Papeles Rojos

En el socialismo, a la izquierda

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julio 22, 2004

Marvin Harris: un maldito popular

David Alvargonzález

publicado en el diario La Nueva España, martes 6 de noviembre de 2001


La noticia de la muerte, el pasado 25 de octubre, del antropólogo norteamericano Marvin Harris a los 74 años de edad ha llegado a España tarde y sin demasiada fuerza. Y no es difícil entender esta circunstancia si se contempla en su contexto internacional, porque Marvin Harris representa en los Estados Unidos de América una corriente de pensamiento y de estudios empíricos, el materialismo cultural, que continúa siendo, en aquellas tierras, minoritaria. Pero el materialismo cultural es todavía más desconocido en Inglaterra, Francia o Alemania, los vecinos del Norte que tanta gente admira, donde los héroes son Clifford Geertz y Lévi-Strauss. Todavía hace unos pocos días, unos alumnos me comentaron que la Gran Enciclopedia Larousse, con sus veinticuatro tomos, no dedica ni una escueta entrada a Harris, mientras que, por poner un ejemplo, ocupa su espacio con Terenci Moix (con fotografía incluida). Las obras más importantes de Marvin Harris (El desarrollo de la teoría antropológica, la Introducción a la antropología general, Caníbales y reyes, Vacas, cerdos, guerras y brujas, La cultura norteamericana contemporánea, Bueno para comer) coincidieron con el período de la «guerra fría» y el horno del imperio no estaba para bollos materialistas. Los alemanes y los ingleses tampoco querían saber nada, y los franceses erre que erre con Lévi-Strauss. Harris fue tachado de marxista y filocomunista, y sus posiciones no lograron ni en la Universidad americana ni en la europea la presencia que se merecían (sobre todo si las comparamos con las de algunos de sus rivales). Ahora bien, en el debate que suscitó su fértil metodología antropológica, en la academia y en los medios de comunicación, Harris defendió sus posiciones con tenacidad y brillantez, y no dejó sin contestar cumplidamente a ninguno de sus críticos.

Y ¿qué pasó en España? Aquí las traducciones de los libros de Harris comenzaron en 1979 con El desarrollo de la teoría antropológica, esa provocadora y sugerente historia de la antropología, y siguieron con la Introducción a la antropología general, el libro sobre las vacas, los cerdos, las guerras y las brujas, el de los caníbales y una larga lista. El éxito editorial fue rotundo y, a día de hoy, podemos calcular que Harris lleva vendidos más de trescientos mil ejemplares de sus libros en español. Algunos de estos libros, como la Introducción a la antropología general, son textos que se estudian como manuales en varias universidades españolas y que han resultado irreemplazables, aunque les pese a quienes los mandan estudiar. Bien es verdad que en estas tierras de España algunos no se enteraron de la importancia de Marvin Harris: yo recuerdo una anécdota, allá por el año 1985, cuando un grupo de profesores de la Universidad invitamos a Marvin Harris a impartir unas conferencias en Oviedo. El decano de la Facultad de Filosofía consideró que una conferencia de Marvin Harris no tenía interés académico y no nos proporcionó ni un duro. Así que una compañera mía fue a ver al entonces director regional de Cultura del PSOE para solicitarle una ayuda económica porque había que sufragar el equipo de traducción simultánea que necesitábamos. Mi compañera salió impresionada del despacho; nuestro director regional no había oído hablar de Harris y no estaba dispuesto a contribuir a sufragar los gastos de una conferencia porque el PSOE sólo apoyaba la «cultura popular» (en aquel momento, Harris llevaba vendidos en español más de ciento cincuenta mil ejemplares). Aquellas conferencias en el hotel Reconquista y en la Caja de Ahorros fueron un éxito y a ellas asistieron cerca de mil personas. Muchos las recordarán y también recordarán las cuatrocientas pesetas que tuvieron que pagar para alquilar el pequeño receptor que permitía seguir la traducción.

Repasando ahora la biografía de Harris, hay otra cosa que quiero comentar dada su actualidad: Harris estudió su Bachelor of Arts en el Columbia College (1948), realizó el doctorado en la Universidad de Columbia (1953), fue assistant professor en el departamento de Antropología de la Universidad de Columbia (1953-59) y fue, sucesivamente, associated professor (1959-63), director (1963-66), y professor (1963-80) de ese mismo departamento. En total, más de treinta y cinco años en Columbia, años que coinciden con la época en la que produjo lo más importante de su obra: ¿será la «endogamia» el problema de la Universidad americana? Sólo a los cincuenta y tres años cambió de Universidad y marchó a Florida (Gainesville), donde le ofrecían condiciones de trabajo mejores.

En fin, Marvin Harris ha muerto. Sus virtudes personales, que eran muchas, las conocemos los que le tratamos y los que tuvimos la suerte de aprender directamente de su magisterio. Su obra, tan amplia y tan valiosa, ahí está: seguirá influyendo sobre nosotros y tiene ya un lugar importante en la historia de la antropología. No creo equivocarme si digo que muchos de sus lectores lamentarán conmigo esta pérdida. Y si sus enemigos se alegran de su muerte, así se envilecen.


