revolución de 1660, independientemente de las intenciones de sus agentes, tuvieron repercusiones, no buscadas y no previstas, en la estructura política y económica que tuvieron el efecto de hacer posible una enorme aceleración del desarrollo económico inglés, hacia el capitalismo.
Los cambios necesarios para la aparición del capitalismo fueron no sólo modificaciones relacionadas con el control y el poder sobre los medios de producción, sino también cambios culturales. Para la aparición del capitalismo, no sólo debió existir una enorme cantidad de fuerza de trabajo necesitada de salario, de un lado, y de unos poderosos con el control sobre los medios materiales y de cambio necesarios para la producción, por el otro. Debió surgir una nueva cultura una nueva antropología individual que permitiese que determinados individuos encontrasen en la acumulación de capital con el fin de contratar trabajadores y ampliar permanentemente el capital su razón de ser en la vida. Sin el desarrollo de esta cultura no hubiese sido posible el nacimiento del capitalismo.
Otras muchas investigaciones, relacionadas con las que hemos indicado, fueron desarrolladas por nuestro historiador. Y también en torno a ellas desarrolló teorías muy originales y muy fértiles. Sobre el papel del protestantismo, en confrontación con Weber, entre otras. Pero la intención de la presente nota necrológica queda ya satisfecha con el resumen que hemos hecho.
Joaquin Miras i Joan Tafalla,
en Espai Marx
febrero 2003
Christopher Hill, como el resto de los historiadores británicos marxistas de su grupo, parte para su investigación histórica de una lectura detenida, cuidadosa, completamente atenida a la textualidad de los escritos de Marx y Engels. Busca en la obra de éstos inspiración, y fundamenta, a partir de la misma, la mayoría de las hipótesis heurísticas de su investigación historiográfica, que luego han sido consideradas por el marxismo heterodoxias o revisiones. Su obra historiográfica es riquísima, plena de conciencia teórico política sobre las repercusiones que los hallazgos intelectuales que hacía tienen para el mundo de la práctica política. Su escritura, al igual que la de los otros grandes, reluctante a toda la pesadez propia de las obras elaboradas según el estilo académico, resulta apasionante, como lo sería una buena novela de aventuras. Pero el trabajo historiográfico realizado se basa en una investigación empírica exhaustiva, y en un conocimiento pormenorizado y minucioso de los acontecimientos que investiga y de los individuos de los que trata. Su obra, llena de pasión y amenidad, posee un rigor intelectual sin concesiones.
Como no podía ser menos, durante los casi sesenta años de trabajo y estudio, Hill hizo evolucionar sus concepciones a partir de los problemas con que se encontraba. Así, el esquema inicial de la revolución inglesa resumido del modo siguiente: “... es cierto que la revolución inglesa de 1640, al igual que la Revolución francesa de 1789, fue una lucha por el poder político, económico y religioso que, dirigida por la burguesía, enriqueció y fortaleció a ésta con el desarrollo del capitalismo. Pero no es cierto que, frente a dicha burguesía, el gobierno real defendiera los intereses del pueblo llano. Por el contrario, los partidos populares demostraron ser los oponentes más combativos a la causa real, mucho más poderosos, despiadados y decididos que la misma burguesía” ( Hill, 1977). Estas ideas constituían un gran paso adelante en relación a la historiografía dominante de su época, pero no podían quedar ahí. Haciendo historia “a ras de suelo”, Hill enriqueció el esquema hasta convertirlo en una explicación convincente y no reduccionista de este periodo histórico: “... existieron dos revoluciones en la Inglaterra de mediados del siglo XVII. Una, que tuvo éxito, estableció los sagrados derechos de la propiedad ( abolición de las tenencias feudales, supresión de la tributación arbitraria) dio poder político a los propietarios ( soberanía del Parlamento y derecho consuetudinario, abolición de los tribunales privilegiados) y eliminó todos los impedimentos para el triunfo de la ideología del propietario, la ética protestante. Hubo sin embargo, otra revolución que nunca estalló, a pesar de que de vez en cuando amenazara con producirse. Esta revolución pudo haber establecido la propiedad comunal y una democracia mucho mayor en las instituciones políticas y legales; pudo haber acabado con la iglesia estatal y arrinconado la ética protestante” ( Hill, 1983). El rígido esquema evolutivo de las sociedades practicado con entusiasmo por el marxismo vulgar salta por los aires: ”En realidad, todo parecía posible...” ( Hill, 1988).
