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octubre 21, 2006

Alberto Reig Tapia: contra Pío Moa y el revisionismo histórico fascista

discípulo de Manuel Tuñón de Lara, Alberto Reig Tapia es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona

artículo publicado originalmente en Historia a Debate

Quosque tandem Pío Moa?

Qué pesadez. Qué empacho. Abre uno el correo electrónico por las mañanas e, inevitablemente, se encuentra con el célebre corrido: “Estas son... las mañanitas, que cantaba... el rey don Pío...” Qué hartazón. Ya está bien, hombre, de tanto lloriqueo por parte de ese señor y su claque correspondiente, quejándose de que la Academia, los gurús (?) de la historiografía contemporaneísta española, los historiadores y profesionales de toda clase y condición le critican sin razón o le ningunean malévolamente. Pobrecito. Por algo será. ¿No? A las primeras de cambio no desperdicia ocasión para arremeter contra alguno de esos mentados gurús que tanto parecen quitarle el sueño. Pobre hombre, no sabe qué hacer para que le hagan un poco de caso y busca la polémica enfebrecidamente para seguir en la palestra a la que este absurdo mundo mediático en el que vivimos parece haberse empeñado en instalarle.

Llevo tiempo asistiendo atónito a los denodados esfuerzos de semejante escribidor, digno discípulo del inefable don Ricardo de la Cierva (últimamente muy decaído), por encaramarse a base de codazos, pisotones y reclamaciones varias, al más elevado sitial de la historiografía nacional. Hombre, don Pío, no sea usted desvergonzado. Cosas veredes, Mío Cid, yendo la cosa de mitos...

A tan elevado altar historiográfico se accede trabajando intensamente y con talento, haciendo sin prisa pero sin pausa una obra sólida (que no es lo mismo que “al peso”, como con infantil manera pretendía su antecesor Ricardo de la Cierva numerando sus sucesivos e inconsistentes mamotretos). El único camino que conduce a semejante sitial no es otro que elaborar una obra que resista el paso del tiempo, sin necesidad de recursos demagógicos o de hacerse acompañar de voceros, de coristas o de simples charlatanes y propagandistas de medio pelo. Son muy pocos los que de la más natural de las maneras (talento innato y esfuerzo continuado) acceden a tan elevado rango ¿Ejemplos? Pues don Miguel Artola, sin ir muy lejos, por citar a un instalado entre la generación de los seniors que sería, como si dijéramos, el contramodelo del susodicho. O el último Premio Nacional de Historia, don José Álvarez Junco, de la siguiente generación que, muy a pesar suyo (tempus fugit), se instalará también, o don Enrique Moradiellos de la siguiente, no sé si ya de los juniors que, con el tiempo, también acabará por subirse a tan docta tarima y que, además, no se hurta valientemente, supongo que por joven, a la polémica suscitada a propósito del último libro de Moa. Sea dicho esto por citar los primeros nombres de profesionales de la historia que me acuden a la memoria, investigadores rigurosos dedicados enteramente a su oficio con independencia de las filias o las fobias particulares de cada uno, que de todo hay en la viña del Señor. ¿Se imaginan ustedes a don Miguel Artola protestando públicamente a través de Internet de las hipotéticas críticas que se le pudieran hacer o lamentándose de que se le “ninguneara” en algún medio de comunicación? Digamos que hay una relación directa de causa-efecto entre la protesta y el reconocimiento. A mayor protesta y reclamación menor reconocimiento. Es un problema de dignidad y también de autoestima. Cuando de verdad se está en lo alto no hace falta ladrar ni hacer cabriolas para llamar la atención. Véase el caso don Pío como mejor prueba. El hombre sabio se instala en su sitial de una manera natural y no necesita coros ni tiralevitas como los grandes mediocres que alumbra el cielo cada día.

Los ejemplos son obscenos, pues es como comparar el jamón de jabugo con el jambon de Bayonne o, por si se enfadan mis amigos franceses (que cada vez es más difícil abrir la boca en este mundo sin ofender a muchos), el foie d’oie con el paté de “La Piara”. Al final dicen que todo(?) es cuestión de gustos. Hay quien, con independencia de las hipotéticas discrepancias que sus escritos puedan suscitar, se merece el respeto cuando no la admiración del gremio por su trabajo profesional y, por el contrario, don Pío suscita sentimientos abiertamente opuestos y generalizados en el mismo gremio. ¿Por qué será? ¿Serán, seremos, todos tontos? El prestigio es como el dinero o la belleza, no pueden ocultarse, saltan a la vista o caen por su propio peso más pronto o más tarde. Sin embargo los arribistas ambiciosos y sin talento han de estirar el cuello hasta el límite para poder sobresalir un poco de la inmundicia que ellos mismos generan.

Uno ya va echando años y le cansan un poco las polémicas inútiles. Inútiles porque semejante personal reclama un pretendido debate historiográfico(¡?) cuando en realidad lo que quieren es que se hable de ellos, aunque sea mal, para vender lo más posible su rancia mercancía ideológica, ya bastante apestosa para qué engañarse. Debería, pues, seguir el consejo de los más sabios que yo y mantenerme completamente al margen. Si los propios aludidos no pierden su tiempo en contestar, sabiendo que es precisamente lo que se pretende, ¿por qué tendría yo que tomarme la molestia? Creo que sólo por una razón. Pues porque si me atacara a mí semejante recua he de confesar que me gustaría que otros compañeros les replicaran por mí pues no es precisamente el aludido quien por razones de simple ética personal debe de contestar en estos casos. El decoro debe mantenernos alejados de polémicas en las que nosotros mismos estemos implicados. Tampoco vamos a dejarnos insultar ya que nadie parece dispuesto a poner la cara por asuntos ajenos a sus intereses más contingentes.

