Papeles Rojos

En el socialismo, a la izquierda

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octubre 03, 2006

Estalinismo y antiestalinismo en España, Juan Manuel Vera

Publicado en Iniciativa Socialista número 55, invierno 1999-2000

El sesenta aniversario del final de la guerra civil española se vio precedido, el año pasado, por una curiosa polémica sobre el totalitarismo, desarrollada, paradójicamente, con mucho más énfasis en Italia que en nuestro país. El punto de partida fue un artículo de Sergio Romano en el cual sostenía que la victoria de Franco había supuesto un mal menor frente a una hipotética victoria republicana bajo el dominio comunista. La controversia suscitada mostró encontradas opiniones sobre el franquismo, y también sobre el estalinismo, con la participación, entre otros, de Indro Montanelli, Antonio Tabucchi, Angelo Panebianco, Maciocchi, Santos Juliá, Paul Preston y Manuel Vázquez Montalbán. En una primera aproximación, el argumento legitimador del franquismo recordaba intensamente la justificación del alzamiento de Franco en base a la existencia en 1936 de una previa conspiración comunista para conquistar el poder. Pero el desarrollo de dicho debate ofreció otros puntos de interés y pone de manifiesto algunas cuestiones importantes. Cabe destacar la perplejidad que sentimos ante las simétricas antinomias en que incurren quienes consideran que el franquismo podría legitimarse como un anticomunismo y, también, las de quienes, por evidentes razones, condenan radicalmente al franquismo sin que ello les impida silenciar o minusvalorar los crímenes del estalinismo y el intento comunista de dominar la República española.

La pretensión de justificar el franquismo a partir del papel del estalinismo en España es un falacia completa. Franco se rebeló contra una República democrática y en unas condiciones en las que el PCE era un partido estrictamente minoritario y no tenía ninguna posibilidad de conquistar el poder. La naturaleza antidemocrática y antiliberal del levantamiento franquista no puede ofrecer dudas razonables, más allá de la eterna discusión sobre su naturaleza fascista o simplemente autoritaria. En el bloque formado por el ejército, la derecha tradicional española y los nuevos movimientos totalitarios que los acompañaban, se compartía el odio a la democracia republicana y un proyecto solidario con el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán. La violencia de las viejas clases acomodadas y de los falangistas tenía una naturaleza brutal y extremista, era una política de la venganza, como ha señalado Paul Preston. Dentro del totalitarismo europeo, el franquismo surgió con unos rasgos represivos (no sólo durante la guerra civil, también en los primeros años posteriores a su triunfo) muy superiores al fascismo italiano. Es decir, en cuanto a naturaleza antidemocrática y práctica del terror político, el régimen franquista tenía un claro carácter totalitario. Sin embargo, es evidente que después de la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial fue atenuando dichos rasgos mientras mantenía su identidad de sistema dictatorial. Así, los justificadores del franquismo por su victoria frente a un supuesto totalitarismo comunista no justifican, con ello, nada de la ignominia propia del régimen de Franco. La lucha no se produjo entre un bloque nacional-fascista y el Partido Comunista. El bando republicano incluía al PCE pero también al republicanismo liberal, a los nacionalismos catalán y vasco, al socialismo histórico, al POUM y al poderoso movimiento libertario, corrientes todas éstas cuyo proyecto político era adversario del totalitarismo.

La principal virtud del debate que reflejábamos fue destacar, una vez más, la trascendencia de la discusión sobre las luchas internas y sobre la naturaleza del bando republicano entre 1936 y 1939. Embellecer su realidad no sirve de nada. El repulsivo papel del estalinismo en España sólo puede llevarnos a condenarlo, pero en nada conduce a ninguna justificación del franquismo.

La respuesta de los trabajadores al levantamiento de militares y fascistas en 1936 fue el desencadenamiento espontáneo de una revolución social cuya profundidad, como señaló Andreu Nin, fue superior a la de la revolución rusa. Aunque se desarrolló muy desigualmente entre las diversas zonas del país, representó una experiencia socialista revolucionaria única en el mundo, por la radicalidad de las transformaciones que inició y por la pluralidad de las fuerzas sociales y políticas presentes en ella.