Pierre Vilar en Catalunya

Pablo F. Luna

fragmento de la reseña del libro de Pierre Vilar "Pensar históricamente" (Barcelona: Crítica, 1997)

publicado en Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales
agosto de 2000


En Barcelona, en septiembre de 1927, es el descubrimiento del "hecho catalán", en la diversidad de la España contemporánea. La vitalidad de la idea catalana como motor colectivo sorprende al joven intelectual que llega sin ningún a priori; son el encuentro y la acogida calurosa de diversas personalidades catalanas y catalanistas los que brindan el cuadro a este descubrimiento. Pero Vilar no se siente ni adopta la postura de "el francés" que llega al extranjero para dar lecciones. Es más bien la discreción del estudiante novato la que caracteriza su comportamiento, tanto como el temor de no estar a la altura de la efervescente vida política, intelectual y cultural del país de acogida. Vilar constata los límites del tema puntual de investigación con el que llegaba: la Cataluña industrial, entre los Pirineos y el mar. Tanto como observa los límites efectivos de sus propios conocimientos generales. Pero es también el momento en que intenta poner en relación sus preocupaciones de investigador académico con la realidad catalana apenas descubierta.

Hace entonces sus primeras armas como "geógrafo de archivo", reconoce el terreno de trabajo, se abre a la realidad de la relación entre agricultura e industria, toma contacto con los hombres de su problemática. Pero también cultiva amistades, anuda vínculos. Cuando se pregunta sobre las razones que explican que desde entonces haya conservado tantas amistades catalanas (el hecho de plantearse la pregunta, dice, le ha sido muy útil), el historiador francés piensa que la razón principal tal vez sea que se identificó con los problemas que deseaba estudiar, que se impregnó del "ser colectivo" que se los planteaba, aun cuando él no sea catalán.

Es también en el cuadro de la Barcelona de entonces, gracias a su encuentro con el historiador y psicoanalista húngaro Olivier Brachfeld, donde Vilar se inicia al examen de las múltiples reacciones, individuales y de grupo, medidas en términos de superioridad e inferioridad. Las que se traducen mediante manifestaciones que pueden ir desde el odio visceral y absurdo, hasta el desprecio y resentimiento.

Luego, la obra de Henri de Mann, Más allá del Marxismo, le permite reflexionar más profundamente sobre la complejidad histórica de la articulación entre la lucha de clases y la lucha nacional. Este sociólogo belga pone de realce, sobre todo, la posibilidad que ofrece la lucha nacional para substituir o atenuar la lucha de clases, en el seno de una comunidad. Es decir, la alternativa contemporánea propuesta por el fascismo italiano y el nazismo alemán. Vilar hizo una larga reseña crítica de este libro (que no pudo entonces ser publicada), en donde indica el peligro político de dicha alternativa.

Desde esos momentos, señala con precisión, no ha dejado de reflexionar sobre las relaciones entre nacionalismo y socialismo y los problemas que han planteado a lo largo del siglo XX. Lo que también le ha ocurrido respecto a las diversas formulaciones analíticas propuestas por los marxo-freudianos, para intentar comprender la articulación de identidad, pertenencia y conflicto al interior de dicha problemática. Aunque Vilar confiesa su preferencia por el complemento analítico proporcionado por Alfred Adler, uno de los principales discípulos disidentes del psicoanalista vienés.

La crisis de los años 30 le brindará muchas ocasiones de confrontar sus reflexiones generales con el análisis concreto de la realidad, tanto en España como en el resto de Europa. Así confirma su primera experiencia barcelonesa, de trabajo de terreno, en contacto con los protagonistas, con sus grupos y sus mundos respectivos. Son también los años en los que colabora con los Annales de Marc Bloch y Lucien Fevbre, y con otras revistas, contribuyendo con artículos sobre el ferrocarril, la ruta y la industria catalanas, sobre el derecho civil y la agricultura españoles y catalanes, etc.

Vilar dice con insistencia que no es en el marxismo, ni por el marxismo, que comprendió la complejidad de la realidad social. Contrariamente a otras experiencias intelectuales, no descubrió en el marxismo el llamado "continente historia". Fue su propio encuentro, en tanto que historiador, con la complejidad de la realidad, lo que le hizo medir la grandeza del pensamiento de Marx.

Pero aplicándose a sí mismo los instrumentos del historiador, toma conciencia al mismo tiempo de los límites sociológicos inherentes (de clase, de "mundo", etc.) de sus diferentes puestos de observación y de su condición de observador de la sociedad española y catalana en particular.

Más tarde, los acontecimientos barceloneses de octubre de 1934 le permiten ejercitarse en una práctica de historiador (y de ciudadano) particularmente importante, a saber, la necesidad de calibrar el valor del testimonio inmediato de los protagonistas. Es decir, en otros términos, la necesidad de someter la opinión de los testigos y "actores" del hecho a la estricta crítica histórica, para extraer lo que sea verdaderamente revelador del momento vivido. Vilar plantea aquí el carácter sintético (y de claro contenido histórico) de frases como "han ganado (o han perdido) los curas" pronunciadas para dar cuenta del resultado de enfrentamientos sociopolíticos, en la historia de España (y Cataluña). Lo que significa para el historiador francés que siempre es necesario intentar descubrir en los hechos de coyuntura los rasgos y las manifestaciones del funcionamiento de las estructuras, tanto políticas y sociales como mentales. También es desde ese entonces una de sus preocupaciones permanentes.

Sus años españoles son definitivamente un periodo formativo fundamental.

julio 06, 2004

Antonio Santamaría: lengua propia, cultura impropia (1)

publicado en El Viejo Topo en mayo de 1998
reproducido en La Insignia en mayo de 2000


La primera formulación del concepto «lengua propia» se encuentra en el Estatut de Sau (1979), donde se enuncia que la lengua propia de Cataluña es el catalán. El preámbulo de la Llei de Normalització Lingüística de 1983 repite esta misma afirmación añadiendo genéricamente que la lengua propia «es una herramienta natural de comunicación, expresión y símbolo de una unidad cultural con profundas raíces históricas».

