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En el socialismo, a la izquierda

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junio 29, 2004

¿Adónde va el imperio americano?, Eric Hobsbawm

publicado en Le Monde Diplomatique
junio de 2003


En sus esfuerzos por transformar su victoria militar en éxito político, el presidente George W. Bush marca las reglas. La adhesión de Francia, Rusia y Alemania a la resolución adoptada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el 22 de mayo de 2003 sanciona el protectorado americano sobre Irak. La aceptación, el 25, de la “hoja de ruta” del Cuarteto por el gobierno israelí convierte a Washington en “hacedor de la paz” en Oriente Próximo. Por el contrario, el reemplazamiento en Bagdad del exgeneral Jay Garner por el diplomático Paul Bremen testimonia dificultades crecientes a las que se enfrenta el ocupante. Y, de Riyad a Casablanca, el terrorismo demuestra que no ha desaparecido al mismo tiempo que el régimen de Sadam Hussein…

La actual situación mundial no tiene precedentes. Los grandes imperios mundiales de otrora, como el Imperio español de los siglos XVI y XVII, y muy particularmente el Imperio británico de los siglos XIX y XX, en poco se parecen al actual Imperio estadounidense.

La globalización ha alcanzado un punto inédito en tres planos: la interdependencia, la tecnología y la política.

Ante todo, vivimos en un mundo a tal punto interdependiente, que las operaciones corrientes se encadenan, y cualquier interrupción tiene consecuencias globales inmediatas. Tomemos como ejemplo la epidemia del Síndrome Agudo Respiratorio Severo (SARS) cuyo origen se sitúa seguramente en China: esa enfermedad tomó proporciones de fenómeno global. Su efecto perturbador sobre la red mundial de transporte, sobre el turismo, sobre todo tipo de conferencias y de instituciones internacionales, sobre los mercados mundiales, e incluso sobre toda la economía de ciertos países, se hizo sentir con una rapidez impensable en cualquier época anterior.

Luego, el enorme poder de una tecnología constantemente revolucionada, se afirma en el terreno económico y sobre todo en el militar. La tecnología es más decisiva que nunca en los temas militares. El poder político a escala global exige hoy el dominio de esa tecnología combinado con un Estado geográficamente muy grande. La extensión no era algo que contara anteriormente. Gran Bretaña, que reinó sobre el imperio más extenso de su tiempo, era apenas un Estado de tamaño mediano, aun para los criterios de los siglos XVIII y XIX. En el siglo XVII, Holanda -Estado de un tamaño comparable al de Suiza- pudo convertirse en un actor global. Hoy en día, es inconcebible que un Estado, por más rico y tecnológicamente avanzado que sea, se convierta en una potencia mundial si no es relativamente gigantesco.

Por último, la política presenta actualmente un carácter complejo. Nuestra época es aún la de los Estados-naciones, única área en la que la globalización no funciona. Pero se trata de un Estado de un tipo particular, en el cual -y virtualmente esto se aplica a todos- la población común juega un papel importante. En el pasado, quienes decidían, gobernaban sin preocuparse demasiado de lo que pensara la mayoría de los habitantes. A fines del siglo XIX y principios del XX, los gobiernos podían contar con la movilización del pueblo. Hoy en día deben tener en cuenta más que antaño lo que piensa o lo que está dispuesta a hacer la población.

A diferencia del proyecto imperial estadounidense -y esa es la gran novedad- todas las grandes potencias y todos los imperios sabían que no eran los únicos, y nadie procuraba dominar por si solo todo el mundo. Nadie se consideraba invulnerable, aun cuando es cierto que todos se creían el centro del mundo, como por ejemplo China, o el Imperio romano en su apogeo. En el sistema de relaciones internacionales que gobernó el mundo hasta el final de la guerra fría, el máximo peligro podía venir de una dominación regional. No hay que confundir la posibilidad de acceder a todo el planeta -que se materializó en 1492- con su dominación global.

El Imperio británico en el siglo XIX fue el único realmente "global", en el sentido de que operaba en todo el planeta. Desde ese punto de vista, es sin dudas un precedente respecto del Imperio estadounidense. En cambio, los rusos de la era comunista, que también soñaban con tranformar el mundo, sabían perfectamente -incluso cuando estaban en la cumbre de su poderío- que el dominio del mundo estaba fuera de su alcance: contrariamente a lo que sugería la retórica de la guerra fría, nunca trataron verdaderamente de conseguirlo.

Pero las actuales ambiciones estadounidenses difieren totalmente de las que tenía Gran Bretaña hace un siglo o más. Estados Unidos es un país físicamente extenso, con una de las poblaciones más numerosas del planeta, y una demografía en alza (contrariamente a la Unión Europea) debido a una inmigración virtualmente ilimitada.

Además, existen diferencias de estilo. En su apogeo, el Imperio británico ocupaba y administraba un cuarto de la superficie del globo (1). Estados Unidos nunca practicó verdaderamente el colonialismo, con una breve excepción durante la moda del imperialismo colonial, a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Se apoyó más bien en Estados dependientes o satélites, fundamentalmente en el hemisferio occidental, donde no temía a ningún rival. Contrariamente a Gran Bretaña, Estados Unidos desarrolló en el siglo XX una política de intervención militar en esos Estados.

Como en aquellos tiempos el brazo armado del imperio mundial era la marina, el Imperio británico se apoderó de bases marítimas y de puertos de escala de importancia estratégica en todo el mundo. Esto explica por qué la Union Jack flotaba -y flota aún- desde Gibraltar hasta las Malvinas, pasando por Santa Helena. Los estadounidenses, fuera del Pacífico, sólo necesitaron esas bases después de 1941, y las consiguieron gracias a lo que realmente podía llamarse entonces una "coalición de buena voluntad" (“ coalition of the willing ”). Ahora la situación es diferente: sienten la necesidad de controlar directamente un gran número de bases militares, pero a la vez prefieren continuar controlando indirectamente a los países.

Además, existen diferencias importantes en la estructura del Estado, en el plano interno y su ideología. El Imperio británico tenía un objetivo británico y no universal, a pesar de que sus partidarios le encontraban móviles más altruistas. Así, la abolición del tráfico de esclavos sirvió para justificar el poderío naval británico, tanto como los derechos humanos sirven a menudo para justificar el poderío militar estadounidense. Al igual que Francia y que la Rusia revolucionaria, Estados Unidos encarna una gran potencia basada en una revolución universalista, y –por lo tanto– animada por la idea que el resto del mundo debe seguir su ejemplo, y que incluso debe ser liberado por ella. No hay nada más peligroso que los imperios que defienden exclusivamente sus intereses imaginándose que así ayudan a toda la humanidad.

Sin embargo, la diferencia esencial consiste en que el Imperio británico, a pesar de haber sido global -y en cierto sentido más aún que el Imperio estadounidense actual, ya que poseía un dominio de los mares como ningún otro país tiene del cielo actualmente- no trataba de adquirir un poder global, ni siquiera un poder militar y político terrestre en regiones como Europa o Estados Unidos. El imperio servía a los intereses fundamentales de Gran Bretaña, es decir, a sus intereses económicos, tratando de inmiscuirse lo menos posible en los asuntos de los demás. Era siempre consciente de sus límites en términos de tamaño geográfico y de recursos. A partir de 1918, el Imperio tomó profundamente conciencia de su decadencia.

Por otra parte, el imperio mundial de la primera nación industrializada supo aprovechar el viento de una globalización que la expansión de la economía inglesa tanto hizo por desarrollar (véase el artículo sobre libre cambio, págs 26 y 27). Ese imperio representaba un sistema de comercio internacional que, a medida que se desarrollaba la industria en la metrópolis, dependía esencialmente de la exportación de productos manufacturados hacia los países menos desarrollados. A cambio, le permitía a Londres convertirse en el mayor mercado de materias primas del planeta (2). Cuando dejó de ser el taller del mundo, Gran Bretaña se convirtió en el centro del sistema financiero mundial.

No ha ocurrido lo mismo con la economía estadounidense. Esta se basaba en la protección de la industria nacional respecto de la competencia externa en su propio mercado, potencialmente gigantesco. Este factor sigue siendo aún hoy en día uno de los elementos importantes de la política estadounidense. Pero el hecho de que esa economía ya no ocupa en el mundo industrializado actual la posición dominante de antaño, constituye precisamente uno de los puntos débiles del Impero estadounidense del siglo XXI (3). Estados Unidos importa del resto del mundo grandes cantidades de bienes manufacturados, lo que despierta de parte de sectores comerciales y del electorado estadounidense una reacción proteccionista. Existe una contradicción entre la ideología de un mundo dominado por el librecambio bajo control estadounidense por una parte, y por otra los intereses políticos de elementos importantes en Estados Unidos, que se ven debilitados por esa ideología.

Una de las maneras de resolver ese problema fue desarrollar el tráfico de armas. Es otra de las diferencias entre el imperio británico y el estadounidense. Particularmente después de la Segunda Guerra Mundial, la acumulación de armas en tiempo de paz alcanzó en Estados Unidos un nivel inaudito, sin precedentes en la historia moderna, y que puede explicar la dominación ejercida por el "complejo militaro-industrial", denunciado en su tiempo por el presidente Dwight D. Eisenhower. Durante los cuarenta años de guerra fría, ambos campos hablaban y actuaban como si en realidad existiera una guerra física, o como si estuviera a punto de estallar. El Imperio británico alcanzó su zenit durante un siglo (de 1815 a 1914) que no tuvo guerras internacionales importantes. Y a pesar de la manifiesta desproporción existente entre el poderío de Estados Unidos y el de la URSS, el impulso dado a la industria armamentística estadounidense se aceleró todavía más, incluso antes de terminar la guerra fría, y prosiguió después.

Esa industria transformó a Estados Unidos en potencia hegemónica del mundo occidental. Dicha hegemonía, sin embargo, se ejercía al frente de una alianza. Pero, por supuesto, nadie se hacía ilusiones sobre la importancia relativa de los otros socios: el poder estaba exclusivamente en Washington. De alguna manera, Europa reconocía entonces la lógica del imperio mundial estadounidense. Y actualmente Washington se indigna de que su imperio y sus objetivos ya no sean verdaderamente aceptados. Ya no hay más "coalición de buena voluntad", pues la política actual de Estados Unidos es la más impopular nunca desarrollada por un gobierno de ese país, y probablemente por cualquier otra gran potencia.

En otros tiempos, los estadounidenses manejaban sus relaciones con Europa con la tradicional cortesía reinante en los asuntos internacionales, dado que los europeos se hallarían en primera línea en caso de combate con las fuerzas soviéticas. Ello no debe ocultar que en el fondo se trataba de una alianza apoyada fundamentalmente en Estados Unidos, pues dependía de su tecnología militar. Washington se ha opuesto sistemáticamente a la creación de una fuerza armada europea independiente. El viejo desacuerdo entre estadounidenses y franceses, que data de la época del general De Gaulle, se origina en la negativa de París a aceptar una alianza inamovible, y en su voluntad de mantener un potencial independiente para dotarse de un equipamiento militar de alta tecnología. A pesar de las tensiones, la alianza constituía una verdadera "coalición de buena voluntad". Luego del derrumbe de la URSS, Estados Unidos se convirtió en la única superpotencia a la que ninguna gran nación quería o podía desafiar. Esa repentina exhibición de fuerza, extraordinaria, brutal y hostil, resulta aún más difícil de entender pues no coincide ni con la política imperial -de larga y probada eficacia- desarrollada durante la guerra fría, ni con los intereses económicos estadounidenses. La política que domina desde hace poco tiempo en Washington parece tan insensata para los observadores exteriores, que resulta difícil identificar su real objetivo. Para quienes conocen a la perfección, o al menos a medias, el proceso que siguen las decisiones en Estados Unidos, se trata manifiestamente de afirmar una supremacía global a través de la fuerza militar, aunque el fin último de esa estrategia sigue siendo oscuro.