Estas palabras (letras) mías son las primeras sobre este asunto o personaje y serán, o deberían ser, las últimas. ¿Merece la pena tomarse la molestia? ¿Sabré o podré callar si alguno de estos esforzados escribidores, como el citado, me honran con su respuesta? “Lo dudo..., lo dudo...” (por seguir con boleros después de los corridos matutinos). El esfuerzo mío, en cualquier caso, es liviano, apenas un entretenimiento, desde luego. Les daré gusto a “los marchosos”, pues respuestas más serias y documentadas desde la historiografía profesional ya las ha habido y más que suficientes, como las del citado Enrique Moradiellos sin ir más lejos que se ha tomado la molestia, admirable, de contestar desde la racionalidad y el conocimiento a las vacuas andanadas del mentado don Pío. Con mis palabras sé que me ganaré el insulto y la descalificación inmediata de tales escribidores y sus secuaces. Qué le vamos a hacer. Será un honor. Gajes del oficio. Me limitaré a decir apenas cuatro obviedades en el absoluto convencimiento de que es como echar margaritas a los cerdos... “¡Uy, lo que ha dicho!” (Millán de “Martes y 13”). A mí me gusta citar mis fuentes. Lo haré, pues, muy brevemente para no cansar al personal y en atención sobre todo a tantos jóvenes con vocación de historiadores que no salen de su asombro ni acaban de entender que no se ataje contundentemente a esta banda de libelistas de los que Pío Moa se ha convertido en abanderado y que pretenden demoler la labor seria, callada y rigurosa de la historiografía profesional. Creo que se merecen una atención que pueda de alguna manera satisfacer su perplejidad y el silencio de los llamados gurús. Aunque sea apenas un guiño, un recorte, un insustancial divertimento.

La mayoría de los profesionales serios, por no decir que la totalidad, responden a personajes tales como don Pío, con el silencio. Silence it’s golden dice la vieja canción y “quien calla otorga” se dice también. Hay excepciones. Cuando los tiempos boyantes de don Ricardo de la Cierva, sin ir más lejos, me dejaron sólo en la plaza colegas y compañeros. Algunos se reían mucho privadamente con la polémica pero ninguno entraba al trapo. Ninguno se dignaba descender a la arena y fajarse cara a cara con “el enemigo” o “el indocumentado” de turno. No se lo reprocho. ¡Hay tantos libros interesantes por leer y por escribir y es la vida tan corta! ¿Para qué perder el tiempo con de la Cierva ayer o con Moa hoy? Ya he dicho que tienen razón los absentistas. Pero yo no me resigno a dejarles libre y despejado el camino a semejantes personajes que controlan el campo político de los media y que sus manipulaciones historiográficas pasen poco menos que como verdades incontrovertibles para la mayoría del común como demuestran sus cifras de venta. Podría decir y de hecho me digo: “Que talle otro”. Ahora el profesor Moradiellos, profesional riguroso, ha tomado la alternativa y ha respondido de forma contundente, seria y sobrada. No quisiera yo que experimentara la misma soledad que yo sentí en su día así que me permito acompañarle en la refriega solidariamente añadiendo apenas unas guindas para endulzar un poco el guiso.

Ya he dicho que los más sensatos dicen con toda la razón que no merece la pena perder ni un minuto con tales escribidores. Pero el corazón tiene razones que la razón no comprende. Y uno nunca dejará de ser un sentimental. El verano además es propicio para lecturas y escrituras algo más ligeras que a las que uno se ve obligado profesionalmente. Confieso, además, que aún hoy, todo lo que es y significa ir contra Franco, es decir, contra el fascismo clerical, contra la autocracia apestosa y sus herederos, hermanos, primos y sobrinos me parece no ya una tarea placentera sino un deber cívico ineludible. Muchos, el profesor Javier Tusell por ejemplo, consideran un sinsentido manifestarse hoy como anti-franquista dado que el general y su régimen son ya historia. Aunque el argumento tenga su lógica yo tengo también la mía. El régimen franquista ha sido definido sobre todo por sus negaciones: anti-liberal, anti-demócrata, anti-parlamentario, anti-masón, anti-marxista, anti-socialista, anti-comunista, etcétera. Así que considero que manifestarse como “anti-franquista” en la medida que tal ismo (el Franquismo) sea un modelo, un arquetipo, una ideología, una mentalidad... (hay para todos los gustos), que ha marcado toda una época y a varias generaciones de españoles; a algunos más de lo que incluso ellos mismos sospechan, es tremendamente positivo y de alto valor cívico arremeter contra él con firmeza y decisión siempre que la situación sea propicia por cuanto significa el rechazo más absoluto a la autocracia, a la prepotencia, a la represión, a la intolerancia, a la ignorancia y, en definitiva, a todo lo que al régimen político y su fundador e indiscutible protagonista tan espléndidamente significaron. Es, sobre todo, una reafirmación positiva, constante, permanente de los valores democráticos que el Franquismo se dedicó a escarnecer de manera continuada y perversa hasta el fin de sus días. Jamás deberíamos ceder ni un milímetro en esa reafirmación.

Bien. Confieso abiertamente que, dadas las “excelentes” críticas que recibían los libros precedentes de don Pío sobre la II República de mano de los profesionales de la historia, no me había tomado ni la molestia de hojearlos brevemente. El tiempo -dicho queda- es oro. ¿Para que perderlo tontamente, si es un bien siempre escaso, con semejante literatura habiendo tanta interesante e importante por leer? Al fin y al cabo la crítica supone una imprescindible labor orientativa para el hipotético lector.

Sin embargo, confieso de nuevo: “Padre, he pecado gravemente. He sido incoherente con mis propios principios y he incurrido en un perverso ejercicio de masoquismo “intelectual”(¿?) impropio de un buen cristiano”. Un amigo (es un decir), me regaló el último mamotreto de don Pío que me apresuré a apilar directamente en mi biblioteca sin ni siquiera leer el prólogo. ¡Hay tanto por leer! Pero como se me había invitado a dar una conferencia en un seminario en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense, precisamente sobre los mitos de la Guerra Civil, probablemente porque yo mismo había escrito sobre el asunto[1], me creí en la obligación moral de echar al menos un vistazo al libro de don Pío sobre el particular que acababa de publicar y estaba convirtiéndose en un auténtico fenómeno editorial[2], no fuera a ser que algún alumno aventajado o nostálgico, vía familiar, de la España de Franco me inquiriera maliciosamente por semejante joya bibliográfica y tuviera que reconocer públicamente mi absoluta ignorancia al respecto. Era un peligro, pues soy poco dado a hojear libros y, a la que me descuido, me encuentro leyéndomelos de cabo a rabo rotulador en ristre. Siempre pienso en lo que decía Cervantes, citando a Plinio el Joven creo recordar, en el sentido de que no hay libro tan malo del que no pueda extraerse algún provecho.