La flamante ley del catalán de 1997 es algo más explícita y refleja las presiones por parte de sectores de la intelectualidad nacionalista a CiU para desarrollar este concepto, clave de bóveda argumental del edificio teórico del discurso normalizador. El preámbulo de la polémica ley concluye con una definición sobre su objetivo central: diseñar «una política lingüística que ayude a normalizar eficazmente la lengua propia de Cataluña». El Artículo 2 de la citada ley, titulado La llengua pròpia, contiene el máximo desarrollo normativo del concepto. El punto primero de este artículo reza textualmente: «El catalán es la lengua propia de Cataluña y la singulariza como pueblo», y vuelve a la declaración del Estatuto, pero añade el matiz que la lengua propia es el elemento singularizador de los catalanes respecto al resto de pueblos del planeta. El segundo punto deduce directamente, sin ninguna mediación, que el catalán como lengua propia del país es: a) la lengua exclusiva de «totes les institucions de Catalunya», que pasan a ser detalladas (Generalitat, administración de la Generalitat, Ayuntamientos) y b) será la lengua usada preferentment en la administración del Estado en Cataluña y por las empresas y entidades que den servicios públicos. El tercer y último punto insiste en el compromiso de todas las instituciones por promover el uso de la lengua propia, «amb independencia del caràcter oficial del català i del castellà». Es decir, se recomienda que empleen únicamente la primera.

En el siguiente artículo, Les llengües oficials, se afirma contradictoriamente que, a pesar de lo expuesto arriba, las dos lenguas oficiales (catalán y castellano) «poden ésser emprades indistintament en totes les activitas públiques i privades sense discrimicació», una argucia discursiva que permitirá presentarse a los defensores de la normalización como perfectos liberales.

La ley consagra, pues, la existencia de dos lenguas oficiales de las cuales sólo una es la propia del territorio, lo que le concede unos derechos históricos especiales. El problema a resolver, como se nos indica en el preámbulo, es «normalizar» la lengua propia. Normalizar quiere decir sustituir el uso social del castellano (la lengua impropia del país) que, a pesar de todo, sigue siendo lengua oficial, con una serie de garantías jurídico-formales a respetar.

La ley de usos lingüísticos consolida las áreas de monolingüismo conseguidas (Generalitat, Enseñanza), y quiere implantar el uso «preferente» del catalán en los ámbitos institucionales, así como en las administraciones de justicia, donde la lengua propia compite aún con la impropia. El planteamiento que subyace es que a toda Nación le corresponde en exclusiva la posesión de un territorio, un Estado, y una lengua y cultura propias. Dada la imposibilidad de obtener la soberanía política plena un Estado con sus fronteras reconocidas internacionalmente, al menos el tercer requisito de la tríada arendhtiana,(1) la lengua, debe cumplirse, y la le ngua propia del territorio debe ser la única oficial del país.

Génesis de un concepto

Para reconstruir la formación de este hallazgo teórico es preciso remitirse al libro del periodista Eduard Voltas La guerra de la llengua. Según este autor, en el II Congrès Internacional de la Llengua Catalana (1986) se produce «un punto de inflexión en el cuerpo doctrinal tradicional en materia lingüística» del nacionalismo. No sólo porque se acuñarán conceptos como el de «disponibilidad lingüística» sino porque por primera vez se diseña el proyecto de implantar el catalán como lengua prioritaria, exclusiva, del país, «de manera que las instituciones autonómicas y locales, como también las corporaciones profesionales, académicas y económicas, deben tener el catalán como única lengua de expresión oral y escrita, con exclusión, por tanto, de textos bilingües y sin perjudicar el derecho de opción lingüística del ciudadano. Se establece, por tanto, un criterio de propiedad: la lengua característica del territorio debe ser la lengua propia de las instituciones. Y eso vale para todas las instituciones».(2)

Estas elucubraciones del Congreso no pasaron desapercibidas, como prueba el enunciado del artículo 3.1. del Decreto 75/1992 del 9 de marzo, que implanta la inmersión lingüística: «El catalán como lengua propia de Cataluña lo es también de la enseñanza. Se utilizará normalmente como lengua vehicular y de aprendizaje de la educación infantil, de la educación primaria, y la secundaria obligatoria.»

Una de las definiciones más ajustadas de las prestaciones ideológicas de este concepto la podemos hallar en este pasaje del filólogo Albert Branchadell: «el argumento central del discurso oficial de legitimación de la política de normalización lingüística que se aplica en Cataluña es que el catalán es la lengua propia de Cataluña. De esta condición se deriva la existencia de un derecho colectivo de los catanohablantes a la lengua propia del territorio, derecho que es considerado prioritario con respecto a los derechos individuales de la población castellanohablante».(3)

La importancia capital de la lengua propia como superlegitimador ideológico de la política de Normatització Lingüística de la Generalitat no se corresponde a su débil fundamentación teórica, como reconocen sus propios «inventores», en el sentido de Hobsbawm, del término(4). En el Manifest per al nou estatut social de la llengua catalana, más conocido como el manifesto de los trescientos cincuenta (abril 1997) donde se expresa con mayor clari dad el punto de vista nacionalista en estos temas se reconoce implícitamente esta debilidad argumental:

«habría que dar efectividad al con cepto de lengua propia, contraponiéndolo al de lengua oficial». La lengua propia, el catalán, ha de ser tratada legalmente como la llengua te rritorial, frente a la otra llengua oficial transitoria, el castellano, a la que sólo le corresponden «drets purament individuals». Se establece una conexión entre propiedad y oficialidad de carácter solapsista: el catalán debería ser la únic a lengua oficial porque es la única lengua propia del territorio.