¿ Tiene posibilidades de éxito? El mundo de hoy es demasiado complicado para ser dominado por un solo Estado. Sin olvidar que, dejando de lado la superioridad militar, Estados Unidos depende de recursos cada vez más escasos. A pesar de que su economía es fuerte, su proporción en la economía mundial va en disminución, y es vulnerable a corto y a largo plazo. Imaginemos que la Organización de países exportadores de petróleo (OPEP) decidiera mañana facturar el barril de petróleo en euros en lugar de dólares...

Es inevitable comprobar que en los últimos dieciocho meses los estadounidenses despilfarraron la mayoría de las cartas ganadoras de que disponían en el terreno político. Aunque todavía les quedan algunas. Sin duda, sigue vigente la influencia preponderante de su cultura y de la lengua inglesa. Pero la principal ventaja con que cuenta su proyecto imperial, es militar. En ese plano, el Imperio estadounidense no tiene rivales, y es probable que esa situación perdure en un futuro previsible. Esa ventaja, decisiva en los conflictos localizados, no lo es necesariamente en términos absolutos. Pero en la práctica, ningún país, ni siquiera China, cuenta con el nivel tecnológico de Estados Unidos. Aunque cabe reflexionar sobre los límites de una superioridad puramente técnica.

Por supuesto que, teóricamente, los estadounidenses no planean ocupar todo el planeta. Su objetivo es hacer la guerra, instalar gobiernos amigos y retirarse. Pero eso no va a funcionar. En términos puramente militares, la guerra en Irak fue un gran éxito. Sin embargo, absorbido por ese objetivo, el gobierno de Bush pasó por alto las necesidades que se imponen cuando se ocupa un país, al que hay que administrar y mantener, como hicieron los británicos en el caso de la India, ejemplo del colonialismo clásico. La "democracia modelo" que los estadounidenses desean brindar al mundo entero a través de Irak, en realidad no tiene nada de modelo. Creer que pueden prescindir de otros países como verdaderos aliados, o que no necesitan contar con apoyo dentro de los países que actualmente son capaces de conquistar militarmente (aunque no de administrar), es una vana ilusión.

La guerra en Irak es un ejemplo de la frivolidad de quienes toman las decisiones en Washington. Irak es un país derrotado, pero que se negó a someterse. Estaba en tal estado de debilidad, que era fácil vencerlo. Si bien no hay que olvidar su riqueza petrolífera, el objetivo fundamental de la operación fue realizar una demostración de fuerza a nivel internacional. La política que evocan los extremistas de Washington, es decir, una total reestructuración de Medio Oriente, no tiene sentido. Si piensan hacer caer al régimen saudita, ¿con qué lo reemplazarán? Si verdaderamente quisieran cambiar la situación en la región, es sabido que lo que deberían hacer es presionar a Israel. El padre de George W. Bush lo hizo en 1991, luego de la primera guerra del Golfo, pero no su sucesor en la Casa Blanca. En lugar de ello, la actual administración destruyó uno de los dos gobiernos laicos de Medio Oriente, y se dispone a hacer lo propio con el restante.

El anuncio público de esa iniciativa subraya su vacuidad. Lejos de corresponder a la formulación de una estrategia, expresiones como el "eje del mal" o la "hoja de ruta" son apenas frases hechas, que pretenden contener en sí mismas un cierto poder. Esa neolengua que se abate sobre el mundo desde hace dieciocho meses, evidencia la falta de una política real. El propio George W. Bush no hace política. Responsables como Richard Perle o Paul Wolfowitz hablan como Rambo, tanto en público como en privado. Lo único que cuenta es la omnipotencia estadounidense. Traducido, eso significa que Estados Unidos puede invadir cualquier país, a condición de que no sea demasiado grande, y que se lo pueda vencer en poco tiempo. No se puede llamar a eso una estrategia, ni imaginar que pueda funcionar.

Las consecuencias pueden ser muy peligrosas para Estados Unidos. En el plano interno, un país que piensa controlar el mundo, fundamentalmente por medios militares, corre el peligro -hasta ahora seriamente subestimado- de militarización. En el plano internacional, el riesgo sería una desestabilización del mundo.

Prueba de lo dicho es la inestabilidad que reina actualmente en Medio Oriente, mayor que hace diez, o incluso cinco años. La política estadounidense debilita todos los esfuerzos, oficiales u oficiosos, destinados a hallar una solución a la crisis. En Europa logró demoler la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), lo que no es una gran pérdida, al tratar de transformarla en fuerza de policía militar mundial al servicio de Estados Unidos, lo que parece una broma. Washington ha saboteado deliberadamente a la Unión Europea y también procura, de manera sistemática, liquidar una de las grandes conquistas de la posguerra: el "Estado providencia", democrático y próspero. En cambio, la crisis de credibilidad de las Naciones Unidas me parece menos grave: la organización nunca estuvo en condiciones de desarrollar más que una acción marginal, pues depende totalmente del Consejo de Seguridad y del uso que los estadounidenses hacen de su derecho a veto.

¿ Qué hará el mundo frente a Estados Unidos? ¿Tratará de contenerlo? Algunos consideran -naturalmente- que no tienen los medios para ello, y preferirán aliarse con Washington. Más peligrosos son aquéllos que detestan la ideología propagada por el Pentágono, pero apoyan el proyecto estadounidense con el pretexto de que acabará eliminando ciertas injusticias locales y regionales. Esta especie de "imperialismo de los derechos humanos" se nutrió del fracaso de Europa en los Balcanes en la década de 1990. Durante el debate público sobre la guerra contra Irak, sólo una minoría de intelectuales influyentes -como Michael Ignatieff o Bernard Kouchner- llamaron a apoyar la intervención estadounidense, al estimar necesario el uso de la fuerza para poner orden en las desgracias del mundo. Sin duda, algunos gobiernos son tan peligrosos que su desaparición sería algo positivo para todo el mundo. Pero ello no justifica correr el riesgo que representa para el planeta una potencia mundial que, a la vez que se desinteresa de un mundo que no entiende, es capaz de intervenir por la fuerza armada contra cualquiera que no le caiga bien.

Como telón de fondo se ve crecer la presión sobre los medios de comunicación: en un mundo donde la opinión pública tiene tanta importancia, esos órganos son objeto de enormes manipulaciones (4). Durante la guerra del Golfo (1990-1991), para evitar que se repitiera lo ocurrido en Vietnam, la "coalición" trató de impedir que los medios se acercaran al campo de batalla. Pero no lo logró: en Bagdad había medios, como la CNN, que cubrieron los acontecimientos de una manera diferente de la que deseaba Washington. Durante la guerra contra Irak, al contrario, se integró a los periodistas en el seno de las tropas, para influir en su visión. Nada de eso realmente funcionó. En el futuro, seguramente se buscarán medios de control más eficaces, posiblemente directos, en último caso tecnológicos. De todas formas, la colusión entre los gobiernos y los dueños de los monopolios de la comunicación aspira a ser aún más eficaz que Fox News (5) en Estados Unidos o que el imperio de Silvio Berlusconi en Italia.

Resulta imposible decir cuánto tiempo durará ese dominio estadounidense. Lo único de lo que estamos seguros es que se tratará de un fenómeno temporal en la historia, como lo fueron todos los imperios. En el curso de una vida hemos visto el fin de todos los imperios coloniales, el del pretendido "Imperio de mil años" de Hitler -que sólo duró doce- y el fin del sueño soviético de la revolución mundial.

El Imperio estadounidense podría hundirse por motivos internos, el más inmediato de los cuales es que el imperialismo -en el sentido de dominación y manejo del mundo- no es algo que interese a la mayoría de los estadounidenses, más preocupados por lo que ocurre en su país. La economía está tan debilitada que tanto el gobierno como el electorado acabarán decidiendo algún día que es más importante concentrarse en ese problema que lanzarse a aventuras en el exterior (6). Más aún teniendo en cuenta que, como ocurre ahora, serán los propios estadounidenses quienes deberán financiar en gran medida esas intervenciones militares, lo que no fue el caso durante la guerra del Golfo ni en buena parte de la guerra fría.

Desde 1997-1998 la economía capitalista mundial está en crisis. Por supuesto que no va a derrumbarse, pero es improbable que Estados Unidos siga desarrollando una política exterior ambiciosa si se le presentan serios problemas internos. La política económica nacional de George W. Bush no responde necesariamente a los intereses locales. Además, su política internacional tampoco es necesariamente racional, ni siquiera desde el punto de vista de los intereses imperiales de Washington, y mucho menos desde los del capitalismo estadounidense. De allí las divergencias de opinión que existen en el seno del gobierno.

La cuestión fundamental es saber qué harán ahora los estadounidenses y cómo van a reaccionar los demás países. Cabe preguntarse si algunos, como el Reino Unido, único verdadero miembro de la coalición reinante, seguirán adelante, apoyando cualquier plan de Washington. Los gobiernos deben demostrar que existen límites al poder estadounidense. Hasta ahora, Turquía fue quien hizo el aporte más positivo en ese sentido, al afirmar simplemente que no estaba dispuesta a adoptar ciertas medidas, aun sabiendo que le hubieran resultado beneficiosas.

Actualmente, el objetivo principal es contener, o al menos educar, o reeducar a Estados Unidos. Hubo un tiempo en que el Imperio estadounidense conocía sus límites, o al menos las ventajas que podían obtenerse comportándose como si existieran límites. Era en gran medida por miedo al otro: la Unión Soviética. Hoy en día, ese temor ya no existe, y sólo el interés bien entendido y la educación pueden tomar el relevo.

Declaraciones recogidas por Victoria Brittain

NOTAS:

(1) Eric Hobsbawm, La era del imperio, Grijalbo, Colección Crítica, buenos Aires, 1998.
(2) Eric Hobsbawm, op. cit.
(3) Chalmers Johnson, Blowback,”The costs and consequenses of American Empire”, Owl Book, Hudson 2001.
(4) “France protests US media ‘plot’” in Le Monde, The International Herald Tribune, 16-5-2003
(5) Eric Alterman, “¿Liberales, los medios de Estados Unidos?”, en Le Monde diplomatique, edición española, marzo de 2003.
(6) “US unemployment hits an 8 year high” in The International Herald Tribune, 3-5-2003.


junio 28, 2004

Entrevista a Josep Fontana

Josep Lluís Martín i Berbois entrevista al historiador marxista catalán Josep Fontana

La entrevista fue publicada en julio de 2003 en Valldaurex. Centre d’Estudis de Valldoreix. nº. 6. Valldoreix. 2002. pp. 7-13.

Poc abans de la reedició de la seva tesis doctoral “La quiebra de la Monarquia absoluta” i el seu nomenament com a professor emèrit de la Universitat Pompeu Fabra, el professor Josep Fontana i Lázaro ens rebia al seu despatx de l’Institut Jaume Vicens Vives per realitzar aquesta entrevista. Durant quasi dues hores, el professor Fontana respongué, molt cordialment, a totes les nostres preguntes d’una manera distesa i que ens varen permetre aprofundir en la seva trajectòria.

Una trajectòria, com comprovarà el lector, que englobà aspectes tant desconeguts com la seva infantesa fins els seus últims projectes (any 2002)[2].