De nuevo Hobsbawn ha subrayado esta impronta de la obra de Hill : “no se reconoce de forma general que en el análisis de la revolución inglesa del siglo XVII fueron marxistas como Cristopher Hill quienes se opusieron de forma constante a los determinismos económicos puros en lo referente a la importancia del puritanismo como creencia de la gente y no como si fuese una especie de espuma encima de las estructuras de clase o los movimientos económicos” (Hobsbawn,1998).
Los autores de estas líneas, queremos tratar de presentar resumidamente en las siguientes páginas de esta nota necrológica algunas de las poderosas ideas desarrolladas en la obra historiográfica que nos ha legado Cristopher Hill: para ello nos vamos a ceñir a dos de los asuntos primordiales que él trabajó, a sabiendas del reduccionismo que cometemos y de la riqueza de la obra que dejamos de lado y de que nuestra elección puede ser considerada arbitraria. Pero creemos que la mejor manera de rendir un homenaje a una obra intelectual es entrar a explicar, en la medida de lo posible, sus contenidos. Los dos asuntos que hemos elegido son: la concepción de las clases sociales y los orígenes y el desarrollo del capitalismo.
Las clases sociales.
Para Hill las clases sociales no son (como defendería una determinada escolástica), entidades históricas determinables objetivamente, que se definirían por la ordenación de la economía y por el lugar que cada agente individual ocupe en las relaciones sociales de producción, con independencia de lo que sus miembros hipotéticos crean ser, y de las autodefiniciones que ellos den de sí mismos.
Para Hill las clases sociales son una realidad histórica, y cuando han existido, ha sido como resultado de la experiencia de las personas y de la práctica social cultural existente en cada época histórica en que estas hayan aparecido.
Comenzaremos por aclarar, en primer lugar el concepto “experiencia”. Las clases sociales existen cuando se percibe la lucha real, el conflicto y la confrontación entre ellas. Cuando no hay lucha y conflicto es que falta el agente denominado clase social. También puede faltar este aunque haya lucha de clases. Es la lucha de clases la que genera la existencia de la clase social. Pero desde los estadios primeros, en los que se produce la confrontación y el conflicto organizado, hasta aquellos otros, en que la experiencia de la lucha de clases es tan amplia y profunda que la escisión de la sociedad en clases se abre paso en el pensamiento común de los participantes, hay mucho trecho.
La experiencia de la lucha de clases, de las necesidades e imperativos que impone la lucha, de los fracasos y los éxitos, es el propulsor de la deliberación pública abierta de forma horizontal y directa entre los individuos participantes en las luchas, que tiene como objeto la mejora de las condiciones y prácticas de lucha, el refuerzo de la capacidad organizativa, y la incorporación de nuevos individuos a la lucha y a las organizaciones de clase, y por tanto a la clase social.
Pero, ¿de dónde surge la conciencia de conflicto, la protesta que impele a las gentes a organizarse para luchar, aún en el momento en que todavía no se ha abierto paso plenamente en la conciencia la existencia de las clases sociales? Esta conciencia surge de la experiencia cotidiana de los explotados de estar sometidos a situaciones de opresión, de explotación, de sometimiento y desigualdad. La conciencia de ser un explotado y de la injusticia inaceptable que esto constituye, surge de la percepción experiencial y capilar de cada individuo. Pero ésta, per se, no caracteriza a la clase. En la medida en que la conciencia de ser explotado le impela a salir del aislamiento y a organizarse para luchar, comienza a nacer en la historia y a desarrollarse la clase social real.