La palmaria tautología fue expuesta en sus más crudos términos por uno de los impulsores del Manifiesto, el filósofo ]osep M. Terricabras, en una entrevista al semanario El Temps:

«Defensem Ioficialitat única perquè si un hom te (se tiene) present que la llengua pròpia és la catalana, trobarà (encontrará) normal que sigui la llengua oficial aquella que és pròpia».(5)

La lengua de los propietarios

Jesús Royo realiza una irónica primera aproximación etimológica a este es curridizo concepto y concluye que debe interpretarse como «la llengua duna gent determinada, que són e ls propietaris, la lengua en propietat, un patri moni per a us exclusiu». El autor sostiene que «el català no és una llengua pública: te uns pr opietaris legals» y un consell dadministracio, l Institut dEstudis Catalans».(6)

Esta contradicción entre el carácter público y privado de la lengua catalana es también tratado por Lluis Flaquer, cuyo ensayo El catalá, llengua pública o privada? intenta, desde una perspectiva sociológica, abordar este problema. En todo idioma debe distinguirse algo en que coinciden ambos una doble función «identificativa y comunicativa». El problema de la lengua catalana reside en su sobredimensión como el signo por excelencia de la identidad nacional. «Les llengues són signes didentitat dels pobles, i en els nostres Països encara més, perquè la llengua es el vincle (vínculo) de cohesió més clar i el factor de persistencia de la nostra comunitat històrica».(7) En el mismo sentido se posiciona Flaquer: «Mentre la majoria d el poble de Catalunya cregui (crea) que la identitat naciona l de Catalunya esta indissolublement unida a l a llengua i cultura pròpies, és difícil que el nos tre país pogués (pueda) continuar tenint una s igularitat col.lectiva si desaparegués el cultiu i conreu (cultivo y labrado) de la llengua».(8)

Royo se muestra implacable respecto a esta peligrosa utilización ideológica de la lengua, a esta sobredeterminación indentitaria de la lengua catalana: «Aquesta retórica sobre la llengua te uns continguts (contenidos) bàsicament convervadors: naturalesa, patrimoni, conservar, origens, arrels, terra. Sota (Bajo) aquest punt de mira, la llengua ha estat reivindicada per una certa burgesia com un element de cohesió nacional: la lluita per la llengua pot actuar dencobriment de la lluita de classes. La llengua pot actuar com un selector social i equival a un carnet de ciutadania. A lestranger, els obrers immigrants poden ser explotats impunement perquè no són ciutadans. Aquí, com que no tenim Estat i no repartim DNI, la llengua es un identificador equivalent. Pero la finalitat es la mateixa (misma): si no ets (eres) del país, no pots (puedes) aspirar a participar en el poder: tu poses (pones) el treball (trabajo) i nosaltres ladministrem» .(9)

Este mecanismo de «selector social» se revelará clave para comprender la operatividad normativa del concepto de llengua pròpia y ayuda a entender el sentido profundo de declaraciones como las del responsable de la federación de Barcelona del PSC, Antoni Santiburcio a La Vanguardia: «un inmigrante nunca podría llegar a ser alcalde de Barcelona».(10)

Normalizar

La interpretación patrimonialista, identidaria de la lengua, políticamente rentable a corto plazo, resulta muy peligrosa para la vigencia del catalán como lengua viva. La presión ideológica que soporta el catalanoparlante es enorme, su hablar debe estar perfectamente normalizado, limpiado de corrupciones, de impurezas, de castellanismos. En la conversación entre dos catalanes cultos existe la interferencia inconsciente de una tercera persona, esa adolescente rubia llamada Norma que nos recuerda las incorrecciones, los barbarismos, lo que esta mal dicho, y que nos obliga, como catalanes, a preservar la pureza virginal del idioma de nuestros padres.

El catalán, como observa atinadamente Royo, o se habla correctamente o no se habla, no existe el intermedio, un lógico charrupear en catalán, paso previo de todo aprendizaje de un lengua Esto sería objeto del más completo ridículo, como demuestra la figura cómica de LuisMi (personaje del programa del Jordi LP, Surti com Surti de TV3, un andaluz cerrado que chapurrea una especie de cataluz). Esta brutal presión normativa sobre la lengua catalana tiene sin duda efectos devastadores en literatura, Sólo mencionaremos las opiniones de Narcis Comadira: «Escriure en espanyol a Catalunya no és una cosa natural» y su presencia «dificulta la feina ( labor) del poeta que vol escriure (quiere escribir) en llengua catalana».(11)

Aquí nos interesa resaltar el vector normal-anormal, natural-antinatural en el cual se inscribe el concepto de llengua pròpia. Lo normal es que la lengua propia de Cataluña sea la que se utilice normalmente, por tanto no hablar la lengua propia de Cataluña no es normal; hablar en castellano es una anormalidad que se ha de corregir. La conexión entre lengua propia y normalidad es profunda y debe retenerse como uno de los elementos interpretativos fuertes.