Vostè va néixer a Ciutat Vella (Barcelona) l’any 1931 envoltat de llibres, degut a que el seu pare era llibreter. Va influir aquest contacte amb els llibres en la seva vocació?

El meu pare tenia un petit negoci de venta de llibres per correspondència, i quan ell morí el negoci es mantingué perquè els xicots que treballaven van seguir i jo els ajudo. Però el negoci és propietat d’ells.

O potser van influir més els seus pares?

Les dues coses van lligades. Evidentment jo vaig néixer entre llibres, i això significava moltes oportunitats de llegir coses que un noi d’aquella edat no tindria, i de fet, jo vaig començar a realitzar la meva biblioteca als set anys, quan el meu pare em va regalar cinc o sis llibres, que per cert eren en català, i que alguns recordo perfectament. Des de llavors he anat creixent a la biblioteca fins un moment en que no sé quants en tinc. Aquí a l’Institut n’he portat uns 25 mil, i a casa meva en tindré una quantitat semblant a aquesta. He tingut certes facilitats i he dedicat part dels meus estalvis a l’adquisició de llibres.

Durant la guerra civil espanyola vostè visqué durant un any a la Floresta i unes setmanes a Valldoreix. Per què es desplaçà fins a aquestes dues localitats?. Hi tenia alguna relació de parentiu?.

La Guerra Civil la començo a Ciutat Vella. Recordo els bombardeigs i els refugis, que per cert, el nostre refugi era el de la Generalitat, que era el que teníem més a la vora, ja que vivíem al final de Porta Ferrisa perquè el meu pare tenia la llibreria al carrer de Gotés. Allà, davant de casa, va caure una bomba al mig del carrer. Recordo perfectament aquell diumenge al matí, la sensació que va produir l’esclat de la bomba en la casa ja que va rebentar les portes, es van obrir els armaris de sobte, etc.

Quan podia, el meu pare em portava a casa d’una tieta que vivia a la Floresta, i d’altres vegades també vaig passar temporades a alguns pobles de Lleida. I a finals de la guerra van poder aconseguir una torre a Valldoreix, però no sé quin temps era perquè jo era petit.

Què recorda de la guerra?

Recordo que estava amb la meva mare a la casa, i ella va veure de lluny que venien les tropes que portaven la bandera “monàrquica”, que en deien llavors. La primera notícia que tinguérem és que entrà un “moro” a la casa amb un fusell en mà. Ens van fer obrir els armaris i ens van agafar el que van voler, però anaven ràpid perquè tenien pressa per anar a Barcelona. Al dia següent anàrem cap a Barcelona, i al camí entre Valldoreix i la Floresta ens vam trobar ple de capses que havien llençat. A la Floresta em vaig trobar amb un amic al que li havien regalat un gos que havien robat en un altre lloc. Es veu que devien tenir instruccions d’entrar a Barcelona, en tot cas, amb el botí que portessin discretament amagat.

Què recorda de la seva estada a Valldoreix i la Floresta?

Recordo el temps que passava amb la meva tieta, el lloc on anàvem a comprar el menjar, que crec que es deia “La abundancia”, que es trobava lluny de l’estació i estava a la banda de Sant Cugat. Però recordo que quan s’havia d’anar a comprar alguna cosa, s’anava al mercat de Sant Cugat, i que per a poder-hi arribar s’havia de passar per Can Trabal, que era una gran finca que tenia moltes vinyes i un gran arbre.

Valldoreix i la Floresta eren llocs tranquils en el període de la guerra. Durant aquell temps jo alternava l’estança d’aquests dos llocs amb Barcelona, ja que per mi aquests eren com una mena d’oasis.

Recorda els bombardeigs que es produïren a Barcelona?

Sí, recordo un dels bombardeigs més durs que hi va haver a Barcelona, quan justament tocaren els dipòsits de la Campsa. Tot el cel s’enfosquí i tota la gent fugia de la ciutat espantada. A més, els ferrocarrils de Sarrià, Terrassa i Sabadell no tenien cap control i la gent pujava als trens sense bitllet. Aquell matí, el meu pare em va portar a la Floresta.

Allà podia sentir els bombardeigs i els avions que anaven cap a Barcelona. Encara recordo que estava en una torre que hi havia al costat de la de la meva tieta i hi havia gent que quan sentia ela motors dels avions en sabia dir la seva procedència; a partir d’aquell moment es començaren a sentir les bombes. Això va fer que marxés plorant a casa de la meva tieta, perquè la sensació d’espaordiment que m’havia quedat a Barcelona de les sirenes i de les bombes era una cosa que encara que estiguessis lluny et marcava.

En un dels bombardeigs de Barcelona, una bomba va caure a la casa on el meu pare tenia la botiga. La façana va quedar intacta però l’interior va quedar afectat. Igualment el meu pare va seguir mantenint la botiga, però quan plovia havia de vigilar que l’aigua no es filtrés.

La meva mare fins a molts anys després, cada vegada que sentia una sirena de fàbrica es posava nerviosa.

Va tenir problemes en el camp alimentari?

A nivell alimentari la situació no era escassa perquè els meus pares es van encarregar de tot, però sí que em vaig aprendre el bosc. Durant aquell temps vaig fer un aprofundíssim coneixement de totes les menes de bolets que podien trobar-se a l’entorn de la Floresta.

L’any 1951, vostè arribà a la Universitat. Què destaca d’aquell període?. Com era la universitat en aquells moments?

La universitat era profundament tronada, és a dir, era una universitat en que coexistia gent “antiquada” -ni tan sols es podia dir que fossin del franquisme, sinó que pertanyien a una època anterior. També hi havia gent que havia entrat amb el franquisme i un petit nucli de gent nova que, per contra, eren poca cosa. Aquesta combinació feia que la gent nova aportés coses, estimulés i que intentés sobreviure i resistir a aquests “monstres” que hi havia.

Per aquesta mateixa època, vostè tingué de mestre a la universitat a Jaume Vicens Vives i a Ferran Soldevila als Estudis Universitaris Catalans.

A Jaume Vicens Vives el vaig tenir a l’últim any de la carrera. A Ferran Soldevila el tingué en les classes clandestines. Quan vaig entrar a la universitat no tenia la mínima intenció de fer història. Si la gent veiés el que vaig haver d’estudiar en el batxillerat ho entendria perfectament. D’aquesta manera, tant jo com el meu amic Ernest Lluch volíem estudiar llengües semítiques, perquè ens semblava que això era una cosa en que hi havia una garantia de treball i es podien fer algunes coses.

Vaig començar a fer àrab en el primer curs i així em vaig curar de la temptació, però van ésser les classes amb en Soldevila les que em van fer agafar el gust per la història. Encara recordo que quan va publicar el primer volum de la seva Història d’Espanya, li vaig portar perquè me’l signés i m’hi posà: “Per a Josep Fontana, amb l’esperança de les seves futures realitzacions en el camp de la història”. Llavors vaig agafar l’especialització d’història.

Com eren i quina relació tingué amb ells?

Soldevila era una persona tímida. Les classes les fèiem a casa seva; en alguna ocasió érem dues persones i algun cop estava jo sol, i això feia que fos un tipus de classe molt directa.

En Vicens era diferent: era una força impressionant i tenia una gran empenta. Era una persona que connectava amb la gent i amb la qual s’inicià una relació que es perllongà després.

Què recorda de l’últim any de carrera?

L’any en que vaig acabar es varen realitzar per primer cop les tesines, i jo vaig fer la tesina amb en Vicens. Es va produir una situació estranya ja que tots els que havíem decidit realitzar la tesina la fèiem amb en Vicens Vives, i això no agradà a certa gent. Això ens ho van voler fer sentir amb una sèrie de regles absurdes, ja que els professors del tribunal feien objeccions però no ens permetien contestar. Ens van suspendre.

Aleshores em vaig quedar molt dolgut per aquell tractament. Alberto del Castillo em va dir que tots havien estat d’acord en la decisió. Això em molestà molt, fins i tot, quan veia en Vicens ni el saludava, fins que em va donar una explicació. Llavors em va demostrar la confiança que em tenia, quan em va dir que preparés la redacció d’un article perquè me’l publicaria als Estudis d’Història Moderna. A partir d’aquell moment s’inicià una relació força afectiva.

El 1956 es llicencià i al següent curs acadèmic marxà a Liverpool. Quina fou la seva tasca? Es mantingué la seva relació amb Vicens Vives.?

L’anada a Liverpool tenia que veure amb els Estudis Universitaris i l’ensenyament del català. Després de tornar de Liverpool, vaig haver de realitzar uns mesos de quarter de les milícies. Durant tota aquesta època hi va haver una correspondència amb en Vicens (alguna d’aquelles cartes publicades a l’epistolari realitzat a Girona). Encara recordo que fa un parell d’anys, quan vam fer la presentació de la segona part de l’epistolari, la seva viuda em va dir que en Vicens s’hi passava molt de temps per fer-me les contestacions, i que ella li preguntava el per què de tant de temps, i Vicens Vives deia que volia fer-ho bé perquè “aquell noi valia molt”.

També recordo que havíem tingut discrepàncies i li deia alguna impertinència, però ell m’aguantava. Ell havia començat a realitzar classes a la Facultat d’Econòmiques i està clar que em preparava perquè jo treballés allà.

A l’any 1957 tornà cap a Barcelona i passà a ésser ajudant de Vicens Vives i Jordi Nadal a la Facultat d’Econòmiques de la Universitat de Barcelona.

En Jordi Nadal era l’ajudant de Vicens. Quan morí aquest, jo em vaig quedar amb Nadal per ajudar-lo, ja que ell preparava les oposicions. Llavors jo vaig estar sol durant uns mesos donant ensenyament.

També per aquest temps, vostè es vinculà a la política, i més concretament al PSUC. A més de la lluita antifranquista, què és el que va fer que s’acostés al món de la política?


Afiliar-se al PSUC era una cosa molt normal, ja que era una de les poques coses que es movien. Vaig entrar en contacte amb alguna gent d’aquí, i aquests em van enviar a París. En tornar aquí, es formà el Comitè d’intel·lectuals. Recordo que ens vam reunir a la torre que la família Goytisolo tenia a “Tres torres”. Allà hi havia en Manolo Sacristán, el Luis Goytisolo, en Josep Maria Jaén (que era un psiquiatra de molta vàlua) i jo. Després s’hi sumà en Vallverdú.

Gràcies a Vicens Vives, coneixerà a Pierre Vilar; una gran influència en la seva trajectòria professional. Quin fou el motiu perquè vostè el conegués?

Respecte a la meva investigació, jo havia realitzat la meva tesina sobre la segona meitat del segle XVII. Però en aquell moment en Vicens estava intentant revitalitzar tot el terreny de la història contemporània a Catalunya. La seva idea lligava molt en la seva visió política amb un intent de recuperar la visió històrica del futur immediat per a tenir una consciència clara. Això va portar-me a desviar-me cap el segle XIX i se’m va ocórrer el tema de les desamortitzacions, que era un tema sobre el qual no hi havia res.

Llavors vaig comentar-li a en Vicens, però ell em comentà que no estava per aquest tema, i em va dir que aprofités l’estança a Anglaterra i que quan passés per París anés a veure a en Pierre Vilar i li digués que era deixeble seu, ja que ell em podria orientar millor.