Entra aquí el segundo término antes introducido como parte de la definición del concepto de clase social: la “cultura”. Porque la experiencia de los individuos no es algo determinable a priori para todos los individuos. Para decirlo con lenguaje de la filosofía, no existe en la mente humana un conjunto de “trascendentales kantianos” o supuestos previos, existentes por naturaleza, que nos permitan “reflejar” y evaluar de modo universal, midiéndolos con las mismas pautas, los acontecimientos que vivimos – la teoría del “reflejo”-. La experiencia de los acontecimientos que vivimos cotidianamente es “recogida” e interpretada a partir de los valores, expectativas de vida, formas de vida, esquemas mentales, ideas generales sobre la vida, etc. que hemos dado como válidas, cuyo conjunto constituye la cultura en la que hemos sido socializados. La “cabeza” que “percibe y registra” la experiencia, a su vez ha de ser construida para ser capaz de identificar, registrar, para ser capaz de percibir las diversas peripecias vitales que ocurren a cada individuo a lo largo de su historia. A la luz de esos valores, normas de vida y expectativas, determinados acontecimientos acarrearán decepciones, producirán dolor, tristeza, impotencia o rebeldía, y otros acontecimientos, no resultarán relevantes, no constituirán elementos discretos dotados de sentido, no poseerán pertinencia significativa: no serán experiencia.
En este sentido cabe decir, que la experiencia se construye; es construida por la mente del individuo a partir de los valores y demás pautas que constituyen la cultura que aquel posee, y de la evaluación de los acontecimientos vitales que se desarrollan en su práctica vital examinada a la luz de estas expectativas. Por lo tanto, las creencias religiosas, las ideas convencionales sobre lo que debe ser y lo que no debe ser la vida, sobre lo que es una forma de vida digna y lo que no lo es, etc., a la vez que las ideas políticas y las necesidades sentidas –resultado de la cultura también- constituyen el entramado cultural que otorga pertinencia a un acto de vida y convierten en experiencia su vivenciación, o lo desestiman como algo anodino e ininteresante.
Esas misma culturas proporcionan ya instrumentos previos para afrontar el conflicto, y a ellas recurren los individuos cuando se revelan y organizan para el conflicto. Las clases no sólo son históricas –pueden existir o no existir- sino que también son diferentes entre sí, a partir de la tradición cultural de la sociedad en la que se encuentran.
La noción desarrollada por Cristopher Hill sobre la experiencia culturalmente mediada le permite salir al paso de otro lugar común de las teorías de la izquierda, verdadero expediente justificativo de sus fracasos cuando las masas no actúan cómo deberían actuar según prevé la “teoría revolucionaria” Es la idea de que en cada periodo histórico las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante.
Porque, como hemos visto, es la elaboración mental de cada individuo a partir de su cultura sobre su propia actividad vital y los resultados y consecuencias de la propia vida, lo que genera la experiencia base de todo individuo. Los valores culturales, las expectativas vitales, etc., son los elementos normativos que permiten al individuo elaborar la hermenéutica que interpreta los acontecimientos y actos de vida. Pero, también ocurre lo contrario: las expectativas vitales, la verosimilitud de estas, la validez y verdad de los valores, las pautas culturales en general, etc., son evaluados y reconstruidos a la luz de la propia experiencia práctica vital y esto también es un componente inherente de la experiencia construida. Las nuevas ideas y pautas de acción, las nuevas prácticas culturales inventadas y desarrolladas por las mentes de los individuos tienen como contexto genético la sociedad, las ideas y –para resumir- la vida que ha producido los hechos que le han resultado significativos a su experiencia. Pero esos hechos son mera “condición de posibilidad” de las nuevas elaboraciones de los individuos. Sus nuevas ideas, sus nuevos usos y comportamientos, etc. no están determinados causalmente por ningún tipo de ordenación económica existente –p.e.: el “modo de producción”-. Estas nuevas pautas culturales son resultado de la libre creatividad intelectual de las mentes de los individuos. La creatividad intelectual de los individuos anónimos, la fertilidad creativa del imaginario de los mismos, la libertad antropológica de la mente, son supuestos básicos de la obra de Christopher Hill –y de su mentor intelectual, Carlos Marx, teórico solitario de las revoluciones anónimas, en las que las masas organizadas, solas, sin educador que trate de educarlas, desarrollan su propia experiencia y su propia praxis de liberación-.
