Papeles Rojos

En el socialismo, a la izquierda

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diciembre 30, 2006

Antonio Elorza: Nuevos problemas, viejas respuestas

publicado en El País, 27 de diciembre de 2006

Rebeldes con causa

En el curso de una de mis desafortunadas incursiones en la política, allá por 1981, participé como orador en el mitin organizado en un frontón donostiarra para la campaña electoral por el Partido Comunista de Euskadi. El episodio tuvo ribetes surrealistas, empezando por el hecho de que la única organización que nos apoyaba era una de homosexuales, lo cual no dejó de provocar asombro a algunos veteranos que procedían de la Tercera Internacional. Luego vino la tristeza de las gradas semivacías, pues no hay nada más desmoralizador para quien habla que tener enfrente más cemento que militantes. El acto se cerró, como era de rigor, con el canto del Eusko gudariak en euskera y de la Internacional en castellano. Cuando en el segundo himno entonábamos el "en pie famélica legión", se me ocurrió girar la mirada a la derecha, lo que me llevó a contemplar las orondas tripas de mis compañeros de mesa, Roberto Lertxundi incluido (por no hablar de la mía propia). De pronto lo entendí todo: por muy eurocomunista que fuera, la mercancía que ofrecíamos nada tenía que ver con la sociedad vasca de fin de siglo. Allí no había famélicos, sino tragones. Así que bajé el puño y rompí a reír a carcajadas, provocando una general estupefacción.

La experiencia me llevó a recordar que seguía siendo válida, y aplicable a la situación económica mundial de hoy, la apreciación de Carlos Marx acerca de la inhibición de los trabajadores ingleses ante la opresión ejercida sobre Irlanda. Juicio que bien podría aplicarse a los asalariados europeos o americanos de hoy en relación a los países subdesarrollados. Por progresistas que sean sus ideas, los intereses les llevan a dar por buena la explotación. Sin espacio para la duda, la política de izquierda tiene que contar con ese obstáculo, manteniendo la exigencia del cambio sin perder de vista la necesidad de respetar el bienestar de los "trabajadores opulentos" del mundo euroamericano. Una difícil cuadratura del círculo, cuya orientación conservadora se encuentra reforzada por el fracaso de las revoluciones que a partir de 1917 buscaron la inversión de las relaciones de poder económico, poniendo the world upside-down. Los iniciales logros del modelo soviético en la industrialización, el trabajo de la mujer o un cierto igualitarismo, fueron de sobra superados por el enorme precio pagado en cuanto a la violación sistemática de los derechos humanos, que por añadidura, como sucede en la Cuba de Fidel, y sucedió en la URSS y las "democracias populares", se vio acompañada de la ineficacia económica. Por una de esas tretas del viejo topo, el único régimen comunista que escapa al callejón sin salida, después de los disparates en cadena protagonizados por Mao, lo ha logrado por medio de una restauración del capitalismo, y con una pura y dura restricción de los derechos de los trabajadores.

Las salidas tradicionales se encuentran, pues, cerradas a la vista de su espectacular fracaso. Queda en pie, con todo, la estimación de que no sólo la desigualdad ha aumentado en el marco de la globalización, sino de que el "nuevo orden internacional" anunciado por el mayor de los Bush ha sido incapaz de resolver los problemas pendientes, el palestino en primer plano, y que bajo el Bush menor el liderazgo americano se ha convertido en delirio estratégico, perdiendo el capital moral del 11-S con sus propias violaciones de derechos humanos (Guantánamo) y con la estupidez fundida con crímenes contra la humanidad en la invasión de Irak. Es la hora de los profetas sanguinarios, con Al Zawahiri a la cabeza, anunciando un castigo contra los infieles de dimensiones desconocidas, respaldado además de forma cada vez más intensa por una masa de creyentes sensibilizados, no ya por las prédicas de Al Qaeda, sino por las imágenes de Irak o de Líbano que están construyendo por vez primera la umma a nivel mundial gracias a las emisiones de la televisión Al Yazeera.