Vaig escriure a Vilar des de Liverpool i ell em contestà amb una carta admirable de consells de mètodes per com havia de realitzar el meu treball. Un dels seus consells era que: “No sols es podien fer les coses amb una passió, sinó que també s’havien de fer seriosament”. Llavors l’anava a veure a París quan passava i a partir d’aquí començà una bona relació.

Enmig de tot això, vostè és expulsat de la universitat per haver-se sumat a una protesta col·lectiva contra el rector García Valdecasas. Aquest fet el portà a marxar de la universitat, però passà a dirigir la secció d’història de Larousse i, temps més tard, entrà a la Universitat Autònoma de Barcelona. Què van suposar per a vostè aquells anys?. Foren uns anys difícils?.

Ens van expulsar a uns seixanta. Entre aquests hi havia el Manuel Sacristán i en Roca i Junyent. Se’ns expulsà perquè havíem signat un telegrama que s’havia enviat al ministre protestant contra el rector García Valdecasas. Va resultar que havíem passat per damunt del règim reglamentari. Se’ns va fer un judici i tot seguit se’ns expulsà.

Mentre estava realitzant la tesi, vaig dirigir la secció d’història de la Larousse. Era tot un nucli de gent que es dedicava a l’enciclopèdia, on hi havia gent com en Ramon Gabarrou, l’Anna Sallés, el Borja de Riquer o en Josep Termes.

A l’Autònoma vaig entrar-hi de la mà de Frederic Udina, i amb el temps em vaig consolidar a la Facultat d’Econòmiques.

El 1970 llegí la seva tesi doctoral, dirigida per Fabià Estapé.

Veritablement la tesi la vaig fer tot sol, però necessitava algú que me la portés, i en Fabià Estapé em semblà el més idoni. Quan em va semblar que tenia una certa crítica per escriure la tesi, i amb els estalvis que havia fet treballant a la Larousse, em vaig pagar sis mesos de no treballar i dedicar-me de manera intensiva a la tesi, excepte per ajudar els meus pares. Finalment es va llegir i llavors el Banc d’Espanya em va dir que li enviés una còpia per si era interessant per a publicar, però al final no es publicà.

Al poc temps, els de l’editorial Ariel em van dir que em publicaven la tesi. Jo els vaig dir que era un disbarat i vaig dedicar-me tot l’estiu a arreglar-la i a donar-li una redacció que sigues més entenedora. Així es va publicar, davant la meva sorpresa, i tot i així, tingué molt bona acollida, ja que arribà a la segona edició. Llavors sorgí l’edició de butxaca que arribà fins a la sisena edició.

Durant la dècada dels setanta estigué present en la creació de dues importants revistes d’història: Recerques (1970) i l’Avenç (1976). Què suposà la creació d’aquestes dues revistes en aquell moment?.

Pel que fa a Recerques, tots pensàvem que calia fer una revista d’història catalana, però el problema venia de com es pagaria. Llavors se’ns va ocórrer aquesta idea a cinc persones que eren el Josep Termes, el Ramon Gabarrou, l’Ernest Lluch, el Joaquim Molas i jo. Vam mirar què podia costar un número i ho proposàrem a Ariel. Naturalment ho vam haver de fer de manera com si fossin números monogràfics perquè el que no podíem era demanar permís per a realitzar una revista, ja que no ens ho haguessin permès. Quan mires tots els anys, descobreixes que en tot aquest temps s’hi ha realitzat una feina positiva i això es veu quan et fixes en les notes de peu de pàgina.

L’Avenç va realitzar una feina molt útil en aquell temps, a més del fet que tingué una influència sobre molta gent.

En els anys successius publicarà “Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XX (1973)” i “La crisis del Antiguo Régimen, 1808-1833” (1979). Amb aquests dos estudis i la seva tesi doctoral, vostè incidí en un període molt concret de la història d’Espanya. Què aportaren a la historiografia del moment i per què aquesta temàtica?.

Referent al primer llibre, jo anava a les oposicions i tenia dos o tres articles que em semblaven de les coses més decents que havia fet, però el problema era que estaven escrits en català, i no es podien presentar. Llavors és la única vegada que he agafat uns articles per fer un volum, i mai més a la vida se m’ha ocorregut de fer-ho. Curiosament tingué una acceptació considerable perquè circulava pels instituts, fins que vaig dir que aquest llibre s’havia desfasat amb els anys, i per això es va retirar.

El segon el vaig fer perquè se’m va ocórrer una sèrie d’Història d’Espanya, i vaig pensar que podia ésser una eina útil pels estudiants. Vaig dir-li a una sèrie de gent per fer-ho, i tothom em va dir que sí, però només en Gabriel Jackson ho va fer i, per tant, tot va quedar en només un llibre.

Durant els anys vuitanta i noranta, vostè ha publicat llibres que estan dirigits a estudiar el paper social de la història, i també ha portat a terme la coordinació d’un llibre sobre el franquisme. A què és degut aquest canvi en la seva tendència investigadora?.

Entre mig hi ha unes altres coses que formen part d’aquest projecte, que són els dos llibres que publico a Madrid amb l’Institut d’Estudis Fiscals i la Història de la Hisenda. Són uns llibres que en bona mesura els faig amb la intenció de desglossar material per una continuació que vull fer de la “Quiebra de la Monarquia Absoluta (1814-1820)”.

L’any 1988, Pierre Vilar dirigí la Història de Catalunya, on vostè hi participà amb la realització d’un volum anomenat: “La fi de l’Antic Règim i la industrialització”. Pot dir-se que és la seva millor obra?. Quina és la valoració a que pot arribar-se sobre la Catalunya del segle XIX?.

No crec que sigui la meva millor obra. El llibre té algunes pegues com per exemple que no em deixen posar notes a peu de pàgina per millorar el text i que hi ha un o dos capítols més fluixos perquè en aquells moments el meu estat de salut era molt dolent.

Crec que la Catalunya del segle XIX es fonamenta en un drama basat en tots aquells catalans que a començaments del XIX s’apunten a l’Estat liberal i que es deixen portar per la construcció d’Espanya creient-se que això és la possibilitat de crear un àmbit on poden modernitzar-se. A canvi, descobriran que això no funciona; ho provaran en diverses ocasions, i l’última vegada que ho faran serà en la II República però que serà tallat pel franquisme. Per a mi, el segle és en bona mesura el drama d’una societat que intenta trobar el camí per ser un progrés en un marc de convivències.

A més de la seva tasca de professor, escriure llibres i ésser mestre de molts professors que avui imparteixen classes a les universitats, vostè també ha desenvolupat la faceta d’assessor d’editorials com Ariel i Crítica. Què ha pretès amb l’edició de llibres d’història?.

He pretès senzillament fer coses que s’aconsegueixen vendre, però sense buscar la xifra de vendes, sinó mirant que el que facis es pugui vendre, i aleshores, de tant en tant, poder-te permetre el luxe de fer coses que segurament no són rendibles, però que dintre un projecte global ajuden a millorar-lo. D’aquesta manera, el fet que hi hagi coses que es venguin, et permet que l’editor et deixi publicar aquests interessos personals. Un exemple d’aquests llibres menys comercials són els de Thompson.

Thompson ha sigut un influència considerable en la seva carrera. Com el descobrí?.

A Thompson el descobreixo en una llibreria que hi havia al costat del Liceu, que era la Llibreria Francesa. Aquesta tenia un gran nombre de llibres de l’edició Pelican i casualment el número mil era el llibre: The making of the English working class de Thompson. Aquest llibre em produí una fascinació que encara em dura fins ara, però no solament a mi, sinó que ha fascinat als historiadors de mig món. Després vaig tenir la sort de conèixer i estar amb Thompson en un parell d’ocasions que ha estat a Barcelona.

Un altre autor que m’ha influenciat abans que Thompson va ésser en Gramsci, que vaig descobrir per casualitat en un Congrés a Nàpols, on vaig adquirir en una botiga alguns exemplars dels Quaderni de carcere que després foren una important influència. Però també hi ha hagut autors més antics com Diderot o Walter Benjamin.

Com se sent després de veure que alguns dels seus alumnes són professors de diverses universitats amb un reconegut prestigi?.

Mai he intentat que algú tractés els temes que jo he tractat. He procurat que la gent plantegés el que volia fer i estar al seu costat per ajudar-los. Però mai he volgut una persona que treballés coses que em podien servir a mi, ans el contrari, sempre he pensat que la gent treu un major profit quan treballa allò que li agrada.

Què s’ha de fer per realitzar una classe amena?.


El primer que vaig aprendre és que t’havies de preparar la classe, perquè si tu te la preparaves, encara que avorrissis a l’estudiant o que la classe no fos atractiva, algú estaria escoltant. Hi ha professors que alguns cops els enganyen durant un any però al següent ja no ho fan.

Després vaig aprendre que els alumnes no s’adormissin a classe, i per això has de mirar de realitzar les coses ben fetes, però no sempre ho aconsegueixes. Un mateix s’adona si ha connectat o no, i hi ha dies que les coses funcionen i surts content de la classe, però n’hi ha d’altres que et prepares molt una classe i no funciona, i surts una mica decebut, i és una cosa que encara avui em passa. És molt difícil preparar una classe per cada dia, fent que la cosa funcioni i que alhora sigui atractiva.

Vostè ha deixat la direcció de l’Institut d’Història Jaume Vicens Vives després de més de 10 anys de dirigir-lo, i a partir del proper curs passarà a ésser professor emèrit de la Universitat Pompeu Fabra. Quina serà la seva tasca a partir d’ara?.

L’any proper realitzaré tres cursos, dos d’ells de doctorat. Un d’ells és per un doctorat de dret sobre relacions internacionals, i una altra assignatura que no és de llicenciatura, perquè a partir d’ara no puc realitzar cursos de llicenciatura.

Suposo que a partir d’ara vostè tindrà una mica més de temps per a realitzar projectes personals. Quins projectes té pensat desenvolupar en el futur?.

A mi em queden un parell d’ambicions per a realitzar en el treball de la història i la historiografia. Jo buscava la manera de trobar el camí per a fer les coses, i l’he trobat. Ara ve el més difícil, que és apuntar-ho.

La primera ambició és realitzar un gran treball a partir de la gran documentació que tinc arxivada des de fa molts anys, i tinc clar que ha d’agafar el període de 1814-1841. En un principi voldria fer la continuació del llibre de 1814-1820, i la veritat és que tinc un escrit molt complert que agafa el període 1823-1827, però me’n vaig penedir i no l’he publicat. Però ara la meva idea és tractar el període de 1814-1841, però encara no sé com ho enfocaré.

Abans de tot això n’he de fer un altre però, del que no en puc parlar. Podríem dir que tot el que he fet ara són preparacions per a realitzar aquest projecte.

Un projecte força ambiciós, no?

És ambiciós, però vull explicar una història complexa, que és la història de la restauració fins a la revolució de 1848, que seria d’alguna manera la història de tot un gran engany: la història d’aquesta il·lusió de la capacitat de transformar d’alguna manera i que finalment tot és destrossat i acaba sent una gran decepció.

Per anar finalitzant només unes breus preguntes sobre temes actuals. Com afectà i afectarà l’11 de setembre a la Història?.

Crec que l’11 de setembre és un pretext que ajuda a una determinada dinàmica de tractament que ja estava en marxa abans; només cal veure qui ho està utilitzant i com ho està fent. És un argument que serveix en nom de la por de la gent i dels registres de seguretat, però també de la llibertat.

El passat mes d'abril vostè publicà un llibre anomenat “La historia de los hombres: el siglo XX”,. Què aporta aquest nou llibre respecte el seu anterior, “La historia de los hombres”?.