Sociología del catalán

En esta cuestión Lluis Flaquer se muestra muy inquieto. Su ensayo, antes citado, se apoya en cien entrevistas en profundidad a barceloneses de todas las edades, sexos, origen social y que, agrupados en función de su lengua vehicular, responden a un cuestionario que gira en torno al uso social del catalán, lo que permite la aparición de un calidoscopio de los roles sociales y situaciones cotidianas en que se emplea una u otra lengua. «Els usos lingüístics estan fortament tenyits (teñidos) per connotacions de classe. No existeix cap ús social duna llengua que sigui enterament neutre o innocent».(12)

«Se pretende realizar una «sociología del lenguaje» y desentramar las re laciones de estos usos sociales con el conjunto de la estructura social. Su diagnostico sobre la salud del cata- lán es pesimista. Una lengua para ser realmente el idioma de una nación debe ser hablada por todas sus clases sociales, aunque cada una de ellas lo hable de un modo distinto; ahora bien, en el caso del catalán, su base social corre el peligro de verse restringida a las clases me- dias «escapçada (recortada) per les classes altes i baixes» y convertirse en una especie de neo- lengua pequeño-burguesa en peligro de extinción.

Flaquer cree que los esfuerzos de la Generalitat por ampliar la base social del catalán han fracasado, en la medida que su objetivo es conseguir el fenónemo conocido en socio- lingüística como la sustitución lingüística; es decir, que los castellanoparlantes dejen su lengua de origen o materna por el catalán en todas sus relaciones institucionales, sociales y personales. Las nuevas generaciones, con sobradas competencias en catalán, no abandonan el castellano como lengua vehicular. Saber catalán resulta una especie de habilidad técnica, como el inglés o la informática, que sirve para favorecer una cierta promoción social, pero que no genera ningún tipo de sentimiento de inclusión en una comunidad afectiva, simbólica, cultural, y que es percibida por amplios sectores de la población como una imposición.

Un mérito de este trabajo reside en detectar la contradicción entre el uso institucional y el uso social del idioma, en la calle y los mass-media. En el primer ámbito el catalán es la lengua exclusiva o preferente de las instituciones catalanas, mientras que, en el decisivo terreno de lo coditiano, el castellano no sólo no retrocede, sino que podría ir ganando posi- ciones. Esta dicotomía, en los usos sociales del catalán, pone en peligro su estatus de lengua «normal» del país y deviene una perversión específica del modelo lingüístico catalán. Un ejemplo, no citado por Flaquer, bastará para resaltar el peligro de esta escisión. Hablar en castellano, lo que es normal para el 50% de los catalanes en su vida coditidana, en su casa, en la calle, se convierte las raras veces que sucede en un escándalo político de primer orden en el Parlament de Catalunya, institución imaginaria de la soberanía de la Nación.

Flaquer cree que la política lingüística de la Generalitat sólo es justificable como un caso de «discriminación positiva» después de la represión franquista. Con el tiempo esta justificación se desvanecerá. Así las cosas, al sociólogo sólo le queda el recurso de apelar a la voluntad, a la subjetividad moral de los catalanoparlantes. La supervivencia de la lengua es su responsabilidad personal, y no deben delegarla en las campañas institucionales sino que deben deshacerse de la apatía y luchar por la lengua en la vida coditiana, si no el catalán se hundirá irremisiblemente bajo la potencia de los mass media de expresión castellana.

Antonio Santamaría: Lengua propia, cultura impropia (y 2)

Los objetivos finales

Casi al mismo tiempo que se publicaba este diagnóstico pesimista, algo teñido de victimismo nacionalista, veía la luz la opera prima de Albert Branchadell: La normalitat improbable. Un libro imprescindible para el que quiera conocer los objetivos últimos de la política de Normalizació Lingüística (NL).

El joven filológo pretende llegar al fondo de la cuestión en el debate «entre els que sostenen que el català està amenaqat dextinció i els qui creuen que té la vida assegurada». Para ello es preciso realizar una clarificación terminológica y doctrinal. El problema esencial no es si «el català desapareixera o no, sinó més aviat si es normalitzarà o no, amb el benentès (bienentendido) que només (sólo) una normalització completa pot (puede) assegurar-li la supervivència».(13)

¿Qué quiere decir normalizar? ¿Cuál es el objetivo último de la normalización? Éstas son las cuestiones que el autor se propone dilucidar. Para ello es necesario operar una triple dis- tinción concep tual en torno a los tres objetivos de la normal ización: mínimo, débil y fuerte. Los dos primer os aseguran la preeminencia del catalán como « llengua propia de les institu- cions privades i públiques» y que todos los que lo deseen pued an «viure (vivir) en català». El tercero «es qu e a Catalunya tots els ciutadans visquin (vivan ) efectivament en català».

El significado de la vaporosa noción «viure en català» no es explicitado, aunque se intuye que se trata de que se pueda realizar una vida «normal» en el Principado sin tener que to- parse ni con prensa, películas, rótulos, carteles, etiquetas en castellano. Branchadell no se arredra ante las consecuencias lógicas de esta elección que «serien la desaparició duna comu- nitat lingüística a Catalunya». La presencia de esta comunidad es «laspecte que més sevita en els debats públics» y «una de les premisses de la política cultural catalana». Branchadell reconoce que esta comunidad tiene «uns drets lingüístics que shan de respectar», para añadir inmediatamente que la meta a alcanzar es una situación en la que «el català fos la llengua comuna de la població, en la qual no hi hagués (no hayan) ciutadans dexpressió castellana, ni per tant drets lingüístics individuals a respectar». El objetivo de la normalización es, pues, «el monolingüisme català», y en esto la Generalitat debería hablar claro. Su ambigüedad esta haciendo un daño enorme a los que luchan consecuentemente por el éxito de esta empresa. La solución de Branchadell implica
necesariamente «l'assimilació dels grups no catalanoparlants per mitja (por medio) dun proces que la sociolingüística anomena) (denomina) la substitució lingüística». La técnica educativa a emplear es la inmersión.