Así las cosas, es fuerte la tentación en la izquierda política de escapar a una realidad tan compleja y desfavorable, refugiándose en los símbolos y en las construcciones maniqueas, con frecuencia cargadas de masoquismo (respaldo a Fidel, culto al Che). Tal actitud ha podido apreciarse en muchos comentarios sobre la guerra del Líbano, con justas críticas a Israel pero omisión total de la responsabilidad de Hezbolá y de Irán, y sobre todo en la consideración del terrorismo islámico o yihadismo que ha pasado a ocupar el frente del escenario desde el 11-S. Con unas u otras palabras, todos los males, tanto el del terrorismo como el de las presiones migratorias, tendrían un origen común que explica cuanto ocurre de un plumazo y designa de paso al culpable: son efecto de la injusticia económica que hace saltar de uno u otro modo a los condenados de la tierra contra la opresión occidental.

La solución de la cuestión terrorista sería asimismo simple, de acuerdo con este enfoque de apariencia marxista, y en el fondo de pobres contra ricos: bastaría con proporcionar medios económicos a los desfavorecidos para que el problema se aproximara a la resolución, de ese acercamiento en el vértice etiquetado como "alianza de civilizaciones". Sólo que el reto del islamismo violento es de otra especie. Se trata de una lucha por el poder a escala mundial, amparada en una radical intransigencia religiosa y protagonizada por minorías activas, las cuales, eso sí, pretenden atraer a la masa de creyentes, con la ayuda de Bush. No hay que confundir el contexto con la naturaleza del problema.

Otro tanto sucede en el tema de la emigración. La pobreza constituye el telón de fondo, en el marco de una creciente desigualdad entre Norte y Sur, y es por ello necesario partir de una actitud favorable a la acogida. Pero quienes están en condiciones de pagar un billete de avión o el pasaje en un cayuco no sólo provienen de la pobreza. Responden a una pulsión de motilidad, de movilidad social ascendente, perfectamente legítima, susceptible de ser abordada dentro de un tratamiento donde hay que integrar otras variables. Pensemos en el relato publicado hace poco por el suplemento semanal de este diario, la historia de Alioune, el senegalés que cruzó el mar para mantener a su familia. Claro que el bueno de Alioune aspiraba a mejorar la suerte de todos los miembros de su familia, y éstos eran nada menos que cuarenta. A veces hay que releer a Malthus: en muchos casos es el desbordamiento demográfico, más que la perversidad capitalista, lo que ha roto los moldes de un crecimiento equilibrado en países africanos. En suma, no se trata de cerrar puertas al modo de Sarkozy, sino de lograr que exista un ajuste entre la cuantía de inmigrantes recibida y la capacidad de los mecanismos de integración.

En el mundo de hoy, siguen vigentes las razones para la rebeldía. En un espacio latinoamericano que por fortuna se mueve, y con todas sus incertidumbres políticas, las de Evo Morales para emplear los recursos de su suelo en la mejora de las condiciones de vida populares en Bolivia. Las del pueblo palestino para alcanzar una suficiente soberanía (compatible con la supervivencia de Israel). Las de quienes tratan de romper la tiranía religioso-militar en Sudán. Las de aquellos que claman por una política redistributiva a los grandes de la globalización. La condición es que las demandas, y las acciones de quienes las apoyen, reconozcan la perversidad de la vía del terror y el fracaso de la utopía igualitaria. No vendrán soluciones de la inauguración de fábricas de Coca-Cola en Kabul un 11-S. Menos aún del imperio de la muerte en nombre de Dios que Al Qaeda trata de implantar.

Ahora bien, en las circunstancias actuales, desde la crisis de Oriente Próximo a la exigencia de superar la dependencia en Latinoamérica, lo que resultaría suicida es detenerse en espera de que el curso natural de los acontecimientos y las deliberaciones del G-8 eviten el riesgo de estallidos sociales y bélicos cada vez más graves. La era Bush nos ha situado en un punto de no retorno.