El 19 de julio de 1936 el PCE-PSUC era un partido minoritario dentro del movimiento obrero y de la sociedad española. Sin embargo, durante el desarrollo de la guerra civil, gracias especialmente a la capitalización política de la ayuda rusa, los comunistas fueron alcanzando un gran peso, especialmente al convertirse en el referente de las fuerzas burguesas y moderadas de la zona republicana, asustadas por el proceso revolucionario desencadenado. En esas condiciones se produjo un espectacular crecimiento del PCE que, a partir de la caída del gobierno de Largo Caballero en mayo de 1937, iba , además, a conseguir la hegemonía política durante la etapa de gobierno de Juan Negrín. Desde esa posición privilegiada, el PCE encabezó un proyecto que cabe calificar como un ensayo de las democracias populares que se pondrían en marcha en Europa Oriental al final de los años cuarenta. El dominio comunista se fue extendiendo a través de una inexorable conquista del aparato del estado republicano. Este fenómeno ha sido descrito por numerosos historiadores y, muy especialmente, por Burnett Bolloten en su imprescindible obra sobre la guerra civil (La Guerra Civil española; Revolución y contrarrevolución, Madrid, Alianza Editorial, 1989).

Al mismo tiempo que intentaba su conquista del estado, el estalinismo inició una brutal persecución contra sus adversarios políticos, empezando por el más débil: el POUM, secuestrando y asesinando a Andreu Nin y a otros militantes de la izquierda antiestalinista. Las cárceles empezaron a llenarse de militantes del POUM, pero también de anarquistas y de miembros de la izquierda socialista.

Sin embargo, el estalinismo no consiguió hacer triunfar plenamente su proyecto totalitario. En primer lugar, porque la pluralidad republicana y el creciente anticomunismo de importantes sectores de la CNT y del PSOE, influyentes en el ejército, pusieron férreos límites a las posibilidades de los estalinistas de hacer realidad sus designios. En segundo lugar, porque el desastroso curso de la guerra y la creciente desmoralización de la población de la zona republicana, no ajena al creciente poder comunista, impidieron al PCE acabar de destruir totalmente la legalidad republicana y el poder revolucionario y tener el campo totalmente libre en la tarea de exterminar a sus adversarios políticos.

Queridos camaradas

Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo han publicado hace unos meses un libro (Queridos Camaradas -La Internacional Comunista en España 1919-1939, Barcelona, Editorial Planeta) en el que se aborda esa etapa de la historia del estalinismo en España. Era un obra esperada con interés, pues prometía analizar las nuevas referencias documentales a la dirección efectiva del Partido Comunista de España desde la Komintern, a través de consejeros como el argentino Codovila o el italiano Togliatti. Pero la contribución del libro a la historia del estalinismo en España no va mucho más allá y el resultado es muy decepcionante.
A pesar de incluir datos reveladores sobre el entramado organizativo de la Comintern en nuestro país, la principal sorpresa del libro de Elorza y Bizcarrondo se encuentra en los inopinados prejuicios que sus autores mantienen sobre el problema del estalinismo durante la guerra civil. Llama la atención que la virulencia justificada con que analizan la política del PCE hasta 1935, caracterizada por el burdo trasplante de las consignas recibidas desde Moscú, se transforme en una dulce comprensión de su papel político durante la revolución y la guerra civil. Son muy agresivos respecto a la etapa en que el PCE era una secta inoperante y muy comprensivos con el PCE que conquista parcelas fundamentales del poder republicano. Ello se relaciona con la lectura que hacen del VII Congreso de la Internacional Comunista y con la notoria admiración por Togliatti (frente a la demonización a que someten a Codovila), atribuyendo al italiano nada menos que haber roto con la idea de que la Comintern "poseía la verdad absoluta" y de enfatizar el componente democrático de la política comunista.