Desde estos presupuestos el filólogo se enfrenta, en la segunda parte del ensayo, a los problemas para conseguir el objetivo normalizador fuerte, que son fundamentalmente la falta de voluntad política explícita del gobierno autonómico y la indiferencia con que el conjunto de la población de Cataluña contempla «el procés de normalització». Estos escollos son tan formidables, concluye, que la normalización, en el sentido de monolingüe, es altamente improbable. El libro finaliza dejando dos inquietantes preguntas en el aire: «Fins a on volem arribar (hasta dónde queremos llegar) realment? Què estem disposats a fer (dispuestos a hacer) per aconseguir-ho?».

Contra la llengua pròpia Sin embargo, es el mismo Branchadell quien en su segundo ensayo, Liberalisme i Normalització Lingüística procede a desmontar, desde dentro, el andamiaje ideológico de este concepto. La finalidad del trabajo es conciliar el liberalismo, entendido como la filosofía político-moral imperante, con «el sistema lingüístico-escolar vigente» en Cataluña, del que se muestra totalmente partidario.

El problema reside en armonizar esta práctica educativa con las doctrinas de fi1ósofos liberales como, J. Rawls, R. Dworkin y W. Kymlicka e indagar si la política de Normaliza- ción Lingüística es conciliable con los grandes principios del liberalismo que Branchadell resume en: prioridad moral de los individuos («només els individus són subjectes de dret»), igualdad, autonomía y libertad.

Además, apoyándose en Dwkorkin, se desmenuza el concepto de «discriminación positiva» para establecer si este se adapta a la NL. La discriminación positiva, por definición in- terna, es transitoria. Se trata de la única excepción admitida por el liberalismo al principio de igualdad. Cuando las condiciones sociales y culturales de ciertos grupos sociales son de partida desiguales, los poderes públicos están obligados a implementar disposiciones normativas para reequilibrar esta posición discriminatoria de partida. Cuando la desigualdad haya desaparecido, también desaparecerán las medidas de discriminación positiva que son siempre transitorias. Ahora bien, la política lingüística de la Generalitat no es transitoria, sino permanente, no busca reequilibrar la situación desigual de partida del catalán sino el establecimiento definitivo del modelo monolingüe; por tanto, concluye Branchadell, la política de NL no puede ser contemplada como una aplicación específica de este principio liberal.

Branchadell reconstruye los argumentos de los detractores de la política lingüística de la Generalitat ejemplificados por Iván Tubau, Jiménez Losantos, Manuel Jardón, Miguel Pla- tón, el ABC, la Asociación por la Tolerancia y hasta la Real Academia Española». (14)

Estos argumentos se resumen en cuatro puntos:

-El sistema escolar vigente en Cataluña viola el derecho de elección de la enseñanza en la lengua materna del niño.
-La inmersión, desde el punto de vista psicológico y pedagógico, resulta perjudicial para los niños castellanoparlantes.
-La finalidad de la inmersión es la asimilación cultural.
-Los fundamentos ideológicos de la Normalización Lingüística: el concepto de llengua pròpia, que se apoya en unos supuestos «derechos colectivos» del pueblo catalán son inaceptables según el principio liberal de prioridad moral de los individuos y el de igualdad.

Branchadell da la razón a los críticos solo en el primero y cuarto punto.

Respecto a la primera cuestión, el pronunciamiento no puede ser mas claro: «Les persones que trien (escogen) el primer ensenyament en castellà són objecte dun tracte desigual que no es pot (no se puede) justificar amb largument que la llengua catalana, per la seva (por su) situació dinferioritat social, és objecte de discriminació positiva» (p. 136).

En el segundo punto, sobre si la inmersión es perjudicial para los niños, se despachan las opiniones de Maria Pla, catedrática de didáctica de la UB, la de Anna Permanyer, psicóloga infantil, y su colega Juan Miguel Pipó, arguyendo que sus puntos de vista no tienen ningún valor y no demuestran nada porque no están avalados por ningún estudio científico serio.

Segun Pla, «la inmersión es una barbaridad porque destruye el lenguaje afectivo del niño de habla castellana, porque obstaculiza el aprendizaje correcto de las dos lenguas y porque dificulta los conocimientos científicos que se han de obtener a esa edad». Permanyer: «los niños, en las escuelas con inmersión forzosa de Barcelona () han bajado sus coeficientes de RV y RA (razonamiento verbal y abstracto, respectivamente) hasta extremos alarmantes, debido a la obligación del uso del catalán exclusivamente», observación avalada por Pipó»(15).

En torno a esta delicada cuestión los contraargumentos de Branchadell, los estudios científicos reclamados y en los que se apoya para resaltar la inocuidad pedagógica de la inmer- sión, resultan ser los trabajos de los propios ingenieros de la inmersión, el SEDEC, comandados por Joaquim Arenas.