Esta apreciación resulta aún más válida si tomamos nota del problema más grave que hoy tiene ante sí la humanidad: el calentamiento del planeta. Nos lo recuerda Al Gore en su Verdad incómoda, con el apoyo de una excelente actuación como pedagogo y como actor, bien lejos de su cara de palo en las elecciones robadas del año 2000. Nos lo ponen también ante los ojos las noticias de prensa que informan que con toda probabilidad el otoño de 2006 ha sido el más cálido en Europa de los últimos 500 años, y sin lugar a dudas del último medio siglo, seguido del otoño de 2005. Una de las lecciones positivas en la historia del capitalismo ha sido que para lograr un crecimiento autosostenido resulta imprescindible garantizar el mantenimiento de los recursos técnicos y de capital, así como preservar las materias primas y la energía necesarias para la producción. Y que ésta no destruya el ecosistema. Lo sucedido con la desecación del mar de Aral -por un régimen comunista- no ha sido un accidente local, que arranca lamentaciones de los espectadores de televisión o de los turistas que a cientos de kilómetros visitan una ciudad de Khiva, en el tour de Uzbekistán, invadida a todos niveles por la arena y la sal. Estamos ante un anuncio demasiado visible de lo que va a ocurrir, y de cómo va a ocurrir, si la emanación de gases a la atmósfera sigue impulsando una marcha imparable hacia la catástrofe a escala planetaria. Y Estados Unidos no firmó el convenio de Kyoto, y España lo incumple. Aquí sí la rebeldía debe hacerse grito.

diciembre 21, 2006

Immanuel Wallerstein: Inmigrantes

publicado en La Jornada. México D.F., lunes 17 de junio de 2002
Traducción: Marta Tawil


Los inmigrantes no son muy populares en estos tiempos, especialmente en los países ricos. En América del Norte, Europa occidental y Oceanía los residentes locales tienden a pensar tres cosas acerca de los inmigrantes: 1) que han llegado principalmente para mejorar su situación económica, 2) que reducen los niveles de ingreso de los nacionales al trabajar en empleos poco remunerados y obtener beneficios de los programas de asistencia del Estado, y 3) que representan un "problema" social, ya sea porque son una carga para los demás, porque son más propensos al crimen o porque insisten en conservar sus costumbres y no logran "asimilarse" a los países receptores.

Por supuesto, todo esto es cierto. Por supuesto que el principal motivo de los inmigrantes es mejorar su situación económica. Por supuesto que están dispuestos a aceptar trabajos con salarios bajos, especialmente cuando acaban de llegar. Y visto que como resultado de todo esto son más pobres en conjunto que los habitantes del país en el que se instalan, buscan diferentes tipos de asistencia pública y privada, y ciertamente plantean "problemas" a los países de acogida.

La pregunta que realmente debemos hacernos es: ¿y qué con ello? Primero que nada los inmigrantes no pueden entrar a otro país de manera legal o ilegal sin cierto grado de connivencia por parte de los que allí viven. En consecuencia deben desempeñar alguna función para ellos. Están dispuestos a tomar empleos que los habitantes locales rehúsan considerar; no obstante, son necesarios para el funcionamiento de la economía. No se trata exclusivamente de empleos desagradables que requieren poca calificación; también se trata de trabajos de profesionistas.

Actualmente, por ejemplo, las estructuras médicas de los países más ricos estarían en serios problemas si decidieran eliminar al personal médico inmigrante (no sólo enfermeras, sino también doctores). Más aun, dado que la mayoría de los países ricos tienen tasas de crecimiento demográficas descendentes (el porcentaje de personas mayores de 65 años sigue creciendo) los nacionales no podrían beneficiarse de las pensiones de las que actualmente gozan si no fuera por los inmigrantes (entre 18 y 65 años de edad) que expanden la base de contribuciones que permite financiarlas. Sabemos que en los próximos 25 años, si es que el número anual de inmigrantes no se cuadruplica, habrá recortes presupuestarios drásticos hacia 2025.

En lo que respecta a los "problemas" que esto generará, dependerán de cómo se definan. No obstante, es común que los movimientos populistas de derecha constantemente exploten el miedo a los inmigrantes. Estos movimientos son "extremistas" y no alcanzan más de 20 por ciento de los votos (¿más de 20 por ciento? ¿Acaso ese porcentaje no es ya de por sí alto?), pero el recurso a ese tipo de demagogia por parte de políticos situados en el centro del espectro político contribuye a favorecer a la derecha en estos temas.

Así pues, tenemos un curioso rompecabezas político que evoluciona continuamente: los países ricos imponen barreras para la entrada (legal e ilegal), mientras los inmigrantes siguen llegando, atraídos por traficantes y empresas que desean emplearlos a bajos costos. Al margen encontramos algunos grupos relativamente pequeños que buscan aminorar el trato injusto y frecuentemente cruel que recibe la población inmigrante. El resultado neto es más inmigración y más quejas contra ella.