Los autores de Queridos camaradas parecen considerar, por tanto, que el giro frentepopulista de la Internacional Comunista no era una mera táctica de Stalin sino una apuesta genuina por un proyecto democrático y pluralista. Afirman en relación al informe de Dimitrov al VII Congreso de la Comintern: "nacía así una corriente ideológica hasta entonces desconocida: el comunismo democrático" (p.248). Las palabras priman sobre los hechos. Claro está que, alejándose de su función de historiadores, no proporcionan el fundamento de esa curiosa interpretación embellecedora de las maniobras internacionales del estalinismo, que siempre ocultó, como eficaz totalitarismo, sus verdaderos objetivos. Podemos llegar a comprender, no a justificar, que, en los años treinta, determinados compañeros de viaje del estalinismo creyeran el giro democrático de Stalin. Sabiendo lo que se sabe hoy en día del estalinismo resulta verdaderamente incomprensible esa visión rocambolesca que hace coincidir en el tiempo el comunismo democrático con el gran terror en la Unión Soviética y sus crímenes en España.

Para justificar esos juicios, los autores de Queridos camaradas se ven obligados a proporcionar una extraña, extravagante en algunos momentos, lectura de la historia de los años de la guerra civil. En primer lugar, todos los enfrentamientos republicanos son presentados como si en 1936-1937 no se hubiera desarrollado una intensa revolución social en la cual tuvieron un papel central la CNT, la izquierda del PSOE y, en Cataluña, el POUM. Por otra parte, dedican un curioso esfuerzo a descubrirnos los "verdaderos motivos" por los que los comunistas no quisieron en septiembre de 1936 que el gobierno fuera presidido por Largo Caballero (¿no sería, simplemente, que el viejo dirigente socialista era considerado poco manejable por los soviéticos frente a otros candidatos?) dado que, según nuestros historiadores, el Comintern no tenían el objetivo de aumentar el poder comunista en España (p.312). Nuevamente vuelven, para ello, a dar prioridad a las palabras sobre los hechos. Y después niegan, frente a la mayor parte de la investigación historiográfica sobre la guerra española, que el PCE tuviera en 1937 el proyecto de liquidar el gobierno Largo Caballero; para justificarlo incluso incluyen la pintoresca afirmación de que Stalin estimaba a Largo Caballero (p.341).

Sobre la base de ese desvanecimiento sistemático del proceso revolucionario español, Elorza y Bizcarrondo inician una peculiar cruzada contra el POUM, atribuyéndole ser el representante, durante los años 1936-1939, de la política sectaria del tercer período de la Internacional Comunista. Para hacer esa atribución es preciso cometer ciertos errores y olvidar algunos pequeños factores. En Queridos camaradas se equipara el tercer período con una política de frente único, cuando lo característico de la etapa ultraizquierdista del Comintern fue su sectarismo y su defensa de la teoría del socialfascismo. El primero de los olvidos es que precisamente los partidarios del Bloque Obrero y Campesino (BOC) y de la Izquierda Comunista de España, los partidos que precedieron al POUM, fueron los enemigos más acérrimos en España de la orientación ultraizquierdista del PCE, de la doctrina del socialfascismo y, frente a ella, propugnaban la unidad de las fuerzas obreras. El segundo, que su acusación contra el POUM presentándole como un partido extremista y aislado de la realidad, olvida la existencia de un amplio y masivo campo revolucionario en España y también parece olvidar que la CNT y la izquierda largocaballerista protagonizaron, más que el POUM, el proceso antifascista y revolucionario desencadenado después del 19 de julio hasta que, con la caída del gobierno Largo Caballero después de los sucesos de mayo de 1937, el PCE adquiere la hegemonía política y militar.

En la construcción de Elorza y Bizcarrondo subyace la consideración no fundamentada de que el POUM fue un partido putschista, que intentó establecer su dictadura.. Eso es una absoluta falsedad que sólo puede apoyarse en la versión estalinista de los hechos de mayo de 1937. Toda la historiografía rigurosa sobre dichos acontecimientos subraya que mayo de 1937 fue una insurrección espontánea de los trabajadores de Barcelona contra el intento comunista de aislar a la CNT. Tanto la CNT-FAI como el POUM intentaron reconducir el proceso espontáneo y no desencadenaron una lucha por el poder. Realmente las causas por las que el estalinismo atribuyó la responsabilidad de los hechos de mayo al POUM tiene mucho más que ver con la histeria antitrotskista desencadenada a partir de los procesos de Moscú que con reales responsabilidades del POUM. Que unos historiadores, en otras ocasiones rigurosos, como Antonio Elorza o Marta Bizcarrondo se hayan dejado llevar a tales incongruencias resulta realmente preocupante.