Hice pues de tripas corazón y me puse manos a la obra. Me quedé literalmente estupefacto nada más iniciar su lectura. ¡Había nacido una nueva estrella! Don Ricardo de la Cierva, quedaba “definitivamente” reducido a la condición de simple pardillo. Todo lo que se diga es poco. Señoras y señores: ¡Estamos ante un nuevo titán de la historietografía neofranquista! Repiquen las campanas del universo mundo y dispónganse los nostálgicos de por el Imperio hacia Dios para gozar de nuevo con la “caña al rojo” hasta que la “endiñe” y las loas azules al nuevo amanecer español. Los admiradores del general patas cortas, de cerillito, pueden respirar tranquilos pues don Pío, cual nuevo Cid Campeador, va a restituirles él solito toda la apestosa mitología franquista con que el sádico régimen del general castigó inmisericorde las indefensas meninges de sus súbditos durante cuarenta años interminables...

Un inciso. (Me encanta ser políticamente incorrecto cuando de dictadorzuelos se trata y si se alborotan por ello algunas mentes seráficas que consideran que “la forma” determina “el contenido”, y me reducen así a la condición de mero polemista, pues muy bien. No seré yo ni quien se adorne con plumas ajenas ni quien ose ponérselas a nadie, pero los aficionados a hacerlo que no se descuiden no sea que el plumón que llevan en la retaguardia acabe por hacerles cosquillas en salva sea la parte).

A expresiones como las que anteceden (pardillo, cerillito, etc) los exquisitos las llaman comentarios ad hominem de los que debe de huir el profesional de la Historia. Es cierto. O sí pero no. Tienen razón y no la tienen. Pero tampoco seamos hipócritas y falseemos nuestro pensamiento hasta el punto de no reconocernos ni nosotros mismos. Equivocados puede, o muchas veces, pero falsos, nunca. Yo siento el mayor de los respetos por todos los colegas y compañeros y sólo entro excepcionalmente en polémicas cuando alguien empieza por no respetarse así mismo o por razones de principio y más si percibo algún tipo de agresión improcedente. En cualquier caso nunca disparo primero y desde luego no soy dado a poner “cristianamente” la otra mejilla. intentando en el envite ser lo más respetuoso que puedo. Pero no todos son colegas ni compañeros ni se ajustan a unas reglas deontológicas mínimas. Además en estas cuestiones hay mucho intrusismo. Siempre me acuerdo de Santiago Casares Quiroga, quien fuera Jefe de Gobierno de la II República española, cuando dijo que él, contra el fascismo, era “beligerante”. Se lo criticaron mucho. Por lo visto no es políticamente correcto ser beligerante ni contra el fascismo. Pues niego la mayor. Como, hoy por hoy, no tenemos fascismo en España, no caben semejantes declaraciones de beligerancia. Cierto, pero contra la estupidez mental, resulta inevitable acabar alistándose pues conviene no olvidar que los tontos no descansan nunca. ¿Y si ganan la batalla? No se olvide que, a partir de Adán, los tontos están en mayoría y, ¿no es la democracia el imperio de las mayorías? “Atentos”, como dice el siempre lúcido Miguel Angel Aguilar.

Lo que de verdad es imperdonable es escribir aburriendo. Además los combates, al menos entre caballeros, han de librarse con las mismas armas y en igualdad de condiciones. Escribir “profesionalmente” para contrarrestar en el campo mediático a personajes como Pío Moa es “echar margaritas a los cerdos”. Hay una cosa que se llama adjetivos calificativos que están para ser usados y que como su propio nombre indica sirven para calificar adecuadamente al sustantivo al que acompañan y he de confesarles que, a mi juicio, quizás equivocado (?), dichos adjetivos si acompañan adecuadamente a sus correspondientes sustantivos resultan de lo más expresivos y le ahorran a uno muchos circunloquios.

Vayamos al grano. Los planteamientos revisionistas de don Pío a propósito de la II República y, la Guerra Civil española y el Franquismo, están débilmente montados sobre una pobrísima documentación, nunca de primera mano, y han sido sistemáticamente demolidos por la crítica especializada no obstante lo cual, se le ha presentado por los voceros del Franquismo sociológico como un autor de referencia inexcusable, lo que le ha permitido vender holgadamente sus libros sobre dicho período histórico. Francamente no sé muy bien a quién ha podido hacerlo pues no profeso Sociología de la Literatura, especialidad en pasquines, panfletos y demás libelos ni Subcultura de Masas, especialidad intoxicaciones, demagogias y otras hierbas. Pero es la última de sus entregas librescas citada, completamente ayuna de investigación novedosa y de propuestas teóricas renovadoras, la que está consiguiendo el raro prodigio de multiplicar sus ediciones ad infinitum, aunque son conocidas las manipulaciones a este respecto en que incurren algunas editoriales a efectos de marketing, no cabe dejar de lamentar el éxito editorial de semejante inanidad bibliográfica que me niego rotundamente a calificar de historiográfica, pues estamos ante un nuevo propagandística de Franco y su régimen.

Según parece es un fenómeno fundamentalmente senil (nostálgicos del Franquismo) o juvenil (adolescentes dispuestos como siempre a “matar al padre”). Como la generación de los padres es demócrata, y por tanto retrospectivamente anti-franquista y pro-republicana, sus hijos y nietos contestatarios, tan encantados de ir siempre a la contra, compran -no sé si leen- a “ese” señor que les “da cera” a sus progenitores donde más les duele: los valores que tanto les costó reconstruir después de los años de sangre y de plomo y tanto les cuesta transmitir a sus consentidos retoños. “¡Venga papá, no me des ya más la vara con tus monsergas!”

Lo verdaderamente grave e incomprensible de este asunto para mí es que, respetados historiadores en su tiempo, que tanto nos ayudaron a empezar a desentrañar algunas de nuestras claves históricas contemporáneas, con importantes aportaciones historiográficas que tanto contribuyeron a demoler la propaganda franquista, se apunten ahora a dar cobertura “científica”(¿?) al más significativo de los neo-propagandistas franquistas del momento. Algo que tampoco puede sorprender cuando semejante actitud había empezado ya pretendiendo otorgar carta de honorabilidad historiográfica a ilustres predecesores como Ricardo de la Cierva.