Ahora observemos algo. Esta es una descripción que los países ricos hacen de los inmigrantes provenientes de países pobres. Dado que la riqueza nacional se encuentra fuertemente jerarquizada, estas acusaciones se aplican no sólo a los mexicanos que van a Estados Unidos, sino también a los guatemaltecos que ingresan a México, a los nicaragüenses que entran a Costa Rica, a los filipinos que van a Hong Kong, a los tailandeses que llegan a Japón, a los egipcios que van a Bahrein, a los mozambiqueños que se instalan en Sudáfrica, etcétera.

Observemos algo más: esta descripción no se aplica al movimiento de personas de los países ricos hacia los pobres. Tal movimiento existe, si bien menos que antes. La colonización fue eso, y los colonialistas de hoy son relativamente pocos debido a razones políticas (Israel vendría a ser el único país colonizador verdadero del presente).

Sin embargo, aún se registran movimientos de personas ricas que compran tierras en zonas pobres, lo cual hace que se eleven las rentas y los costos de terrenos, y se impida a los residentes locales permanecer donde están. Ese tipo de movimientos ocurre normalmente dentro de las fronteras estatales, y por eso no se llama inmigrantes a esas personas. La creación de la Unión Europea hizo que este fenómeno sucediera de muchas maneras en toda Europa.

En pocos temas hay tanta hipocresía como en la inmigración. Los proponentes de la economía de mercado casi nunca la extienden al libre movimiento de la fuerza laboral, debido a dos razones: 1) sería políticamente impopular en las regiones más ricas, y 2) socavaría el sistema mundial diferencial de costos laborales, crucial para maximizar los niveles mundiales de ganancias.

El resultado es que cuando la Unión Soviética no permitía a sus habitantes emigrar libremente, se le acusaba con indignación de violar los derechos humanos, pero cuando los regímenes poscomunistas permiten a la gente emigrar sin restricciones, inmediatamente los países más ricos imponen barreras a su entrada. ¿Qué pasaría si dejáramos que el agua alcanzara su propio nivel? ¿Qué sucedería si se eliminaran todos los obstáculos al movimiento, entrada y salida, alrededor del mundo? ¿Toda India emigraría hacia Estados Unidos, todo Bangladesh a Gran Bretaña, toda China a Japón? Por supuesto que no. No más de lo que dentro de Estados Unidos los habitantes de Mississippi emigran a Connecticut, o no más de lo que los de Northumberland lo hacen hacia Sussex, en Gran Bretaña. La mayoría de la gente tiende a preferir el lugar en el que creció porque comparte con él su cultura, conoce su historia, tiene lazos familiares. ¿Acaso todas las culturas se convertirían en híbridos? Ya todas lo son. Tómese cualquier zona de Europa o Asia y se constatarán oleadas de comunidades que han atravesado esas tierras en los últimos mil años; a su paso han dejado residuos de sus lenguas, religiones, hábitos alimenticios, modos de ver el mundo.

Debemos acostumbrarnos a que existan movimientos de personas. De hecho es el área en la que el laissez-faire puede realmente funcionar; recuérdese que el eslogan original era laissez-faire, laissez-passer (dejar hacer, dejar pasar). Dentro de los países dichos movimientos ocurren todo el tiempo.

Sabemos que el movimiento hacia las zonas donde viven personas consideradas de bajo nivel social normalmente provoca la salida de las que dicen pertenecer a un nivel social superior. Podemos aplaudir o deplorar dicha situación, lo cierto es que frecuentemente tratamos de regularla mediante la prohibición de movimientos entre zonas y comunidades. ¿Dónde estaría lo terrible si se aplicara tal principio a los estados? ¿Se asimilarían los inmigrantes? Si por asimilación se entiende que los inmigrantes se vuelvan clones de los habitantes del lugar al que llegan, es evidente que no sucedería así. Pero ¿sería eso una virtud?