Quan finalitzo el llibre de “La història dels homes” m’adono que en realitat m’han sortit dues coses: per una banda, m’ha sortit una història d’una historiografia que té un interès per una sèrie de gent, i per una altra, que hi ha uns capítols que fan una crítica de la situació present i proposen una reestructuració, que són una altra cosa, i que segurament poden tenir un públic diferent. Aleshores jo sóc el primer en decidir agafar els capítols del segle XX, treure la part bibliogràfica excessiva i afegir algunes coses noves.

Cap a on va la història? Quin tipus d’història es fa ara?.


En aquests moments hi ha uns moviments de religió per les tendències i influències de les ciències socials, que han sortit a partir de l’autonomia i fins i tot de la ciència política. Un d’aquests grups que hi ha als Estats Units, que actua en el món de la politologia, diu una cosa que em sembla molt bé: “el problema és el que ha de dir quants mètodes, no els mètodes el problema”. Sóc absolutament contrari a uns tipus de plantejaments tan confosos entre la gent de l’ofici que és el d’apuntar-se a una tendència o estil metodològic amb unes regles, i aleshores, amb aquestes, anar a fer la feina. Em sembla que el que un historiador estudia és un problema i aquest s’ha d’enfrontar amb totes les eines que calguin, i que ningú s’ha d’inclinar per una escola o mètode en concret.





junio 22, 2004

Sami Nair: Las nuevas reglas del juego

Sami Nair es eurodiputado, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de París, Francia, y participó en la sesión titulada "Un mundo a la deriva: las nuevas reglas del juego internacional del siglo XXI" del Encuentro Internacional contra la Guerra.

CSCAweb: www.nodo50.org/csca)
febrero de 2003


"No vivimos en un mundo sin leyes, vivimos en un mundo regido por las leyes estadounidenses y nuestros gobernantes, nuestros poderes políticos, se someten a esta situación y en todo el planeta esta situación está unida al desarrollo de un sistema económico ultraliberal que destroza hasta la capacidad de respuesta social de la gente. Esto es algo absolutamente nuevo. La única manera de oponerse a este nuevo imperialismo que actúa como los imperialismos del siglo XIX es, precisamente, desarrollar cada vez más y de manera cada vez más fuerte la solidaridad con los pueblos víctimas de este imperialismo".

Estoy aquí para apoyar esta lucha, esta movilización contra una guerra que parece cada vez más inevitable, pero que se puede evitar tal y como se ha venido repitiendo en este Encuentro. La guerra se puede evitar con una movilización internacional.

El tema del debate es Un Mundo a la Deriva, pero habría que añadir: "bajo el dominio de Estados Unidos (EEUU)". Es muy importante entender esta situación porque por primera vez desde hace mucho tiempo estamos viviendo una historia excepcional: la dominación, prácticamente unilateral, de una potencia sobre el resto del planeta. Este elemento, fundamental, se esconde tras el discurso de los Derechos Humanos, tras el discurso del 'choque de las civilizaciones'. Cuando se analiza la realidad actual es cuando se constata la magnitud del poder detentado por una única potencia: EEUU.

El nuevo orden internacional actual es un orden estadounidense. A pesar de que hay países que luchan contra este orden, la dinámica general y el sistema dominante en nuestro planeta es estadounidense, y esto se puede demostrar analizando tres aspectos, consecuencias unos de los otros: unilateralismo, subversión del Derecho Internacional y militarización de los conflictos.

El unilateralismo de EEUU

El unilateralismo ha ido creciendo paulatinamente en las relaciones internacionales, lo que ha traído como consecuencia la subversión de las normas internacionales, especialmente de las normas de Derecho Internacional, además de la militarización de todos los conflictos en el mundo. Esos tres elementos son los que caracterizan la situación mundial actual.

Tomemos, por ejemplo, el problema del unilateralismo creciente de EEUU. Tras la caía de la Unión Soviética, y especialmente a partir de la primera Guerra del Golfo, EEUU se colocó por encima del Derecho Internacional, de forma que todos los ámbitos de la vida internacional se vieron, y se ven, afectados.

El ámbito militar

En este ámbito se produce la negativa de EEUU a someterse al control de las armas biológicas y químicas previsto en el Protocolo de 1995 y en la Convención de 1961 sobre la Prohibición de Armas Biológicas y Químicas. Incluso, hoy día, EEUU está pidiendo la disolución de la comisión que, desde 1995, se encarga de la elaboración de los mecanismos de control. Quieren justificar la intervención contra Iraq aduciendo la voluntad de destrucción masiva de este país con armas biológicas y químicas, pero, sin embargo, EEUU no ha firmado este convenio mundial. A esto hay que añadir que en 1999 el Senado estadounidense se negó, a ratificar el Tratado sobre Limitación de Armas Nucleares. Hay que subrayar que EEUU es el único país, junto con Israel, poseedor de armas nucleares que ha rechazado la firma de este convenio.

El ámbito económico

El uniteralismo estadounidense ha traído como consecuencia, en primer lugar, las leyes de extraterritorialidad: la Ley Helms Burton para Cuba y la Ley Damato para Libia e Irán, que sancionan a las empresas extranjeras que mantienen relaciones con los países sometidos al embargo de EEUU. En segundo lugar, la violación patente de las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC). No defiendo a la OMC pero incluso esta organización está siendo violada por la estrategia de EEUU. Sólo en el año 2002 aumentaron ilegalmente los derechos arancelarios del acero para proteger a los productores estadounidenses al mismo tiempo que ayudaron de manera importantísima, mucho más de lo que lo había hecho Europa, a los agricultores estadounidenses.

El ámbito de los Derechos Humanos

El unilateralismo ha supuesto la negativa de EEUU a ratificar varios convenios de Naciones Unidas (NNUU), al mismo tiempo que este país se erige en campeón de los derechos humanos en el mundo:

- Negativa a ratificar el Convenio sobre los Derechos de los Niños
- Negativa a ratificar el Convenio Internacional sobre los Derechos Económicos y Sociales
- Negativa a ratificar el Convenio sobre la Erradicación de cualquier forma de Discriminación contra las Mujeres,
- Negativa a ratificar el Protocolo de 1989 al Convenio Internacional contra la Pena de Muerte para los Menores de Edad. (EEUU es el único país donde se aplica de manera tan dura la pena de muerte.)

El ámbito del medioambiente

EEUU se niega a ratificar el Protocolo de Kioto sobre la Reducción de Emisiones de Gases con efecto Invernadero; oposición al programa del G-8 en 2001 para una energía más limpia.

El Derecho Internacional

Aunque EEUU haya participado en la creación de los dos primeros Tribunales Penales Internacionales, los de la ex Yugoslavia y Ruanda, el gobierno estadounidense sigue rechazando la jurisdicción de la Corte Penal Internacional, creada por el Tratado de Roma de 1958 y que entró en funcionamiento en septiembre de 2002. Los dos primeros tribunales con competencias limitadas no podían perjudicar, y de hecho no perjudican, los intereses estadounidenses. Sin embargo, la Corte Penal Internacional dispone de una competencia universal de la que EEUU no quiere oír hablar. Recientemente EEUU, estando en una situación de pre-guerra, obtuvo de NNUU una resolución que protege a sus nacionales de la Corte y de la Unión Europea (UE) y le otorga la posibilidad de firmar convenios de no-extradición con los Estados miembro.

Ahora nos encontramos frente a la subversión de las normas internacionales. Si EEUU fue uno de los promotores de las normas internacionales elaboradas después de la Segunda Guerra Mundial, hoy en día pretende sistemáticamente situarse por encima de las leyes cuyo respeto exige sin embargo al resto al resto de los países. Esta violación cada vez más sistemática se nota, por ejemplo, en el rechazo que manifiesta por el respeto a los principios fundamentales de las relaciones entre Estados. Lo que ocurrió con la Resolución 1441 es muy grave. Esta resolución hay que analizarla a la luz del comportamiento de EEUU en estos dos últimos meses. En un principio decidieron intervenir, para posteriormente entregar "un regalo" a la comunidad internacional diciendo "no intervendremos, o lo haremos bajo el mando de NNUU", pero primero decidieron intervenir. Dentro de los principios fundamentales de las relaciones entre los Estados nos encontramos, por ejemplo, con el principio de no-injerencia: EEUU quiere derribar un régimen, el régimen iraquí, que no satisface a sus exigencias; otro ejemplo dentro de los principios fundamentales de las relaciones internacionales es el principio de interdicción del empleo de la fuerza y a ese respecto EEUU está listo para intervenir militarmente fuera de toda legalidad, con o sin el aval de la comunidad internacional. EEUU sustituye el Derecho por la ley del más fuerte.

Condoleenzza Rice, conocida no por su inteligencia sino por repetir de manera cada vez más estúpida lo que opinan los pensadores del entorno Bush, dijo hace unos días, y fue publicado por un periódico español: "Si no descubrimos armas en Iraq es que están escondidas y entonces tenemos que intervenir".

Finalmente, EEUU quiere introducir un nuevo concepto en el Derecho Internacional, el concepto de intervención preventiva. Pretextan la amenaza que representa Iraq para atacar preventivamente ese país y así derribar al régimen. No existe ninguna resolución de NNUU, desde 1990 ó 1991, que pida la destrucción del régimen de Iraq. Eso está prohibido por las leyes internacionales. NNUU pide la aplicación de sus resoluciones, pero no el derrocamiento de este régimen. El documento de Estrategia de Seguridad Nacional elaborado por la Casa Blanca en septiembre de 2002 expone este nuevo concepto que, oficialmente servirá para luchar contra del terrorismo.

La militarización de los conflictos

Hoy día, la militarización de los conflictos se realiza mediante de la utilización, cada vez más sistemática, del capítulo VII de la Carta de NNUU [titulado "Acción en caso de amenazas a la paz"] que autoriza el empleo de la fuerza. EEUU quiere, en realidad someter a sus propios intereses a la diplomacia internacional. En la política externa de EEUU no hay oposición estratégica entre el punto de vista de Rumsfeld y el punto de vista de Colin Powell, aunque cada uno de ellos actúa en su propio campo. Colin Powell pone, por decirlo de forma diplomática, la sonrisa a lo que los guerreros elaboran. Es exactamente la misma situación que se produce en Israel entre Sharon y Peres. Sharon mata riendo y Peres mata llorando. Es absolutamente igual.

El unilateralismo de EEUU, que considera legítimo actuar en solitario no sólo cuando así lo decide sino cuando no consigue reunir a la comunidad internacional en torno a su guerra, parece que ha encontrado la oposición de algunos estados que oponen su multilateralismo a esta concepción estrictamente unilateral. Sin embargo, incluso en este terreno EEUU tiene la capacidad de utilizar el multilateralismo en beneficio de sus propios intereses.

Hasta 1990, el capítulo VII de la Carta de NNUU fue escasamente utilizado ya que el orden bipolar bloqueaba cualquier acuerdo internacional sobre el empleo de la fuerza en las relaciones internacionales. Pero después de la primera guerra en contra de Iraq, el capítulo VII fue rehabilitado a escala internacional y desde esta fecha el número de decisiones del Consejo de Seguridad (CS) tomadas en referencia al capítulo VII ha ido en aumento. La última resolución del CS es la 1441 sobre el desarme de Iraq. Resolución a través de la cual uno difícilmente se imagina cómo Iraq puede escapar a un ataque por parte de EEUU, teniendo en cuenta los antecedentes: el unilateralismo de la Operación Tormenta del Desierto contra Iraq en 1998, ataque realizado sin el beneplácito de NNUU; los bombardeos cotidianos en las zonas aéreas de exclusión Iraquíes desde 1998, bombardeos realizados junto a los ingleses y contra las leyes de Derecho Internacional; guerra en Kosovo, llevada a cabo con Lawton, guerra que, no podemos olvidarlo, fue decidida sin el aval de NNUU; guerra en Afganistán, llevada a cabo por EEUU y Gran Bretaña. Siempre los mismos cómplices, bajo el principio de legitima defensa, artículo 51 de la Carta de NNUU, que le confiere cierto aspecto legal. Pero el ataque contra Afganistan no emanó de ninguna decisión de la comunidad internacional.