En cualquier caso se presenta el libro citado sobre la guerra de Pío Moa como novedad historiográfica (sic) cuando se trata de meros apuntes de lectura (desde luego escasas y, probablemente, meras consultas) desvergonzadamente presentadas como un sólido trabajo de investigación que, sin embargo, no resiste el análisis intelectual más templado a no ser que ahora se llame “investigación” al simple comentario bibliográfico y a la “refritanga” más obscena trufada de opiniología. Se trata de una nueva reedición de todos y cada uno de los añejos tópicos franquistas, reivindicando autores que han sido literalmente triturados por la Academia, e ignorando en cada uno de los temas que aborda a los verdaderos especialistas que han hecho aportaciones de mérito.

No deja de ser paradójico que quien otrora fuera natural enemigo público del Franquismo, en tanto que militante de la organización terrorista de extrema izquierda GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre), así llamados porque en esa fecha de 1975, cuando se dieron sangrientamente a conocer, fueron asesinados a sangre fría cuatro policías que ejercían labores de vigilancia, haya sido finalmente incorporado -Deo gratias- a la “Buena Causa” anti-republicana y pro-franquista hasta el punto de haberse convertido en uno de sus propagandistas más eficaces. Hay que enfatizar que de sabios es cambiar de opinión, sobre todo cuando ahora, al menos la versión impresa de semejantes planteamientos ideológicos, no hace correr ríos de sangre invocando redenciones, expiaciones o revoluciones de uno u otro signo (extremo) sino apenas ríos de tinta inútil al servicio -como siempre- de la Gran Causa de “la Verdad” (“revelada”, nunca indagada).

Es el caso que Pío Moa, no aporta absolutamente nada al conocimiento histórico[3]. Como todo buen converso, va aún más allá de los viejos planteamientos franquistas más propagandísticos y deformantes en su afán de legitimar ese “espíritu del 18 de julio”, ávido de sangre, que tan traumáticamente fracturó España en el pasado siglo y que, según puede apreciarse por la obra de referencia, tristemente aún colea. ¿Qué querrá hacerse perdonar tan extraviado terrorista, ayer, y tan “eximio” escribidor, hoy? ¿Se vende más como “rojo” arrepentido pasándose al “enemigo” con armas y bagajes o es que, en realidad no nos hemos movido nunca de donde hemos estado siempre? Sabido es que el GRAPO fue sucesivamente infiltrado por agentes de la policía franquista. ¿Fue acaso una mera creación policial de la peor extrema derecha española? De hecho, cuando en los ya lejanos tiempos de la transición a la democracia fueron liberados el teniente general Emilio Villaescusa Quilis, Presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar y Antonio María de Oriol y Urquijo, Presidente del Consejo de Estado, los feroces terroristas secuestradores del GRAPO franquearon la puerta muy amablemente a los policías liberadores completamente desarmados (suponemos que siguiendo instrucciones del manual del perfecto terrorista) que muy educadamente habían tocado el timbre como avisando de su inesperada llegada. Operación policial de guante blanco. A veces no es que los extremos (policías y ladrones, terroristas y contraterroristas) se junten o se toquen, es que pueden llegar a ser perfectamente intercambiables. Decía Bertold Brecht en su Loa a la dialéctica que después de hablar los que dominan habrían de hablar los dominados. ¿Y si son siempre los mismos? Lo que no es normal es que la Historia en este país pretendan escribírnosla siempre los sacerdotes (fray Justo Pérez de Urbel, primero) los policías (Eduardo Comín Colomer, a continuación), los censores (Ricardo de la Cierva, posteriormente) o los terroristas (Pío Moa, ahora). Todos, al parecer, muy aficionados a la Historia después de...

No cabe excluir la posibilidad de que, ante el resurgir de la memoria democrática, puesta de manifiesto mediante numerosas publicaciones, y con el tema de las exhumaciones de cadáveres de “paseados” por los vencedores de la Guerra Civil española en los medios de comunicación, el franquismo sociológico, sus herederos ideológicos, se hayan visto en la necesidad de desempolvar sus vetustos clichés a modo de reafirmación personal. Que se estén tranquilos. Nadie pretendió nunca tras la muerte de Franco y menos va a pretender ahora reabrir tribunal de inquisición alguna. La historiografía mal que les pese seguirá su curso, proseguirá su labor sine ira et studio. Hay tanta “ira” por parte de los profesionales de la Historia sobre estos asuntos como “estudio” por parte de estos nuevos propagandistas. Es decir, ninguna; nulo. Pero lo que no vamos a hacer es callarnos y dejarles el camino expedito.

¿Cómo se puede tener la desvergüenza de pretender haber escrito un libro de Historia ayuno de investigación, sin haber pisado un archivo, sin desempolvar ninguna fuente primaria, sin ni siquiera un mínimo de referencias bibliográficas, solventes o no, reproduciendo todos y cada uno de los tópicos propagandísticos puestos en circulación por Joaquín Arrarás, el gran propagandista de la santa cruzada de liberación nacional del generalísimo Franco en la inmediata postguerra, absolutamente superados por la publicística al uso? ¿Cómo se puede pretender haber escrito un libro sobre los mitos de la guerra sin detenerse mínimamente a explicarnos qué es lo que él entiende por tal limitándose a transcribir la definición del diccionario para, a continuación ponerse a escribir sobre lo divino y lo humano de la Guerra Civil ignorando por completo toda la investigación puntera sobre todos y cada uno de los temas (todos) que con singular desparpajo aborda? ¿Cómo se puede afirmar que el general golpista Francisco Franco fue más respetuoso con la Constitución que el mismísimo Manuel Azaña que fuera sucesivamente ministro, jefe de Gobierno y presidente de la República? ¿Cómo puede sostenerse a estas alturas del curso que el tema de la represión quedó completamente zanjado por el general Ramón Salas Larrazábal cuyos trabajos sobre el particular fueron inmediatamente cuestionados por numerosos investigadores que los rechazaron de plano y cuyo cálculo cuantitativo erró en prácticamente el 100% como han demostrado fehacientemente todas y cada una de las investigaciones de campo que le siguieron?

Francamente, no irrita tanto el desconocimiento absoluto que de semejantes comentarios cabe inferir como la firme sospecha por no decir la absoluta convicción de la expresa voluntad de manipular la Historia con evidentes fines propagandísticos. ¿Al servicio de qué? ¿Cómo puede ignorarse la ingente masa de tesis doctorales, de trabajos y estudios monográficos e investigaciones locales y territoriales que desde 1977, fecha de publicación del famoso libro de Ramón Salas, hasta hoy han proliferado por todo el territorio nacional desde el Cabo de Creus hasta Ayamonte y desde el Cabo de Gata hasta Finisterre y que, literalmente, han triturado y despiezado todos y cada uno de los planteamientos metodológicos así como las cifras aportadas por tan ilustre militar?