Todos los países se caracterizan por su diversidad, lo cual es una virtud, no defecto. Un poco más de especias en la cacerola daría más gusto a las cosas. Evidentemente los inmigrantes (especialmente sus hijos) intentarán encajar con sus vecinos. Todos lo hacemos. Y los vecinos pueden incluso intentar encajar con los recién llegados. Esto es aprender, adaptarse. Claro, ésta es una de esas ideas que sólo funcionarían realmente si todo mundo las aceptara y aplicara. Si un país aceptara la inmigración libre, sin que los demás hagan lo mismo, se vería abrumado. Pero si todo el mundo lo hiciera, creo que los flujos migratorios no aumentarían mucho más que en el presente, serían más racionales y menos peligrosos, y provocarían menos oposición.

diciembre 07, 2006

Alex Callinicos: Líbano también es la guerra de Bush

artículo aparecido en el periódico británico “Socialist Worker” nº 2011, de 29 de julio de 2006

tomado de Kaosenlared.net

Líbano: Esta es también la guerra de Bush

El apoyo del ataque israelí al Líbano por parte de EEUU es para destruir Hezbolá y enviar un aviso a estos resistentes anti-imperialistas de Oriente Medio, escribe Alex Callinicos.

La guerra en el Líbano es tanto de Bush como del Primer Ministro israelí, Emud Olmert. Y es una apuesta alta.

De acuerdo con el Washington Post, “Desde el punto de vista de la Administración, el nuevo conflicto no es solo una crisis que hay que solucionar. Es también una oportunidad para acabar con una gran amenaza en la región, tal y como Bush cree que está haciendo en Irak”.

“La herida que está ejerciendo Israel a Hezbolá, a la espera que sea oficial, podría terminar la labor de completar una democracia funcional en el Líbano y enviar un mensaje fuerte a los sirios e iraníes que apoyan a Hezbolá”.

Un antiguo oficial de la Administración Bush hizo la siguiente reflexión: “Tienes al oportunidad real para acabar con Hezbolá. Tómala, aunque luego vengan otras consecuencias que tengan que ser solucionadas”.

Bush no sólo ha seguido esta política, dándole a las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF en inglés) todo el tiempo necesario para acabar con Hezbolá.

El New York Times comenta que los EEUU están también haciendo un envío urgente de misiles de precisión auto-dirigidos para que el IDF siga azotando al Líbano.

El cómplice de Bush, Tony Blair, justifica su parte en esta última guerra criminal, argumentando que “un arco de extremismo que cruza la región quiere interrumpir el proceso hacia la democracia y la libertad”.

Hay una parte de verdad en esa afirmación. Estamos enfrentándonos a una crisis que se extiende a lo largo de Asia, desde el Mediterráneo hasta Afganistán.

Sus raíces se hunden en el esfuerzo de EEUU por dominar la región, especialmente después del peor golpe que ellos recibieron –la revolución de 1978-79, que derrocó al régimen pro-estadounidense en Irán.

Para reprimir semejante afrenta, EEUU apoyó a Sadam Hussein en la sangrienta guerra de Irán-Irak de 1980-1988.

La política de EEUU ha llevado, sin embargo, a su propia derrota. La Administración de Ronald Reagan apoyó a Israel, en 1982, en su invasión al Líbano.

La guerra alcanzó su objetivo formal de conducir a la resistencia palestina fuera del Líbano, sólo que creó un enemigo más formidable: Hezbolá.

Fundada con ayuda iraní, Hezbolá tiene un apoyo arrollador entre los musulmanes chiíes, quienes podrían hoy conformar la mayoría de la población libanesa.

Hezbolá disfruta de un enorme prestigio a través del mundo árabe, gracias a la campaña guerrillera que condujo a las tropas de las IDF fuera del Líbano en el año 2000.

La propia Administración Bush, en sus esfuerzos por rehacer la región, ha inclinado la balanza a favor de Irán. Al derrocar el régimen baathista de Sadam Hussein, incrementó el poder de la mayoría chií iraquí, que fueron ferozmente represaliados bajo Sadam.

Redes cercanas de parentesco y educación conecta a los clérigos chiíes del Líbano, Irak e Irán. Los EEUU respondieron a la resistencia armada a la ocupación de Irak con la política de “divide y vencerás”.

Esto ha forzado a apoyarse en los partidos chiíes, que han estado preparándose para promover sus propios objetivos a través de la colaboración con los ocupantes.

Vulnerabilidad

Así, para luchar contra un enemigo, los EEUU han incrementado su vulnerabilidad frente a otros. Un general retirado de los EEUU contó al periodista e investigador Seymor Hersh que, a pesar de que las tropas británicas ocupan el sur de Irak, “los iraníes pueden tomar Basora con diez mullahs y un camión”.