«Els homes i dones (mujeres) del SEDEC Formen part duna petita gran familia, i se senten units en el seu paper davantguarda en lextensió de lensenyament en català a tots els racons (rincones) del país, fins i tot els aparentment mes hostils des del punt de vista sociolingüístic. Són, des daquest punt de vista, la primera línia de batalla del procés de normalització lingüística. En expressió dun alt responsable de la conselleria: ells són a les trinxeres. (16)

Sería extraño que los máximos impulsores de un proyecto editasen informes contrarios al núcleo de su política.

El tercer punto, el relativo a que la inmersión es un instrumento para la asimilación cultural de los de «fuera», Branchadell despliega un ingenioso y muy documentado dispositivo jurídico, digno de mejor causa, para demostrar que los castellanoparlantes no son una mi- noria lingüística en Cataluña, i ni tienen ningún derecho a recibir la enseñanza en su lengua materna (???). Además, Constitución y Estatuto en mano, las leyes obligan a que el sistema de enseñanza asegure el conocimiento de las dos lenguas oficiales de todos los alumnos. Los adversarios de la normalización no deben buscar motivos inconfesables en la inmersión que, en ningún caso busca la asimilación cultural.

Aquí la crítica a Branchadell se articula en torno a dos ejes: primero, la típica confusión liberal entre formalidad (legalidad) y realidad social; que la ley salvaguarde unos derechos, como por ejemplo al trabajo, a la vivienda, a la enseñanza en lengua materna no quiere decir que los ciudadanos en la realidad social los disfruten efectivamente; segundo, la negación del objetivo asimilacionista de la inmersión se contradice, punto por punto, con sus propias conclusiones de su primer libro, La normalitat improbabe, donde, como hemos visto, se plantea el objetivo de la sustitución lingüística y la desaparición de la comunidad castellanoparlante: una descripción notable del proceso asimilador mismo. 0 Branchadell nos engaña en su primera obra o, ahora, descubriendo que estas tesis lo apartan definitivamente de los principios del liberalismo que reclama, prefiere instalarse en el ejercicio de una especie de doble pensar.




El efecto bumerán

La clave de estas contradicciones y el núcleo de su critica del concepto de llengua pròpia está en su análisis del peligroso proceso de reversibilidad que ha sufrido el uso nacionalista de conceptos como «lengua materna» o «diglosia» que, invocados en defensa del catalán, se vuelven en contra de sus defensores. Este efecto bumerang afectara tarde o temprano al concepto de llengua pròpia, con lo cual el pobre discurso ideológico de la Normalización se hundiría; por tanto deben buscarse en otra parte las claves de un discurso alternativo que justifique las prácticas institucionales vigentes.

Si la justificación del actual modelo monolingüe en enseñanza es que los niños catalanoparlantes aprendan en su lengua materna, un derecho humano reconocido por la ONU y la UNESCO, ¿por que los niños castellanoparlantes no han de disfrutar de estos mismos derechos?

Si el catalán sufrió un deliberado proceso de disglosia, para hacerlo desaparecer como lengua culta, si se intentó la sustitución lingüística, ¿no está sucediendo lo mismo con el castellano en todas las áreas de competencia de la Generalitat?

No es menos cierto que desde muchos sectores, desde el PP y el PSC hasta el mismo Angel Colom, están reclamando para el castellano el estatuto de lengua propia de Cataluña, cosa que de aceptarse «acabaria amb el (poc) discurs ideològic que justifica la normalització del català».

Frente a estas difíciles interrogaciones, Branchadell propone abandonar el paisaje conceptual nacionalista y, en particular, rechazar el concepto de llengua pròpia. La fundamenta- ción ideológica de la NL debe efectuarse desde otro horizonte teórico que permita la conciliación con los grandes principios éticos del liberalismo.

«El català no sha de normalitzar perquè sigui el nervi de la nació, sinó perquè és la llengua de 1individu, el motor de la normalització no hauria de ser la reconstrucció nacional (ni cap fita (ni ningún objetivo) patriòtica), sinó la protecció dels drets indiviudals dels catalans». El discurso debe reorientarse y la justificación de la NL ha de ser la consideración de los catalanoparlantes como una «minoría lingüística» dentro de España. Esta tesis se concilia perfectamente con el liberalismo y se ajusta a los criterios de la ONU y de la UNESCO. Además, esta argumentación permite un margen de maniobra política e ideológica suplementaria, para que si alguna vez gobiernan en la Generalitat Fuerzas no nacionalistas no se modifique por ello 1a actual política lingüística. El concepto de llengua pròpia o territorial es difícilmente aceptable para los no nacionalistas.

Ahora bien, la propuesta de Branchadell no consigue resolver algunas de las cuestiones fundamentales por el mismo planteadas. Según el autor, los castellanoparlantes en Catalu- ña no dispondrían de estos derechos porque formarían parte de un Estado y de una comunidad lingüística mayoritaria. Sólo si Cataluña fuese independiente, con un Estado propio, podrían los castellanoparlantes constituirse en minoría lingüística y reclamar sus derechos. Sin embargo, Branchadell reconoce que los alumnos que eligen la educación en castellano, y que han de pasar por el humillante tramite de la «enseñanza personalizada», padecen una situación de flagrante desigualdad que no es conciliable de ninguna manera con los principios liberales. Ni siquiera el modelo de Quebec es tan riguroso, pues aunque la única lengua oficial del territorio es el francés, la minoría anglófona (apenas 20% de la población) tiene el derecho a recibir la enseñanza en su lengua materna.