Al despiece metodológico de las pretensiones “científicas” del estudio del general Ramón Salas, absolutamente convencido de la inanidad e inconsistencia de reputados especialistas extranjeros, como Hugh Thomas o Gabriel Jackson, a los que se refería con maneras más propias del general franquista que era que del historiador que pretendía ser, hay que añadir todo el cúmulo de aportaciones al respecto que son ya legión. Han llovido multitud de investigaciones, de estudios empíricos concretos, que han corroborado nuestros planteamientos y han dejado el estudio de Ramón Salas, que al menos intentó introducir algo de racionalidad en el asunto frente a sus propios propagandistas, completamente obsoleto[4].

¿Cómo se puede sostener a la altura del 2003 que había una conspiración comunista previa al golpe militar del 18 de julio que, así, habría justificado éste como medida preventiva cuando tal montaje (se aportaron como prueba documentos falsos) fue contundentemente desmenuzado por Southworth hace la friolera de 40 años?[5] ¿Cómo puede escribirse un capitulito sobre una figura de la importancia de Juan Negrín ignorando por completo a Juan Marichal, al mismo Herbert R. Southworth, a Manuel Tuñón de Lara o a Ricardo Miralles (quien por cierto ya tiene en prensa su esperada monografía sobre Negrín)[6], cuando dichos autores son prácticamente los únicos que han prestado alguna atención a tan singular como relevante personalidad. Ahora, gracias a trabajos de investigación sólidos, como el citado de Miralles, frente a la inanidad demagógica de los articulitos de combate de los Moas o los Jiménez Losantos de turno, podemos conocer mejor la fascinante y compleja trayectoria política del doctor Negrín en el decenio de los treinta. Moa, Losantos, lo ignoran todo sobre Negrín, no han hecho investigación específica sobre su figura y, sin embargo, pretenden sentar cátedra sobre el asunto...

Sinceramente, que a 28 años de la muerte de Franco y con toda la bibliografía seria y rigurosa existente sobre la II República, la Guerra Civil y el Franquismo, el señor Moa esté rompiendo todos los techos de venta imaginables es algo -repito- que escapa por completo a mi capacidad de entender el mundo en el que vivo salvo la obvia constatación de que el consumo de tinto “Don Simón” es y será siempre notablemente superior al “Vega Sicilia” de cualquier añada. Con una importante diferencia: el “Vega Sicilia” sólo se lo pueden permitir los pudientes, mientras que por el mismo precio, ventajas de la cultura, pueden comprarse simples libelos u obras sólidas de investigación. Eso sí, antes de comprar cualquier cosa, hay que informarse un poco para no equivocarse de producto y llevarse uno ya caducado desde su mismo origen que, aunque no siempre, papá tiene algunas veces razón, y sabe más el diablo por viejo que por diablo. ¡Ah!, y si ante casos como este (fenómeno Moa) alguien se atreve a cuestionar la cultura política de este país que según la ortodoxia imperante es similar a la del resto de países europeos (¿Francia, Reino Unido, Alemania, Suecia, Noruega, Dinamarca...?) te acusan enseguida de estar en la luna de Valencia y de no enterarte nada.

No deja de ser penoso desde el punto de vista de la cultura política de un país, que es el que por razones obvias más me interesa, que un simple propagandista incapaz siquiera de renovar tal repertorio venda más que el conjunto de los especialistas en la materia a los que manipula e ignora con singular desparpajo manipulando sus investigaciones y, al mismo tiempo, se indigne por la crítica demoledora que reciben sus libelos. ¿Qué puede esperar?

Lo asombroso de todo este asunto es que historiadores otrora respetables, como el citado Stanley G. Payne, pretendan ahora presentarnos a un don Pío injustamente perseguido o ninguneado por todo el conjunto de la historiografía española[7]. Hubo un tiempo en que Payne tenía mucho que decir, entre otras razones porque él podía decirlo y, aquí, en España no podía decirse ni escribirse nada que contradijera la “ortodoxia franquista” imperante a cuyo cuidado estaba nada menos que Ricardo de la Cierva por mandato del entonces ministro de Información y Turismo Manuel Fraga Iribarne. Quizás ahora podamos entender porque ambos (Payne y de la Cierva) se jaleaban mutuamente con tanta devoción. Hoy, cuando en España ya no son imprescindibles los Payne de entonces, sencillamente porque hay libertad, nos sale el profesor de Wisconsin-Madison en defensa de la “obra” del libelista Pío Moa, diciendo a propósito de las tesis doctorales sobre la guerra que se hacen en España, que: “Se trata casi siempre de estudios predecibles y penosamente estrechos y formulistas, y raramente se plantean preguntas nuevas e interesantes. Los historiadores profesionales no son, a decir verdad, mucho mejores. Casi siempre evitan suscitar preguntas nuevas y fundamentales sobre el conflicto, bien ignorándolas, bien actuando como si casi todos los grandes temas ya se hubieran resuelto”. Qué audacia. Qué prepotencia. Ahí queda eso. (Y... entonces llegó Fidel): “Dentro de ese vacío parcial de debate histórico surgió repentinamente hace cuatro años la pluma previamente poco conocida de Pío Moa...” Efectivamente, era sólo conocido por su “pipa” (pistola). Ahora, como en el verso de Vicente Aleixandre, pretende hacer de las espadas asesinas dulces labios. Pero no engaña a nadie, salvo a Payne pues, en verdad, hay labios como espadas. ¡Acabáramos! A libro por año..., ya digo, estamos ante un nuevo titán de la historiografía, según Payne (¿o quiso decir “historietografía”?). Este nuevo oráculo de Delfos sentencia sobre los escritos de Moa sin que el rubor se le suba a las mejillas: “Considerados en su conjunto constituyen el empeño más importante llevado a cabo durante las dos últimas décadas por ningún historiador, en cualquier idioma, para reinterpretar la historia de la República y la Guerra Civil”. “¡Toma nísperos!” Como dice el gracioso oficial del reino, la más ingeniosa pajarita de la banda que, aún senil, no deja de segregar su baba viscosa de viejo fascista en su columna diaria de ABC. Yo, si fuera directivo o miembro de cualquiera de las Asociaciones de historiadores de este país presentaría una demanda contra el señor Payne por menoscabo del honor profesional del gremio en su conjunto.