Habitualmente, personas que ocupan posiciones diferentes en las relaciones sociales de producción poseen culturas distintas. Pero, incluso cuando personas de diversas clases sociales llegan a estar en relación con el mismo discurso, la interpretación del mismo desde su propia experiencia construida hace que el mismo adquiera sentidos distintos. Precisamente el análisis de un mito inglés de la época, compartido por las diversas clases sociales, el mito del “Yugo Normando” permitió a Hill probar con contundencia la distinta forma en que se interpretaban las mismas ideas, y los distintos sentidos que adquirían las mismas palabras al ser recibidas por gentes de diferentes clases. Para poner un ejemplo podríamos suponer la existencia de una sociedad en la cual la clase dominante, mediante el uso de los medios de comunicación hubiese hecho creer a la población explotada que la sociedad en la que vive merece ser vivida y sostenida en su estado porque, en ella al menos una vez al año, cada persona podría alcanzar a ser reina por un día. Una vez generada la expectativa que produce la unanimidad, la gente, tras esperar, se llegaría a dar cuenta de que, la mayoría, ni tan sólo en año sabático vería cumplimentadas sus expectativas, mientras que en sectores minoritarios, los individuos cada día alcanzaban a serlo. La experiencia a partir de las propias expectativas funciona de forma demoledora para los discursos legitimadores, aunque, en principio, sean compartidos.
El desarrollo del capitalismo
El desarrollo económico no es, para Hill, la causa de la existencia de unas clases o de la mutación de otras. Ni es la causa u origen del capitalismo. De hecho, y como prueba empíricamente, los cambios económicos, el desarrollo productivo, técnico o comercial, se producen o se estancan en el marco de sociedades ya constituidas y en conflicto, las cuales se hallan organizadas o sometidas a unas determinadas relaciones de poder, o relaciones sociales, que organizan, entre otras cosas la producción. Estas relaciones sociales –social-culturales- son el marco, la urdimbre o el tejido social en el que eventualmente se produce el desarrollo económico, productivo, comercial. De no modificarse las relaciones de poder mediante el conflicto de clases, los cambios y desarrollos económicos son encajados y funcionalizados por los intereses de los grupos poderosos, en primer lugar, y en general, por los intereses sociales en conflicto. Es la lucha de clases, cuando consigue cambiar las relaciones sociales, la que cambia las relaciones entre las clases –y refuncionaliza también los eventuales cambios económicos, técnicos, etc-.
Pero las modificaciones introducidas por los procesos revolucionarios, o por las luchas de clases no revolucionarias no son de orden económico. Porque los cambios por los que luchan los agentes que con tanto detenimiento estudia Christopher Hill, no eran intentos de simple adaptación al desarrollo de un hipotético modo de producción denominado capitalismo, pues su inexistencia previa hace imposible que nadie se lo propusiera concientemente como meta. Las luchas de las clases subalternas tuvieron como matriz las culturas de los agentes subalternos Los cambios políticos de la revolución de 1660, independientemente de las intenciones de sus agentes, tuvieron repercusiones, no buscadas y no previstas, en la estructura política y económica que tuvieron el efecto de hacer posible una enorme aceleración del desarrollo económico inglés, hacia el capitalismo.
Los cambios necesarios para la aparición del capitalismo fueron no sólo modificaciones relacionadas con el control y el poder sobre los medios de producción, sino también cambios culturales. Para la aparición del capitalismo, no sólo debió existir una enorme cantidad de fuerza de trabajo necesitada de salario, de un lado, y de unos poderosos con el control sobre los medios materiales y de cambio necesarios para la producción, por el otro. Debió surgir una nueva cultura una nueva antropología individual que permitiese que determinados individuos encontrasen en la acumulación de capital con el fin de contratar trabajadores y ampliar permanentemente el capital su razón de ser en la vida. Sin el desarrollo de esta cultura no hubiese sido posible el nacimiento del capitalismo.
Otras muchas investigaciones, relacionadas con las que hemos indicado, fueron desarrolladas por nuestro historiador. Y también en torno a ellas desarrolló teorías muy originales y muy fértiles. Sobre el papel del protestantismo, en confrontación con Weber, entre otras. Pero la intención de la presente nota necrológica queda ya satisfecha con el resumen que hemos hecho.
<< Home