EEUU considera que la presencia de los aliados estorbaría su libertad de maniobra durante las operaciones militares y, evidentemente, en la nueva guerra prevista contra Iraq EEUU declaró que estaban listos para intervenir solos, ya que las ambigüedades de los puntos 4 y 13 de la resolución 1441 dejan libertad para el inicio de una operación armada. Por tanto, se producen importantes modificaciones de la doctrina, sistema de legitimación ideológica, y de la estrategia militar estadounidense que acompañan a la militarización de los conflictos a escala internacional.

Tras la caída de la Unión Soviética, el gobierno estadounidense definió un nuevo enemigo, los supuestos rough States, en realidad países del sur, Estados no sometidos a los intereses estadounidenses, supuestamente, detentores de armas químicas y, nucleares. La teoría del choque de civilizaciones de Samuel Huntington fundamenta ideológicamente esta orientación. En primer lugar, el dispositivo militar fue estructurado estos últimos años para poder enfrentar dos conflictos importantes de la doctrina de la guerra, los escenarios de guerra de las administraciones de Bush padre y de Clinton. Ahora, desde el 11 de septiembre de 2001, el dispositivo militar está estructurado para poder enfrentar, y esto es importante, cuatro conflictos medianos, una ofensiva importante y la ocupación de una capital enemiga para poder instalar un nuevo gobierno.

Desde ahora se privilegia una estrategia de guerra relámpago, "sin víctimas" estadounidenses. La doctrina de cero muertos llevada a cabo desde el cielo. En el suelo, el poder estadounidense prefiere utilizar tropas constituidas por la oposición a los regímenes combatidos, por ejemplo la UCK [Ejército de Liberación de Kosovo, en sus siglas albanesas] en Kosovo, o la Alianza del Norte en Afganistán.

Se hace también común, y eso es importantísimo, el arma nuclear. La doctrina clásica reservaba esta arma para ataques de la misma índole, es decir, contra países que poseían también el arma nuclear. La nueva doctrina fue expuesta a principios de 2002 en el Nuclear Poster Review. En esta publicación se explica que a partir de ahora se puede utilizar el arma nuclear en situaciones de conflicto clásico contra países que no la posean. Se acabó, pues, el tiempo de la paz por disuasión. Frente a esta situación, el mundo reacciona. Los motivos de los conflictos más importantes son de identidad y religiosos. En realidad la estrategia estadounidense conduce al mundo a una época de inestabilidad, de violencia y de dramas de los que sólo vemos, en mi opinión, la punta del iceberg.

Aparte del conflicto por el control de los recursos energéticos, móvil de la política exterior estadounidense, en el centro de la estrategia estadounidense está la voluntad de controlar el mundo de forma global, incluyendo las perspectivas de desarrollo a largo plazo de Europa y de Asia,. El ataque previsto en contra de Iraq, es únicamente un primer paso. Para EEUU se trata, en realidad de destrozar el último Estado nacional árabe, antiimperialista, anticolonialista y, efectivamente, autoritario. Nunca apoyé personalmente a Sadam Husein, pero hoy en día es el único y el último régimen nacional árabe antiimperialista. Los iraquíes nunca invirtieron el dinero procedente del petróleo fuera de su país. Iraq es el único país que consagró casi el 100% de sus ingresos al desarrollo de su propio país. Y lo que quieren hacer es destrozar este Estado para reemplazarlo por un Estado de minorías étnicas, de minorías confesionales mediante un acuerdo entre chiítas, sunitas y kurdos para dominar la región. Efectivamente, eso va, en la misma dirección estratégica que la que Israel quiso imponer en esta región entre 1960 y 1970, más específicamente desde 1967, y que no consistía sino en destrozar los grandes estados-naciones para crear pequeños estados -reinos de Taifas para poder dominar toda la región.

Eso es el proyecto estratégico. EEUU se está arriesgando a hundir al mundo en el caos que supuestamente pretenden evitar. No vivimos en un mundo sin leyes, vivimos en un mundo regido por las leyes estadounidenses y nuestros gobernantes, nuestros poderes políticos, se someten a esta situación y en todo el planeta esta situación está unida al desarrollo de un sistema económico ultraliberal que destroza hasta la capacidad de respuesta social de la gente. Esto es algo absolutamente nuevo. La única manera de oponerse a este nuevo imperialismo que actúa como los imperialismos del siglo XIX es, precisamente, desarrollar cada vez más y de manera cada vez más fuerte la solidaridad con los pueblos víctimas de este imperialismo. Gracias.





junio 03, 2004

El Manifiesto Comunista hoy, Eric Hobsbawm

fragmento de El Manifiesto Comunista,
Eric Hobsbawm
publicado en Memoria
julio de 1998


¿QUÉ TIENE QUE DECIR?

El Manifiesto es, desde luego, un documento escrito para un momento particular de la historia; parte de su contenido se volvió obsoleto casi de inmediato, por ejemplo las tácticas recomendadas para los comunistas en Alemania, que de hecho no fueron las que éstos siguieron durante la revolución de 1848 y sus secuelas. Otra parte se volvió también obsoleta con el paso del tiempo. Hace mucho que Guizot y Metternich cambiaron el gobierno por los libros de historia. El Zar ya no existe -aunque el Papa sí. En cuanto a la discusión de "literatura comunista y socialista", sus mismos autores admitieron, en 1872, que estaba caduco.

Además, con el lapso de tiempo el lenguaje del Manifiesto ya no era el de sus lectores. Por ejemplo, mucho se ha hecho con la frase de que el avance de la sociedad burguesa había rescatado "a una parte considerable de la población de la idiotez de la vida rural". Si bien no hay duda de que Marx, en su tiempo, compartía mucho del desprecio usual y de la ignorancia del citadino por el ambiente rural, la frase alemana, analíticamente más interesante ("dem Idiotismus des Landlebends entrissen") remite no a la "estupidez" sino a la "estrechez de miras" o al "aislamiento del resto de la sociedad" en el que los campesinos vivían. Hay aquí un eco del significado original del término griego idiotes del que se deriva el significado corriente de "idiota" o "idiotez", a saber: "Persona que se preocupa solamente de sus asuntos privados y no de los del resto de la comunidad." Con el transcurso del tiempo y en movimientos cuyos miembros, a diferencia de Marx, carecían de educación clásica, el sentido original se evaporó y fue mal leído.

Esto es aun más evidente en el vocabulario político del Manifiesto. Términos como Stand (Estado), Demokratie (Democracia) o Nation/national como quiera que se apliquen o no en la política de finales del siglo XX, ya no tienen el mismo significado que en el discurso político o filosófico de los años cuarenta del siglo XIX. Para dar un ejemplo obvio, el "Partido Comunista" cuyo Manifiesto pretendía ser nuestro texto, no tiene nada que ver con los partidos de la política democrática moderna o los partidos de vanguardia del comunismo leninista, ni mucho menos con los partidos estatales del tipo chino o soviético. Ninguno de estos existía aún. "Partido" significa todavía esencialmente una tendencia o corriente política o de opinión, aunque Marx y Engels reconocieron que una vez que ésta hallara expresión en movimientos de clase, desarrollaba algún tipo de organización ("diese Organisation der Proletarier zur Klasse, und damit zur politischen Partei"). De ahí la distinción, en la parte IV del Manifiesto, entre "los partidos de trabajadores ya constituidos… los cartistas de Inglaterra y los partidarios de la reforma agraria en América del Norte" y los otros, no del todo constituidos.5 Como el texto deja claro, el Partido Comunista de Marx y Engels en esta etapa no era una forma de organización, ni intentaba establecerla, mucho menos una organización con un programa específico, distinto del de otras.6

A propósito, el Manifiesto no menciona la Liga a cuyo nombre fue escrito. Además, es claro que el Manifiesto fue escrito no sólo en y para una situación histórica particular, sino que además representa una fase -relativamente inmadura- del pensamiento de Marx. Esto es evidente en el aspecto económico del documento. Aunque Marx había comenzado a estudiar seriamente economía política desde 1843, no empezó a desarrollar el análisis económico expuesto en El Capital sino hasta su exilio inglés tras 1848, cuando tuvo acceso a los tesoros de la biblioteca del Museo Británico, en el verano de 1850. Así, la distinción entre la venta de trabajo del proletario al capitalista, y la venta de la fuerza de trabajo, esencial para la teoría marxista del plusvalor y la explotación, no es clara aún en el Manifiesto. Marx escribió el Manifiesto menos como economista marxista que como comunista ricardiano.

Aunque Marx y Engels recordaron a los lectores que el Manifiesto era un documento histórico, caduco en muchos aspectos, promovieron y colaboraron con la publicación del texto de 1848, con enmiendas y esclarecimientos relativamente menores.7 Entendieron que el Manifiesto seguía siendo una declaración mayor del análisis que distinguía su comunismo del resto de los proyectos para crear una sociedad mejor.

En esencia se trataba de un análisis histórico, su corazón era la demostración del desarrollo histórico de las sociedades, y específicamente de la sociedad burguesa, que reemplazó a sus predecesoras, revolucionó al mundo y, de paso, creó las condiciones para su inevitable supresión. A diferencia de la economía marxista, la "concepción materialista de la historia" que sustentaba este análisis, alcanzó su formulación madura a mediados del decenio de 1840 y permaneció relativamente sin cambios en los años siguientes.8 A este respecto, el Manifiesto era un documento definitorio del marxismo. Encarnaba su visión histórica, aunque su contorno general debía ser llenado con un análisis más completo.


El Manifiesto en 1998

¿De qué manera impactará el Manifiesto al lector que llega a él por primera vez en 1998? Éste difícilmente podrá evitar ser absorbido por la apasionada convicción, la brevedad concentrada, la fuerza intelectual y estilística de este panfleto asombroso. Aunque está escrito en un solo arrebato creativo, sus frases lapidarias se transformaron casi naturalmente en aforismos memorables, que se conocen mucho más allá del mundo del debate político: desde el inicial "Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo", hasta el final "Los proletarios no tienen nada qué perder salvo sus cadenas. Tienen un mundo que ganar".9

Poco común en la literatura alemana decimonónica, está escrito en párrafos cortos, apodícticos, la mayoría de cinco líneas; de los 200 párrafos que lo componen, sólo cinco tienen quince líneas o más. De la manera que sea, el Manifiesto comunista como retórica política tiene una fuerza casi bíblica. Es imposible negar su irresisitible poder como literatura.10

No obstante, lo sin duda también impactará al lector contemporáneo del Manifiesto, es su extraordinario diagnóstico del carácter revolucionario y del impacto de la "sociedad burguesa". No se trata simplemente de que Marx reconociera y proclamara los logros extraordinarios y el dinamismo de una sociedad que detestaba -para sorpresa de más de uno de los que más tarde defenderían al capitalismo de la amenaza roja- sino que el mundo transformado por el capitalismo que él, Marx, describiera en 1848 en pasajes de sombría, lacónica elocuencia, es el mundo en que vivimos 150 años después.