“Y al séptimo día descansó”. Pero aún hay más. El profesor norteamericano dice con convicción: “Cada una de las tesis de Moa aparece defendida seriamente en términos de las pruebas disponibles y se basa en la investigación directa o, [Inciso] (Aquí se da cuenta de que se está “pasando” y “matiza”...) más habitualmente, en una cuidadosa relectura de las fuentes y la historiografía disponibles”.

Ni seriamente, ni pruebas de ningún tipo, ni investigación directa, ni cuidadosa relectura de fuentes... ni nada que se le parezca. Payne, hemos de decir, sin el menor énfasis, miente. Miente con descaro. No puede tergiversarse la realidad de forma tan manifiesta. Necesariamente hemos de sentirnos ofendidos sus lectores y replicarle con firmeza. Me resulta penoso el uso de semejante adjetivo con el profesor norteamericano, pero no he encontrado otro más preciso y no veo razón de ser políticamente correcto con un simple y elemental mentiroso que demuestra con semejante afirmación que ni siquiera ha hojeado el libro que pretende reseñar. No pretenda estafar a sus incautos lectores. El profesor Payne, a estas alturas, hace “crítica” ideológica, apriorística, no científica. Como de lo que se trata es de arremeter contra la izquierda en cualquier tiempo y lugar, como el objetivo primordial no es hacer (más modestamente escribir) historia sino ir, por sistema, contra las interpretaciones constitucionalistas y democráticas de la España de los años 30 (él mete a todos los críticos -rojos- en el mismo saco), cualquiera vale. En este caso Pío Moa que “pasaba por allí...” Dice Payne de quienes osan descalificar al nuevo titán: “Los críticos adoptan una actitud hierática de custodios del fuego sagrado de los dogmas de una suerte de religión política que deben aceptarse puramente con la fe y que son inmunes a la más mínima pesquisa o crítica. Esta actitud puede reflejar un sólido dogma religioso pero, una vez más, no tiene nada que ver con la historiografía científica”. ¿Fuego sagrado? ¿Dogmas? ¿Religión? ¿Fe? Pero, ¿de qué está hablando sino del bando franquista?

Eso es justamente lo que hace Moa y quienes le jalean como es su caso. Payne ha perdido el norte y demuestra desconocer por completo el estado de la cuestión de la historiografía española contemporánea o, por mejor decir, como sus resultados contradicen sus prejuicios ideológicos, no ya contra la izquierda sino contra simples liberales y demócratas (en su ignorancia o sectarismo debe de pensar que a Franco sólo se le opusieron izquierdistas revolucionarios), se agarra al primer propagandista que pasa para aferrarse a un muy hispánico “sostenella y no enmendalla”. Albricias, cuando tantos españoles empiezan a desprenderse del pelo de la dehesa, hete aquí que don Stanley se nos hace cada vez más ibérico, más reacio a la racionalidad, al sentido común y a los mismos fundamentos empíricos, que son la base de la ciencia que dice cultivar. Clama por una “historiografía científica” y nos pone como “modelo” a un vulgar propagandista. Y aún hay más, la Revista de libros le concede el honor de presentar su escrito como artículo destacado. Se han equivocado. Naturalmente hacen bien en acoger las opiniones de Payne o de cualquier otro que sea capaz de fundamentar las suyas con un mínimo de competencia. Pero no es ahora el caso. Hubo un tiempo en que Payne lo hacía con solvencia pero, definitivamente, se le ha parado el reloj. Como mejor prueba, el mentado número de la revista acoge al final de sus páginas en letra menuda una carta del profesor Moradiellos sencillamente demoledora de las pretensiones historiográficas del señor Moa, limitándose por razones de espacio a un único tema: la intervención extranjera. La revista debería haber invertido los formatos de Payne y Moradiellos puesto que lo del primero es insustancial y lo del segundo verdaderamente sustantivo. Compare el lector los contundentes argumentos de Moradiellos tomando un caso concreto y las divagaciones tramposas del profesor norteamericano. Esperamos la respuesta de Payne y de Moa con auténtica ansiedad... ¡No nos defrauden!

Qué puede esperarse ya del profesor Payne cuando para seguir elogiando a Moa apela a referencias de autoridad como la siguiente: “Uno de los más distinguidos contemporaneístas de la actual historiografía española, Carlos Seco Serrano (conocido por su objetividad y ausencia de partidismo), ha tildado las conclusiones en uno de los libros de Moa de <>”. Pues no puede esperarse ya nada. Se trata de un caso perdido. Carlos Seco Serrano es ese distinguido contemporaneísta que se obceca en presentarnos a un Alfonso XIII como irreprochable rey constitucional en contra de toda la investigación puntera al respecto. Tan objetivo historiador hace máximo responsable de la destrucción de la República a Manuel Azaña. Ese historiador objetivo y complaciente con la España de Franco, como mejor prueba de su objetividad puesto que Franco fusiló a su padre por mantenerse fiel a sus juramentos militares a la bandera, es el mismo que tuvo la desvergüenza (de nuevo el adjetivo cumple su función adecuadamente calificativa) de copiar en uno de sus libros sobre la España contemporánea la bibliografía del famoso libro de Hugh Thomas como para dotar a su pretendido estudio de una supuesta información y erudición de la que carecía de modo absoluto. También intenta imponernos su visión de que la CEDA era un partido de orientación demócrata cristiana contra toda evidencia empírica. Pero, por lo visto, su palabra es la ley..., por mucha tesis doctoral atiborrada de documentación que pueda esgrimirse en contra de semejantes planteamientos ideológicos que no historiográficos. Por si fuera poco nos “teoriza” de continuo sobre el “centrismo” como la gran panacea de la política confundiendo categorías y conceptos exclusivos de la geografía y de la geometría con los propios de la Ciencia Política o de la Historia de la que es académico... En fin. Payne también nos presenta al prolífico César Vidal (otro genio), capaz de escribir un libro sobre el sexo de los Angeles en unos meses y, a los pocos siguientes de hacerlo, ofrecernos -según Payne- otro de ellos como “el más completo estudio de las Brigadas internacionales en ningún idioma”. ¡Milagro! De nuevo, ¡ahí queda eso! Hay talentos verdaderamente espectaculares y padrinos y patrocinadores sin el menor sentido del ridículo. Afortunadamente el campo del hispanismo sigue siendo fértil y, si un día, hombres como Payne, nos resultaban absolutamente imprescindibles, la mejor prueba de la buena salud y del auge de la historiografía española es constatar que hoy, Payne, resulta absolutamente prescindible.