¿Opinan realmente que el POUM tuvo una responsabilidad mayor que la CNT-FAI en dichos acontecimientos? Si es así, y el POUM tuvo un propósito golpista, ¿cómo explican la solidaridad efectiva que tuvieron por parte de los principales dirigentes del PSOE y de la CNT-FAI y hasta del propio Companys? Sin embargo, ellos son conscientes de lo contrario, incluso llegan a hablar de los hechos de mayo como de "un levantamiento cenetista" con el que el POUM se solidarizó activamente. En realidad, da la impresión de que atribuyen al POUM una suerte de responsabilidad objetiva, considerando que dado que el POUM era un partido revolucionario, necesariamente estaba implicado en una conspiración contra las instituciones republicanas. Esa visión de la responsabilidad objetiva, tan propia de los juicios totalitarios, está presente en frases del texto que indican que "el POUM no lanzó la insurrección de Barcelona, pero ésta se ajustaba rigurosamente a su propuesta de paso a la acción contra los poderes constituidos" (p.358). Así, llegan nuestros autores a la conclusión de la legitimidad del proceso al POUM de 1938 (no, desde luego, a los excesos que condujeron al asesinato de Andreu Nin) a pesar de haber sido construido sobre un monstruoso montaje organizado por agentes estalinistas que les acusaban de colaboración con una red de espionaje de Franco. Todo ello va acompañado de un silencio clamoroso respecto a los numerosos asesinatos de otros militantes poumistas, trotskistas y libertarios, a las purgas cometidas en las Brigadas Internacionales por André Marty y al encarcelamiento de centenares de militantes socialistas, anarquistas y del POUM.

La animadversión de Elorza y Bizcarrondo hacia el POUM resulta muy llamativa. En algunos de sus comentarios incluso parece percibirse una réplica subliminal a Tierra y Libertad, la película de Ken Loach, Sólo desde ese punto de vista visceral se pueden entender afirmaciones como que el POUM trivializaba la guerra, ignorando totalmente el papel de las milicias poumistas y los numerosos documentos del POUM sobre los aspectos militares de la situación. Así llegan a realizar afirmaciones plenamente calumniosas como que "el POUM define una actitud de guerra a muerte contra las instituciones republicanas y el Frente Popular, en tanto que la amenaza fascista no le suscita reflexión alguna", mientras centenares de milicianos poumistas eran muertos o heridos en el intento de desembarco en Mallorca, en la defensa de Sigüenza o en el frente de Aragón. Pero Elorza y Bizcarrondo dan un paso más al acusar al POUM de provocador (pp.372-373) y al hablar de las "sospechosas infracciones" de Julián Gorkin.

Este enfoque, de notoria miopía intelectual, les lleva a ignorar la auténtica toma del poder en la sombra que se produjo durante los dos primeros años de la guerra civil: la conspiración comunista tanto contra el proceso revolucionario desencadenado a partir del 19 de julio de 1936 como contra las instituciones republicanas. Lo que el diputado del ILP, John Mac Govern llamó "el terror comunista en España" está enteramente ausente de Queridos camaradas. Eso les permite eludir las causas y las consecuencias de que el PCE acabara controlando gran parte del poder republicano contra toda clase de legitimidad, tanto la de carácter revolucionario como la de carácter democrático, y omitir en su libro el servil papel que dirigentes del PCE como José Díaz, Enrique Líster o Dolores Ibárruri representaron al servicio del estado soviético durante la revolución española y su absoluta solidaridad con el terror estalinista en la URSS y en España. También resulta extraordinariamente llamativa la ausencia de un análisis pormenorizado del papel jugado por los agentes estalinistas en el proceso de represión contra el POUM y en la orientación militar de la guerra. El libro de Elorza y Bizcarrondo resulta así un proyecto fracasado, incumpliendo el objetivo marcado en su subtítulo.