Un modelo lingüístico democrático

El concepto de lengua propia, superlegimitador ideológico de la política lingüístico-educativa vigente, no posee, desde el punto de vista de un análisis teórico mínimamente riguroso, ninguna fundamentación racional. De ahí la importancia del aviso de Branchadell: si se quiere justificar una política lingüística que vulnera los derechos de la mitad de la población del territorio, debe hallarse una justificación más sofisticada que el recurso al extraño concepto de Llengua pròpia, que además resulta incompatible con los principios de la mí- nima moralia liberal.

Las derivaciones ideológicas más palmarias de este concepto, como observa Jesús Royo, son muy peligrosas. Su certera traducción como la lengua de los propietarios del territorio se une a su uso como selector social. Las diferencias sociales son subrayadas por la lengua, que se constituye en una barrera cultural para la participación de la clase obrera en la vida pública, que queda reservada a los que hablan catalán. Si en la época de la gran emigración de los 60 se acunó la consigna: «catalán es el que vive y trabaja en Cataluña», una curiosa fórmula que deriva de la situación laboral, la ciudadanía plena, las altas tasas de paro y precariedad laboral actuales la han invalidado, pues ¿qué pasa con el que reside pero no en- cuentra trabajo en Cataluña? Quizás para sortear este escollo, y también para reservar ciertos puestos de trabajo para las clases medias autóctonas, parece querer imponerse la siguiente máxima «catalán es el que habla catalán». Ahora, con una enseñanza exclusivamente en catalán, no sirven las excusas del franquismo y quien no lo habla es porque no le da la gana. La situación social en el Principado, como mostró el sociólogo James Petras en su trabajo sobre el mercado laboral español»(17) realizado en el cinturón industrial de Barcelona, que presenta «los niveles de desempleo y paro juvenil más altos de Europa Occidental y Norteamerica», es el telón de fondo donde se desarrolla la normalización. Si a esto le unimos el elevado porcentaje de fracaso escolar que alcanza, en estos barrios, a mas del 30% de sus habitantes, se configura un escenario de exclusión social en el que la lengua propia aporta el ingrediente de la segregación cultural y alimenta un efecto perverso: los jóvenes desempleados de los barrios de la emigración, nacidos en Cataluña, se aferran a su lengua como uno de los pocos signos de identidad, y de hecho. practican una resistencia sorda y tenaz frente a la política asimilacionista de la Generalitat.

Para las clases medias autóctonas, la función de la lengua propia como signo superidentidario de la Nación les sumerge en un universo ideológico extremadamente conservador que a veces recuerda a los defensores de la nobleza de sangre (aquí de apellidos), anterior a la Revolución Francesa, que ciertos ideólogos del nacionalismo empiezan a ver como el origen de todos los males. Además proporciona un elemento de «radicalidad» en torno al objetivo de la Independencia política, que ejerce sobre la pequeña- burguesía una enorme fascinación, separando a estos estratos de cualquier alianza con la clase obrera, como ocurrió con el PSUC, pues ahora estos sectores son considerados por el nacionalismo como una especie de quinta columna del españolismo.

¿Cuánto tiempo podrá ser silenciado el carácter irracional y reaccionario del concepto de llengua pròpia, único legitimador de la política lingüística en vigor? No será un efecto inme- diato, sino mas bien retardado que, lenta pero inexorablemente, hará imposible sostener en un debate racional el discurso normalizador que soporta las prácticas institucionales monolingües.

El problema que queda por resolver es plantear un modelo lingüístico democrático que salvaguarde los derechos de todos los ciudadanos de Cataluña en un plano de igualdad. Quizás la clave nos la proporcionen las declaraciones de la ONU y de la UNESCO sobre el derecho a recibir la enseñanza en la lengua materna y a emplearla normalmente sin «preferencias» en todas las relaciones publicas y privadas, allí donde existe una minoría lingüística demográficamente significativa. Quizás la experiencia de la política lingüística de la II República española, que quería asegurar una especie de bilingüismo simétrico, cuando el 80% de la población del Principado hablaba catalán, nos pueda proporcionar valiosas indicaciones para construir este modelo.

Notas:

l. ARENDT, Hannah. Los orígenes del totalitarismo, Alianza Editorial, Madrid: 1982.
2. VOLTAS, Eduard. La guerra de la llengua, Ed. Empúries, Barcelona: 1996.
3. BRANCHADELL, Albert. Liberalisme i Normalització Lingüística, Empúries: Barcelona, 1997.
4. HOBSBAWN, E.J. Naciones y nacionalismo desde 1870, Barcelona: Crítica, 1992.
5. VOLTAS. Op. cit.p. 127
6. ROYO, Jesús. Una llengua és un mercat, Edicions 62, Barcelona: 1991.
7. II Congrès de la Llengua Catalana, citado en Royo. Op. cit. p. 53.
8. FLAQUER, Lluis. El català ¿llengua pública o privada?, Empúries: Barcelona, 1996. p 28
9. ROYO, Op. cit. p. 54
10. ESPADA, Arcadi. Contra Catalunya, Ed. Flor del Vent: Barcelona, 1997.
11.Avui 5-11-97.
12. FLAQUER, Op. cit. p. 17.
13. BRANCHADELL, Albert. La normalitat improbable, Empúries, Barcelona, 1996. 14. El Foro Babel no está incluido, según me aclaró el autor, debido a que el libro estaba en prensa cuando aparecieron los manifestos.
15. BRANCHADELL Liberalisme i normalització, p. 98.
16. VOLTM, Op. cit.p. 66
17. PETRAS, James. «Padres-hijos. Dos generaciones de trabajadores españoles», Ajoblanco, verano 1996.