Visión bien distinta de la obra de Moa es la que nos ofrece la profesora Helen Graham una de nuestras más competentes hispanistas actuales, especialista en la España contemporánea y, particularmente en la Guerra Civil española. Graham si se ha tomado la molestia de leer a Moa y ha dedicado a su libro una amplia reseña en el prestigioso Times Literary Supplement. Lo que ha hecho Moa: “is not an unravelling of myths into the complicated and contradictory stuff of history, but rather a crude repackaging of Francoist myths”. Sí, efectivamente, Moa, en modo alguno acomete una desmitificación sobre la base del complejo y contradictorio análisis de los hechos históricos sino apenas “un grosero envoltorio de mitos franquistas”. El pretendido debate de Moa con la historiografía española, según Payne, no es tal de acuerdo con Graham, “because he simple does not accept the basic rules of evidence that underpin profesional historiography, separating it from propaganda and mythmaking”. Efectivamente, una cosa es pretender hacer historia y otra bien distinta hacerla efectivamente. Simplemente Moa “no acepta las reglas básicas de la evidencia que sostiene la historiografía profesional, separando de ella la propaganda y la mitificación”. A Pío Moa con su obra y con la alta estima que tiene de sí mismo le pasa aquello que tan sagazmente expresaba Ortega y Gasset cuando decía que, la diferencia entre querer ser y creer que ya se es, es la que va de lo trágico a lo cómico. Un auténtico despropósito de la razón. Como dice Helen Graham: “Moa, in spite of some bombastic claims, presents no news evidence himself. He also refuses to accept, without interrogation, the huge volume of archival evidence -Spanish, Italian, German and, latterly, Russian- that underpins the past quarter century of historical scholarship on the civil war”. Ni más ni menos. Moa, a pesar de sus demagógicas reclamaciones, no presenta la menor prueba por sí mismo. También rechaza aceptar la enorme evidencia que ofrecen los voluminosos archivos españoles, italianos, alemanes y, últimamente, rusos existentes durante el último cuarto de siglo para el estudio académico de la guerra civil. “In ignoring the empirical evidence painstakingly gathered and published in Spain over the past decade and a half, Pío Moa places himself epistemologically and ethically in the category of Holocaust deniers”. Efectivamente. Ignorando la evidencia empírica que con el mayor detalle se ha recogido y publicado en España durante los últimos quince años, Pío Moa se sitúa él mismo epistemológica y éticamente en la misma categoría que quienes niegan el Holocausto.

Ciertamente, después de lo dicho, no merece la pena perder ya ni un minuto más con semejante bluff.

A pesar de los pesares, a pesar de Ricardo de la Cierva ayer o de Pío Moa, hoy, y de los jaleadores a lo Payne que les sirven de claque, la historiografía seria y rigurosa de la Guerra Civil, los profesionales de la misma, los que hacen historiografía, no los meros propagandistas que apenas reproducen mecánicamente los añejos mitos impuestos por la propaganda de guerra franquista, seguirá firme su camino. Sin prisa pero sin pausa. Créanme este wishfull thinking: Pío Moa no pasará a la historia de la historiografía de la Guerra Civil o, mejor dicho, habrá que buscarle en las referencias bibliográficas dedicadas al estudio de la propaganda y las justificaciones ideológicas franquistas y posfranquistas después de otros historietógrafos “relevantes” como Ricardo de la Cierva, como Angel Palomino o como Fernando Vizcaíno Casas, así como en el de otros destacados escribidores metidos también a historietógrafos cuando tocan a rebato o se trata de echarse un buen puñado de euros al bolsillo. Como Federico Jiménez Losantos, premio “Espejo de España 1994” de ensayo con un libro sobre Azaña[8] “fusilado” deprisa y corriendo del de Cipriano de Rivas Cherif[9], para llegar a tiempo de cobrar el premio previamente prometido. Este “modélico” e “incorruptible” personaje cometió la bajeza -ya tantas y todo un honor proviniendo de él- de incorporarme a lo que semejante mequetrefe ha llamado la “cofradía de la checa”, que sería la encargada de suministrar “basura ideológica”[10] a José Luis Rodríguez Zapatero (y yo sin enterarme). O un tal José María Marco, profesor de francés primero, azañólogo después, pretendido historiador y destacado secuaz del precedente, que me tildó de “estalinista” (¡?) apenas por criticar, con todo fundamento y abundante documentación, a su jefe copión y boquirroto[11]. Esta gente tilda de chequista y estalinista al discrepante, al crítico (mordaz y cáustico, desde luego) que se limita a dejarles con las vergüenzas al aire. Lo que no tiene especial mérito puesto que carecen de cualquier tipo de vergüenza de modo absoluto. Semejante “chequista” ni siquiera hizo de meritorio en el partido comunista en sus años mozos, como sí hiciera -¡qué cosas!- el mozo Jiménez Losantos militante izquierdoso en el PCE (de Bandera Roja, creo recordar). Quizás, por haber sido él mismo uno de ellos, no sólo ve en sus alucinaciones “rojos” hasta en la sopa boba que debe tomar a diario sino chequistas hasta debajo de las piedras. Encima va dando clases por esos mundos de Dios de liberalismo y democracia. “¡Manda güevos!” que diría nuestro ilustre Federico Trillo-Figueroa. Yo propondría a cualquier doctorando en Ciencia Política, o Historia, o Sociología, o Psicología, o Psiquiatría (¿por qué no?) el siguiente tema de investigación con vistas a su obtención del grado de doctor: “Liberalismo y democracia en la “obra” de Federico Jiménez Losantos. Para una hermenéutica del lenguaje liberal: los diarios ABC y EL MUNDO como nuevos paradigmas del columnismo de qualité”. Y ¿qué tribunal solvente podría constituirse para tal? ¿Pedro Jota? ¿Luis María Anson? ¿Pío Moa? ¿el sr. Marco? ¿Angel Palomino..? ¡Imposible!, ninguno de ellos es ni siquiera doctor..., lo que no les impide pretender adoctrinar a todo bicho viviente sobre lo divino y lo humano día sí, día no, y el de en medio también. Qué jeta.