Que un libro de historia pueda convertirse en una equivocada interpretación política de la guerra civil es lamentable. Pero lo que resulta realmente penoso es que esa mala interpretación ignore o suavice los hechos que no concuerdan con sus tesis (por ejemplo, en cuanto al siniestro papel que personajes de la Comintern como Ernö Gerö, Luigi Longo, Vittorio Vidali o Palmiro Togliatti desempeñaron durante los años 1936-1939), silencie cualquier referencia a la responsabilidad en la represión estalinista de los propios dirigentes del PCE o llegue a utilizar alusiones equívocas sobre el supuesto carácter provocador del POUM. El problema fundamental de Queridos camaradas nace del punto de vista adoptado, que conduce inexorablemente a una justificación de la actuación del PCE y de la Comintern durante la guerra civil. Sus autores se sienten mucho más cercanos a los dirigentes del PCE y a los cuadros comunistas que a aquellos que, en plena medianoche del siglo, combatieron simultáneamente al fascismo y al totalitarismo estalinista.

El POUM en la historia

Frente a esa valoración, considero un deber moral reivindicar a quienes, desde el bando antifascista, se opusieron, ya en 1936, a los crímenes del estalinismo. Algunos intelectuales necesitaron décadas para llegar a esa conclusión. Pero en plena guerra civil Andreu Nin y los militantes del POUM, mientras animaban la revolución social antifascista, denunciaron la gran impostura de los procesos de Moscú y se solidarizaron con sus víctimas.
Desde esta solidaridad con la izquierda antiestalinista resulta un acontecimiento la reciente publicación de un libro de Wilebaldo Solano (El POUM en la historia –Andreu Nin y la revolución española, Madrid, Libros de la Catarata), una aportación sustantiva al conocimiento de los enfrentamientos políticos durante la revolución española. Wilebaldo Solano formó parte durante la guerra civil del comité ejecutivo del POUM, fue secretario general de la Juventud Comunista Ibérica y un colaborador muy cercano de Andreu Nin y de Joaquín Maurín. Escapó al golpe policíaco estalinista del 16 de junio de 1937 contra el POUM y se mantuvo en la clandestinidad hasta su detención en abril de 1938. Consiguió pasar a Francia en febrero de 1939 y, allí, en los duros años de la ocupación alemana, fue juzgado y condenado a veinte años de trabajos forzados por un tribunal al servicio de los nazis. Tras la liberación de Francia fue secretario general del POUM en el exilio, manteniendo sus señas de identidad como organización antifranquista y antiestalinista, y luchando por preservar las tradiciones revolucionarias del socialismo y por denunciar las calumnias dirigidas contra el POUM. Es un importante protagonista de la larga batalla por esclarecer el asesinato de Andreu Nin.

Lo que el libro de Wilebaldo Solano ofrece, como se indica en su presentación, es una visión sobre el POUM desde el propio POUM, que cubre un hueco en la bibliografía asequible sobre la guerra y la revolución española. En este libro se analizan detenidamente las raíces del POUM y la política de este partido desde su nacimiento en 1935 hasta el primer año del exilio en Francia. También se ofrece una biografía política de Andreu Nin y se abordan las relaciones del revolucionario catalán con León Trotsky, con Víctor Serge y con Joaquín Maurín. El largo camino para descubrir la verdad sobre el asesinato de Nin es objeto de particular atención, hasta llegar a la localización en los archivos de Moscú de los importantes documentos que atestiguan la realidad de todas las denuncias de los militantes del POUM desde 1937: que su muerte fue obra de agentes estalinistas. Dichos documentos fueron revelados al mundo en la película Operación Nikolai, de María Dolors Genovés y Llibert Ferri, emitida por TV3 en noviembre de 1992 y que, asombrosamente, todavía no ha sido emitida en España por ninguna cadena de ámbito estatal, al contrario que en varios países europeos.

En El POUM en la historia se incluye, además, un documento inédito de gran interés, un extracto del informe de 1 de abril de 1939 de Luigi Longo, comisario general de las brigadas internacionales y adjunto de Togliatti, a la Internacional Comunista sobre las causas de la derrota de la República española. Este documento fue obtenido por Llibert Ferri en los archivos de Moscú y refleja perfectamente la participación comunista en el montaje del proceso contra el POUM (¡se menciona incluso que el fiscal del caso participaba en reuniones en la sede del PCE!) y la frustración de los agentes estalinistas por su pérdida de influencia hacia finales del año 1938, cuando ya habían conducido a la República española al desastre militar.