Curiosamente, el -en términos políticos- muy irreal optimismo de dos revolucionarios de 28 y 30 años, ha probado ser la fuerza más perdurable del Manifiesto. Aunque el "fantasma del comunismo" de veras espantaba a los políticos, y aunque Europa sufría un período grave de crisis económica y social, y estaba a punto de hacer erupción la más grande revolución continental de su historia, no había terreno adecuado para creer, como Marx y Engels, que el momento de derribar al capitalismo se acercaba ("La revolución burguesa en Alemania sólo puede ser el preludio de una inmediata revolución proletaria"). Al contrario. Como ahora sabemos, el capitalismo se preparaba para su primera era de triunfante avance global.

Dos cosas dan fuerza al Manifiesto. La primera es la visión de que, incluso al inicio de la marcha triunfal del capitalismo, este modo de producción no era permanente, estable, "el fin de la historia", sino una fase temporal en la historia de la humanidad, y que, como sus predecesoras, esperaba ser suplantado por otro tipo de sociedad (a menos que -la frase del Manifiesto no ha sido del todo notada- se hundiera "en la ruina común de las clases contendientes"). La segunda es el reconocimiento de que las tendencias históricas del desarrollo del capitalismo eran necesariamente de largo plazo. El potencial revolucionario de la economía capitalista era de hecho evidente -y Marx y Engels no pretendieron ser los únicos en reconocerlo. Desde la revolución francesa algunas de las tendencias que ellos observaron tenían ya efectos sustanciales -por ejemplo el declive de "provincias independientes o poco conectadas, con intereses, leyes, gobiernos y sistemas de impuestos distintos" ante Estados-nación "con un gobierno, un código de leyes, un interés nacional de clase, una frontera y una tarifa aduanal".

Sin embargo, para el final del decenio de 1840 lo que "la burguesía" había logrado era bastante más modesto que los milagros adscritos a ella en el Manfiesto. Después de todo, en 1850 el mundo produjo no más de 71 000 toneladas de acero (casi el 70 por ciento en Gran Bretaña) y había construido menos de 24 000 millas de vías férreas (dos tercios de éstas en Inglaterra y los Estados Unidos). No es difícil para los historiadores demostrar esto, incluso en Inglaterra la revolución industrial (un término específicamente utilizado por Engels desde 1844) 11 difícilmente había creado un país industrial, o incluso predominantemente urbano después del decenio de 1850. Marx y Engels no describieron el mundo tal como había sido transformado por el capitalismo en 1848, predijeron cómo sería transformado lógicamente por éste.

Vivimos ahora en un mundo en que esa transformación tuvo lugar hace mucho. La fuerza de las predicciones del Manifiesto es más evidente para nosotros que para las generaciones que nos anteceden. Hasta la revolución de los transportes y las comunicaciones en la Segunda Guerra Mundial, todavía había límites para que la globalización de la producción le diera "un carácter cosmopolita a la producción y el consumo en cada país". Hasta los años setenta, la industrialización permanecía en forma aplastante confinada a sus regiones de origen.

Algunas escuelas marxistas pueden incluso argüir que el capitalismo, por lo menos en su forma imperialista, obligando "a todas las naciones, por el dolor de la extinción, a adoptar el modo burgués de producción", se estaba perpetuando por su propia naturaleza, e incluso creando "subdesarrollo" en el así llamado Tercer Mundo.

Mientras un tercio de la raza humana vivió en economías de tipo comunista soviético, parecía que el capitalismo jamás lograría obligar a todas las naciones "a volverse ellas mismas burguesas". Otra vez, después de los años sesenta, no parece haber ocurrido la destrucción de la familia por el capitalismo que anunciaba el Manifiesto, incluso en los países occidentales avanzados, donde hoy algo así como la mitad de los niños son traídos al mundo o criados por madres solteras y la mitad de los hogares de las grandes ciudades consisten en personas solas.

En síntesis, lo que en 1848 podría haberle parecido al lector no comprometido retórica revolucionaria o en el mejor de los casos predicción plausible, puede ser leído ahora como una caracterización concisa del capitalismo de fines del siglo XX. ¿De qué otro documento del decenio de 1840 puede decirse esto?

Sin embargo, si al final del milenio debemos estar sorprendidos por la visión precisa del Manifiesto del entonces remoto futuro de un capitalismo globalizado, no debe sorprendernos menos el fracaso de otro de sus pronósticos. Hoy es evidente que la burguesía no ha producido "sobre todo, sus propios sepultureros" en el proletariado. "Su caída y la victoria del proletariado" no han probado ser "igualmente inevitables". El contraste entre las dos mitades del análisis del Manfiesto en su sección acerca de "Burgueses y proletarios" necesita más explicaciones después de 150 años que en su centenario.

El problema no está en la visión de Marx y Engels de un capitalismo que, necesariamente, transformaba a la mayoría de la gente que se gana la vida en esta economía en hombres y mujeres que dependen, para sobrevivir, de alquilarse a sí mismos a cambio de salarios. Sin duda que el capitalismo tiende a provocar esto, aunque hoy los ingresos de algunos que están técnicamente alquilados por un salario, como los ejecutivos de un corporativo, pueden difícilmente contarse como proletarios.

El problema no está tampoco en la creencia de Marx y Engels de que la mayoría de la población trabajadora sería fuerza de trabajo industrial. Gran Bretaña era un caso bastante excepcional de país donde los trabajadores manuales asalariados formaban la mayoría absoluta de la población: el desarrollo de la producción industrial requería entradas masivas y crecientes de trabajo manual ya desde un siglo antes de la publicación del Manifiesto; esto es incuestionable, pero ya no es el caso de la producción capitalista intensiva de alta tecnología, desarrollo que el Manifiesto no consideró, aunque de hecho Marx, en la madurez de sus estudios económicos, consideró el posible desarrollo de una creciente economía sin trabajo, por lo menos en una era postcapitalista.12

Incluso en las viejas economías industriales del capitalismo, el porcentaje de gente empleada en la industria manufacturera permaneció estable hasta el decenio de 1970, salvo en los Estados Unidos, donde su declive comenzó un poco antes. En efecto, con muy pocas excepciones como Inglaterra, Bélgica y los Estados Unidos, en 1970 los trabajadores industriales formaban la proporción mayor del total de la población ocupada en el mundo industrializado e industrializante.

En cualquier caso, la caída del capitalismo contemplada en el Manifiesto no dependía de la previa transformación de la mayoría de la población ocupada en proletarios, sino de la asunción de que la situación del proletariado en la economía capitalista era tal, que una vez organizado necesariamente como un movimiento político de clase, podía instigar el descontento de las otras clases y asumir su liderazgo, para entonces adquirir poder político como "el movimiento independiente de la inmensa mayoría por los intereses de la inmensa mayoría". De esta manera el proletariado "ascendería a ser la clase dirigente de la nación… constituiría en sí la nación".13

Dado que el capitalismo no ha sido derribado, estamos en condiciones de descartar esta predicción. Sin embargo, con todo lo improbable que pareciera en 1848, la política de muchos países capitalistas de Europa sería transformada por el ascenso de movimientos políticos organizados, basados en la conciencia de clase de los trabajadores, que en ese entonces apenas aparecían fuera de Inglaterra. Los partidos socialistas y laboristas emergieron en muchas partes del mundo "desarrollado" en los años ochenta del siglo XIX y se volvieron partidos de masas en aquellos Estados que tenían derechos democráticos, mismos que laboristas y socialistas habían conseguido con mucho esfuerzo. Durante y después de la Primera Guerra Mundial, mientras una rama de los "partidos proletarios" siguió el camino revolucionario de los bolcheviques, otra se convirtió en pilar de un capitalismo democratizado. La rama bolchevique ya no significa mucho en Europa, o los partidos de esta tendencia han sido asimilados por la social-democracia. La social-democracia, como se entendía en los días de Bebel o incluso de Clement Attlee, ha estado peleando en la retaguardia en el decenio de 1990. No obstante, a la fecha de este texto (1997), los descendientes de los partidos social-demócratas de la Segunda Internacional, algunas veces con sus nombres originales, son los partidos gobernantes en toda Europa salvo España y Alemania, donde ya han gobernado y puede que lo hagan de nuevo.

En síntesis, lo erróneo del Manifiesto no es la predicción del papel central de los movimientos políticos basados en la clase trabajadora (algunos de los cuales todavía tienen el nombre de clase, como los Partidos Laboristas de Inglaterra, Holanda, Noruega y Australia). Lo erróneo es la afirmación de que "de todas las clases que hoy enfrentan a la burguesía, sólo el proletariado es una clase realmente revolucionaria" cuyo inevitable destino, implícito en la naturaleza y el desarrollo del capitalismo, es derribar a la burguesía: "Su caída [de la burguesía] y la victoria del proletariado son igualmente inevitables."

Incluso en los deveras "hambrientos cuarenta", el mecanismo que aseguraría esto, a saber la inevitable pauperización de los trabajadores,14 no era del todo convincente; a menos que se asumiera -y esto también es implausible- que el capitalismo estuviera en crisis terminal y a punto de ser inmediatamente derribado. Era un mecanismo doble. Probaba que la burgesía era "inapta para gobernar, porque es incompetente para asegurarle una existencia al esclavo en su esclavitud, porque no puede ayudarlo dejándolo hundirse en ese estado, que tiene que alimentarlo en vez de ser alimentado por él". Lejos de proveer la ganancia que sería el combustible del motor del capitalismo, el trabajo lo seca. Pero, dado el enorme potencial económico del capitalismo, tan dramáticamente expuesto en el Manifiesto mismo, ¿por qué era inevitable que el capitalismo no pudiese proveer sustento, aunque fuera miserable, para la mayoría de su clase trabajadora, o como una alternativa, que no pudiese permitirse el lujo de un sistema de seguridad social?

¿Este "pauperism (en el sentido estricto, véase la nota 14) se desarrolla aún más rápido que la población y la riqueza.15 Si el capitalismo tenía larga vida después de ello -y se volvió obvio que sí muy poco tiempo después de 1848- esto no tendría por qué ocurrir, y de hecho no ocurrió.

La visión del Manifiesto del desarrollo histórico de la "sociedad burguesa", incluyendo a la clase trabajadora que ésta había generado, no lleva necesariamente a la conclusión de que el proletariado puede derribar al capitalismo y, al hacerlo, abrir camino al desarrollo del comunismo, porque la visión y la conclusión no derivan del mismo análisis.