En fin. No incurriré yo en el despropósito de llamarle a él, a su fiel escudero o a cualquier otro de sus ilustres secuaces “fascistas”. Estos personajes citados no son tales. Son, simplemente, indocumentados charlatanes, demagogos de a céntimo el 1/4 kg., que necesitan llenar sus columnas de prensa diarias con perversas manipulaciones del impenitente y contumaz rojerío, sensacionales descubrimientos tipo mar Mediterráneo y fatuos fuegos de artificio para que se fijen un poco en ellos y les sigan renovando el contrato. Son políticamente el equivalente de esos programas basura de la televisión. Son la salsa rosa de la politiquilla y la historietografía. El periodismo amarillo nunca había tenido en nómina, jamás antes había dispuesto de tan destacados mercenarios de la pluma, como ahora. ¡Y con ínfulas de intelectuales y escritores! No te lo pierdas. Lo dicho: degradan cuanto tocan. Seguro que el gracioso oficial de ABC en realidad se inspira, aparte de en él mismo, en tan brillantes compañeros cuando escribe sus romances de tonto aunque naturalmente apunte únicamente a los “rogelios”, como siempre. Este “príncipe de los ingenios” parece olvidar las sabias palabras de Jules Renard: “El ingenio es a la verdadera inteligencia lo que el vinagre al vino fuerte y de buena añada: un brebaje para cerebros estériles y estómagos enfermizos”.

Llegados a este punto, que ya demasiado tiempo hemos perdido de la manera menos provechosa, semejantes personajes si que se merecen por nuestra parte al menos una frase estalinista por más que, paradójicamente, la pronunciara uno de los más fervientes enemigos del estalinismo aunque en el momento de pronunciarla era uno de los bolcheviques más aguerridos. Ahora nos viene al pelo visto lo visto. Nos la han servido en bandeja.

Trotski, en el famoso congreso de los soviets que tuvo lugar el 7 de noviembre de 1917, le dijo a Martov, líder de los mencheviques: “¡Sois gentes aisladas y tristes; habéis fracasado; vuestro papel ha terminado! ¡Id donde pertenecéis: al basurero de la historia!” Trotski no tenía razón entonces. La tuvo después; estos epígonos, tampoco: ni ahora, ni antes, ni nunca como cualquier otro extraviado que se ha apartado de la razón.

Sí, el cubo de la basura, es su sitio natural. Lo dicho. Quosque tandem... abutare patientia nostra!

En el ruedo ibérico a 29 de julio de 2003.



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[1] Alberto Reig Tapia, Memoria de la Guerra civil. Los mitos de la tribu. Alianza. Madrid, 1999.

[2] Pío Moa, Los mitos de la Guerra Civil. La Esfera. Madrid, 2003.

[3] Véase el incomprensible -ya cada vez menos- artículo de Stanley G. Payne, “Mitos y tópicos de la Guerra Civil” (Revista de libros, núm.79-80. Madrid. Julio-agosto 2003, pp. 3-5, pretendiendo vanamente lo contrario.

[4] Ramón Salas Larrazábal, Pérdidas de la guerra. Planeta. Madrid, 1977. Véase, Alberto Reig Tapia, “Consideraciones metodológicas para el estudio de la represión franquista en la guerra civil” (Sistema, núm. 33. Madrid. Noviembre, 1979, pp. 99-128), y Alberto Reig Tapia, Ideología e Historia sobre la represión franquista y la Guerra Civil. Akal. Madrid, 1984 y 1986, cap. IV. “Cuantitativismo e ideología”, pp. 91-121. Ricardo de la Cierva, tras afirmar con la demagogia que le caracteriza que Ramón Salas había “dilucidado definitivamente el problema”, me acusó de tratar de “enfangar” la obra de Salas y calificó de “alucinaciones vengativas” los comentarios de [le cito] “un buen señor Reig Tapia, a quien no merece la pena refutar” (Ricardo de la Cierva, Los años mentidos. Falsificaciones y mentiras sobre la historia de España en el siglo XX. Fénix. Boadilla del Monte, 1993, p. 98). No obstante lo cual, el mismo Ramón Salas noblemente escribió: “Tal vez el más serio de cuantos han analizado mis trabajos haya sido Alberto Reig Tapia”. (Ramón Salas Larrazábal, Los fusilamientos en Navarra en la guerra de 1936. Comisiones de Navarros en Madrid y Sevilla, Madrid, 1983, p. 16). Se coge antes a un mentiroso (o a un tonto que tanto monta) que a un cojo. Dicho sea todo ello por si todavía le cabe a alguien que pueda leer estas páginas la menor duda sobre la solvencia intelectual y la catadura moral del señor De La Cierva..., el “gran maestro” de Pío Moa.

[5] Véase, Herbert R. Southworth, El mito de la cruzada de Franco. Crítica bibliográfica. Ruedo Ibérico. Paris, 1963.

[6] Ricardo Miralles, Juan Negrín. La República en guerra. Temas de Hoy. Madrid, 2003 (en prensa).

[7] Stanley G. Payne, opus cit.

[8] Federico Jiménez Losantos, La última salida de Manuel Azaña. Planeta. Barcelona, 1994.

[9] Cipriano de Rivas Cherif, Retrato de un desconocido. Vida de Manuel Azaña. Grijalbo. Barcelona, 1979.

[10] Federico Jiménez Losantos, “Violencias” (EL MUNDO, 30 de marzo de 2001, p. 4). Los ilustres cofrades seríamos, según este catamañanas, Julio Aróstegui (catedrático de la Universidad Complutense), Alberto Reig Tapia (catedrático de la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona), Julián Casanova (catedrático de la Universidad de Zaragoza) y Santos Juliá (catedrático de la UNED).

[11] Véase el texto “estalinista” que encendió las iras del sr. Marco en, Alberto Reig Tapia, “Tormento y éxtasis de Manuel Azaña: del infierno masónico al edén conservador”, en: Manuel Azaña: Pensamiento y Acción. (Edición al cuidado de Alicia Alted, Angeles Egido y Mª Fernanda Mancebo). Prólogo de Enrique de Rivas. Alianza. Madrid, 1996, pp. 323-346.