Nuri al-Malaki, cabeza visible del gobierno títere de Irak, de cuya supervivencia depende el poder militar de los EEUU, ha denunciado el ataque de Israel en el Líbano.

De acuerdo al New York Times, “Los comentarios vertidos por el sr. Malaki, un árabe chií cuyo partido mantiene lazos con Irán, fueron un aviso mucho más contundente que los realizados por los gobiernos árabes sunníes en los mismos días”.

Los EEUU no pueden mantener su dominio en Oriente Medio a menos que pongan en práctica la conquista de Irak meditante un cambio de régimen en Irán. He aquí el detallado plan del Pentágono, revelado por Hersh en abril, de un ataque militar a las instalaciones nucleares iraníes. Pero atacar Irán no es tarea fácil. Rusia y China se muestran disconformes tanto para imponer sanciones, como para castigar a Irán por el supuesto programa de armas nucleares.

Mientras tanto, el Presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad ha montado una campaña retórica contra Israel que está claramente dirigida a ganarse a la opinión pública del mundo árabe, con un éxito considerable.

Militarmente, Irán quizás no sea un rival tan fácil como parece. La popularidad nacional de Ahmadinejad demuestra que el régimen todavía tiene una base social que un ataque israelí o estadounidense sólo contribuiría a ensanchar.

El periodista independiente Mark Gaffrey reveló en octubre de 2004 que Irán está armado con misiles cruceros anti-barcos, de fabricación rusa, para los cuales la marina estadounidense no tiene defensa.

Todos estos escollos ayudan a explicar por qué la Administración Bush, después de levantar una crisis internacional por el programa nuclear de Irán, ha adoptado en los últimos meses una política más cautelosa. El ofrecimiento a hablar directamente con Irán enfureció a muchos apoyos neo-conservadores de Bush.

Bajo la estrategia de Bush de falsos compromisos, queda por remover el obstáculo que el régimen de Irán representa para el dominio de los EEUU en Oriente Medio. De ahí la razón por la que Bush no tardó en apoyar a Olmert en su ataque al Líbano. Se le presentó una oportunidad como caída del cielo para poder debilitar a Irán.

Precisión

Sin embargo, no está claro que esta política surta efecto. Las guerrillas de Hamás y Hezbolá han cambiado el equilibrio del poder militar gracias a los misiles. La artillería y aviación israelí son insuficientes para detener los ataques con misiles, así lo ha demostrado Hezbolá desde que comenzó la ofensiva israelí contra el Líbano.

Las incursiones con tropas terrestres quizás fueran más efectivas en la eliminación de las plataformas de lanzamiento de misiles de Hezbolá.

Pero desplegando tropas de tierra, podría incrementarse el número de bajas israelíes, que ya ha sido bastante alto. Y matar a combatientes de Hezbolá podría no destruir a Hezbolá –por cada bomba o artillería de Israel se reclutan muchos más combatientes.

Israel podría fácilmente verse arrastrada a una especie de guerra de desgaste y debilitamiento, tal y como le pasó en el Líbano después de 1982 y le está pasando a EEUU en Irak y Afganistán. Un veterano corresponsal de guerra israelí contaba al Washington Post, “Para deshacerse de los cohetes, tendrías que ocupar el territorio.”

“Si tomases el Sur del Líbano, quizás se resolviese el problema de los cohetes de corto alcance. Entonces, la gente te diría que Hezbolá encontrará misiles de largo alcance. ¿Ocuparías entonces el norte del Líbano?”

Este dilema quizás explique por qué Israel está apoyando ahora la idea de que una fuerza especial de paz europea tome en sus manos la tarea de desarmar a Hezbolá.

Como en Irak, un fallo en el Líbano podría impulsar a Israel y a EEUU a extender la guerra –no sólo contra Irán, sino también contra el régimen de Siria que apoya a Hezbolá.

Es improbable que se produzca un conflicto global, como pasaba en al Guerra Fría. Rusia y China se contentarán con permitir a EEUU debilitarse a sí mismo, sin intervenir directamente.

Pero los EEUU e Israel han creado una situación espantosamente destructiva y peligrosa que engendrará más terrorismo. El único camino para acabar con él es identificar la causa real –el imperialismo estadounidense y su determinación por dominar el mundo.