El libro de Solano es muy ilustrativo de la difícil posición en que se encontró un partido como el POUM que combatía simultáneamente al franquismo y al estalinismo, frente a un Partido Comunista que intentaba, apoyándose en los sectores adversarios del proceso revolucionario iniciado en 1936, ahogar a las organizaciones que podían oponerse a su poder, al tiempo que ejecutaba las consignas de Stalin contra el trotskismo y todo lo que conviniera asimilar al mismo. También resulta interesante destacar el hecho de que el POUM no desapareció después del asesinato de Nin y el encarcelamiento de la mayor parte de sus dirigentes sino que continuó su combate en difíciles circunstancias, pasando de la clandestinidad republicana a la clandestinidad bajo el franquismo. Estamos, además, ante una obra que tiene el valor de recordar a militantes ejemplares de la lucha contra el fascismo y el estalinismo, parte de una generación valerosa que nunca confundió el socialismo con la ignominia terrorista del estado soviético ni la palabrería izquierdista con la lucha efectiva por los derechos de los trabajadores.

Solano realiza un brillante análisis de la situación política durante el período comprendido entre las Jornadas de Mayo de 1937 y el derrumbamiento de la España antifranquista en 1939. "Desde la caída de Largo Caballero y la represión contra el POUM, Stalin y su política predominaron en la España republicana. Se hizo en nuestro país el primer ensayo de democracia popular. Se frenó y desvío el proceso revolucionario. Se anuló la autonomía de Cataluña. Se eliminó políticamente al POUM, a la CNT y a la izquierda socialista y se ensayaron todas las técnicas y todos los métodos puestos en práctica a partir de 1946-1947 en Polonia, Rumanía, Checoslovaquia, Alemania Oriental, Hungría, Albania, etc.: infiltración del aparato del estado; conquista de posiciones clave en el gobierno, el ejército, la policía, los servicios secretos; monopolio creciente de la información (prensa, radio, cine); censura o represión de toda acción que pudiera poner en peligro la política establecida por el Kremlin en función de sus intereses y con total menosprecio del proceso revolucionario iniciado en julio de 1936".Y añade Solano: "Esa política fue aplicada por los equipos de consejeros políticos, militares, diplomáticos y policiales controlados por la GPU" (pp. 174-175).

Ahora, en 1999, lo más relevante no es la valoración del grado de acierto o de error de las tácticas y estrategias de un partido socialista revolucionario como el POUM, aspectos que Solano aborda detenidamente. Lo que parece esencial es proclamar que ellos, los militantes poumistas, en ningún momento se equivocaron de bando, que comprendieron que el estalinismo era un cáncer terminal contra el movimiento obrero y socialista y que supieron que la causa de la libertad y del socialismo se defendía tanto contra Franco y Hitler, como contra Stalin y sus servidores en España. No olvidemos que Víctor Serge, el gran escritor socialista libertario, y gran amigo de Andreu Nin y del POUM, fue uno de los primeros en calificar de totalitarismo al régimen de Stalin y en denunciarlo, en 1933, como un régimen enemigo de la libertad, de la dignidad humana y de la verdad. Hubo una generación militante que no tuvo que esperar al XX Congreso del PCUS, a la invasión de Hungría o Checoslovaquia o a la perestroika para descubrir el significado antidemocrático y antisocialista del estalinismo.

La historia del movimiento obrero español tiene grandes nombres, grandes figuras que nunca se sometieron al estalinismo ni al fascismo. Joaquín Maurín y Andreu Nin forman parte de esa relación, en la cual también están Francisco Largo Caballero, Julián Besteiro y Buenaventura Durruti. Ellos son la tradición de la que estamos orgullosos para poder decir que hoy, cuando buscamos nuestro propio camino hacia una democracia libertaria, somos parte de una tradición de socialistas, anarquistas y poumistas que lucharon por un mundo mejor contra el franquismo, pero también contra el estalinismo.

Madrid, 25 de noviembre de 1999