El objeto del comunismo, adoptado antes de que Marx se volviera "marxista", no se derivaba del análisis de la naturaleza y desarrollo del capitalismo sino de un argumento filosófico, escatológico, para ser precisos, acerca de la naturaleza y el destino. La idea -fundamental para Marx- de que el proletariado era una clase que no se podría liberar sin por eso liberar a todo el resto de la sociedad, es primero "más bien una deducción filosófica más que un producto de la observación".16 Como dice George Lichteim: "El proletariado aparece por primera vez en los escritos de Marx como la fuerza social necesaria para realizar los objetivos de la filosofía alemana" como éste la veía en 1843-1844.17

La auténtica posibilidad de emancipación alemana -escribió Marx en la Introducción a una crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel- descansa en la formación de una sociedad con cadenas radicales… una clase que es la disolución de todas las clases, una esfera de la sociedad cuyo carácter es universal porque sus sufrimientos son universales, y que no reclama un derecho particular porque se ha hecho contra ella no un mal en particular sino mal como tal… Esta disolución de la sociedad como clase particular es el proletariado… La emancipación de los alemanes es la emancipación del ser humano. La filosofía es la cabeza de esta emancipación y el proletariado su corazón. La filosofía no se puede realizar a sí misma sin abolir al proletariado, y el proletariado no puede ser abolido sin que la filosofía sea hecha realidad.18

En este tiempo Marx sabía del proletariado poco más que "aparece en Alemania sólo como resultado del creciente desarrollo industrial" y este era precisamente su potencial como fuerza liberadora dado que, a diferencia de las masas pobres de la sociedad tradicional, emergía de una "drástica disolución de la sociedad" y por lo tanto, con su existencia proclamaba "la disolución del orden del mundo existente". Marx sabía aún menos de los movimientos laboristas, aunque conocía bien la historia de la Revolución Francesa; Engels trajo a colación el concepto de "Revolución Industrial", una manera de comprender la dinámica de la economía capitalista tal y como era en Inglaterra, y los rudimentos de un análisis económico19 que llevaron a los autores del Manifiesto a predecir una futura revolución social hecha por la clase trabajadora, que Engels conocía muy bien por su estancia en Inglaterra a principios del decenio de 1840.

Las aproximaciones de Marx y Engels al "proletariado" eran complementarias; y también su concepción de la lucha de clases como motor de la historia, derivada en el caso de Marx de un largo estudio de la Revolución Francesa, y en el de Engels de la experiencia de los movimientos sociales en la Inglaterra post-napoleónica. No es sorprendente que estuvieran (en palabras de Engels) "de acuerdo en todos los campos teóricos".20 Engels le consiguió a Marx los elementos de un modelo que demostraba la naturaleza fluctuante y autodesestabilizadora de las operaciones de la economía capitalista -notablemente las líneas generales de una teoría de la crisis económica-21 y material empírico acerca del ascenso del movimiento laborista inglés y del papel revolucionario que éste podía jugar en Gran Bretaña.

En el decenio de 1840, no era implausible la conclusión de que la sociedad estaba al borde de una revolución. Tampoco lo era la predicción de que la clase trabajadora, aunque inmadura, pudiera dirigirla. Después de todo, a semanas de la publicación del Manifiesto un movimiento de trabajadores de París derrocó a la monarquía francesa, y dio la señal para la revolución a media Europa. No obstante, la tendencia del desarrollo capitalista a generar un proletariado esencialmente revolucionario, no puede ser deducida del análisis de la naturaleza del desarrollo capitalista. Era una consecuencia posible de este desarrollo, pero no puede considerarse como la única.

Menos aún puede considerarse que derrocar con éxito al capitalismo abre necesariamente camino al comunismo. (El Manifiesto pretende solamente que después de ello iniciaría un proceso de cambio muy gradual).22 La visión de Marx de un proletariado cuya esencia más profunda destinaba a la emancipación de toda la humanidad y a terminar con la sociedad de clases derrocando al capitalismo, representa una esperanza atisbada en su análisis del capitalismo, no una conclusión necesariamente impuesta por ese análisis.

A lo que el análisis del capitalismo del Manifiesto puede indudablemente llevar es a una conclusión menos específica, más general, acerca de las fuerzas autodestructivas del desarrollo capitalista. Éste debe alcanzar un punto -y en 1998 incluso los no marxistas aceptarán esto- donde "las relaciones burguesas de producción e intercambio, las relaciones de propiedad burguesas, la moderna sociedad burguesa, que ha conjurado gigantescos medios de producción e intercambio, es como la hechicera que ya no puede controlar las fuerzas del submundo a las que ha llamado… Las relaciones burguesas se han vuelto demasiado estrechas para abarcar la riqueza creada por ellas".

Es razonable concluir que las "contradicciones" inherentes a un sistema de mercado basado en ningún otro nexo entre seres humanos "que el egoísmo desnudo, que el insensible 'pago en efectivo'; un sistema de explotación y acumulación infinita" jamás podrá ser vencido, que algún punto en la serie de transformaciones y reestructuraciones de este sistema en esencia autodesestabilizante, llevará a un estado de cosas que ya no podrá ser llamado capitalismo. O, para citar al Marx tardío, cuando "la centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo al fin alcancen un punto donde se vuelvan incompatibles con su tegumento capitalista" y ese "tegumento se rompe en pedazos con un estallido".23 Por la forma en que el estado de cosas subsecuente es descrito, es inmaterial. Sin embargo -como los efectos de la explosión económica en el ambiente mundial lo han demostrado- habría necesariamente que dar un claro viraje de la apropiación privada al manejo público del capital a escala global.

Es muy dudoso que tal "sociedad postcapitalista" correspondiera a los modelos tradicionales de socialismo, y menos aún a los socialismos "reales" de la era soviética. Qué formas tomará, y qué tanto encarnará los valores humanistas del comunismo de Marx y Engels, dependerá de la acción política a través de la cual venga ese cambio. Porque ésta, como lo sostiene el Manifiesto, es esencial para dar forma al cambio histórico.

Desde el punto de vista de Marx, como quiera que describamos ese momento histórico cuando "el tegumento se rompe a pedazos con un estallido", la política será un elemento esencial. El Manifiesto ha sido leído por principio como un documento de inevitabilidad histórica, y en efecto su fuerza se deriva, con mucho, de la confianza que daba a sus lectores de que el capitalismo sería enterrado por sus sepultureros, y que era en ese momento y no en eras más tempranas de la historia cuando las condiciones para la emancipación habían llegado. Sin embargo, contrariamente a asunciones generalizantes, en la medida en que el Manifiesto cree que el cambio histórico opera a través de hombres que hacen su propia historia, no es un documento determinista. Las tumbas han de ser excavadas por o a través de la acción humana.

Es posible hacer una lectura determinista del argumento. Se ha sugerido que Engels tendía a ello con más naturalidad que Marx, lo que tiene importantes consecuencias para el desarrollo de la teoría y de los movimientos laborales marxistas tras la muerte de Marx.

No obstante, aunque los borradores más tempranos de Engels han sido citados como evidencia,24 de hecho no puede leerse esta supuesta tendencia en el Manifiesto. Cuando éste deja el análisis histórico y trata el presente, es un documento de opciones, de posiblidades políticas más que de probabilidades, excepto las certezas. El terreno de la acción política está entre "ahora" y el tiempo impredecible cuando, "en el transcurso del desarrollo", podría haber "una asociación en la cual el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desarrollo de todos".

El corazón del cambio histórico a través de la praxis social está en la acción colectiva. El Manifiesto ve el desarrollo del proletariado como la "organización de los proletarios en una clase y consecuentemente en un partido político". La "conquista del poder político por el proletariado" ("ganar la democracia") es "el primer paso de la revolución de los trabajadores", y el futuro de la sociedad depende de las acciones políticas subsecuentes del nuevo régimen (de qué manera "el proletariado utilizará su supremacía política"). El compromiso con la política ha distinguido históricamente al socialismo marxista de los anarquistas. Incluso antes de Lenin, la teoría marxista no se limitaba al "lo que la historia nos muestra ocurrirá" sino a "qué hacer".

Es cierto que la experiencia soviética del siglo XX nos ha enseñado que puede ser mejor no hacer lo que hay "qué hacer" bajo condiciones históricas que virtualmente dejan al éxito fuera de alcance. Pero esta lección debe aprenderse también de las implicaciones del Manifiesto Comunista.

Pero entonces el Manifiesto -no es la menor de sus extraordinarias cualidades- es un documento que preveía el fracaso. Su esperanza era que el resultado del desarrollo capitalista fuera "una reconstitución revolucionaria de toda la sociedad" pero, como hemos visto, no excluía la alternativa: "Ruina común."

Muchos años después una ideóloga marxista planteó esto como la opción entre socialismo y barbarie. ¿Cuál de éstas prevalecerá? Esta es una pregunta que el siglo XXI habrá de respondernos.

Clases sociales y desarrollo del capitalismo en Cristopher Hill

fragmento del texto in memoriam de Cristopher Hill
Joaquin Miras i Joan Tafalla,
en Espai Marx
febrero 2003


Christopher Hill, como el resto de los historiadores británicos marxistas de su grupo, parte para su investigación histórica de una lectura detenida, cuidadosa, completamente atenida a la textualidad de los escritos de Marx y Engels. Busca en la obra de éstos inspiración, y fundamenta, a partir de la misma, la mayoría de las hipótesis heurísticas de su investigación historiográfica, que luego han sido consideradas por el marxismo heterodoxias o revisiones. Su obra historiográfica es riquísima, plena de conciencia teórico política sobre las repercusiones que los hallazgos intelectuales que hacía tienen para el mundo de la práctica política. Su escritura, al igual que la de los otros grandes, reluctante a toda la pesadez propia de las obras elaboradas según el estilo académico, resulta apasionante, como lo sería una buena novela de aventuras. Pero el trabajo historiográfico realizado se basa en una investigación empírica exhaustiva, y en un conocimiento pormenorizado y minucioso de los acontecimientos que investiga y de los individuos de los que trata. Su obra, llena de pasión y amenidad, posee un rigor intelectual sin concesiones.

Como no podía ser menos, durante los casi sesenta años de trabajo y estudio, Hill hizo evolucionar sus concepciones a partir de los problemas con que se encontraba. Así, el esquema inicial de la revolución inglesa resumido del modo siguiente: “... es cierto que la revolución inglesa de 1640, al igual que la Revolución francesa de 1789, fue una lucha por el poder político, económico y religioso que, dirigida por la burguesía, enriqueció y fortaleció a ésta con el desarrollo del capitalismo. Pero no es cierto que, frente a dicha burguesía, el gobierno real defendiera los intereses del pueblo llano. Por el contrario, los partidos populares demostraron ser los oponentes más combativos a la causa real, mucho más poderosos, despiadados y decididos que la misma burguesía” ( Hill, 1977). Estas ideas constituían un gran paso adelante en relación a la historiografía dominante de su época, pero no podían quedar ahí. Haciendo historia “a ras de suelo”, Hill enriqueció el esquema hasta convertirlo en una explicación convincente y no reduccionista de este periodo histórico: “... existieron dos revoluciones en la Inglaterra de mediados del siglo XVII. Una, que tuvo éxito, estableció los sagrados derechos de la propiedad ( abolición de las tenencias feudales, supresión de la tributación arbitraria) dio poder político a los propietarios ( soberanía del Parlamento y derecho consuetudinario, abolición de los tribunales privilegiados) y eliminó todos los impedimentos para el triunfo de la ideología del propietario, la ética protestante. Hubo sin embargo, otra revolución que nunca estalló, a pesar de que de vez en cuando amenazara con producirse. Esta revolución pudo haber establecido la propiedad comunal y una democracia mucho mayor en las instituciones políticas y legales; pudo haber acabado con la iglesia estatal y arrinconado la ética protestante” ( Hill, 1983). El rígido esquema evolutivo de las sociedades practicado con entusiasmo por el marxismo vulgar salta por los aires: ”En realidad, todo parecía posible...” ( Hill, 1988).

De nuevo Hobsbawn ha subrayado esta impronta de la obra de Hill : “no se reconoce de forma general que en el análisis de la revolución inglesa del siglo XVII fueron marxistas como Cristopher Hill quienes se opusieron de forma constante a los determinismos económicos puros en lo referente a la importancia del puritanismo como creencia de la gente y no como si fuese una especie de espuma encima de las estructuras de clase o los movimientos económicos” (Hobsbawn,1998).

Los autores de estas líneas, queremos tratar de presentar resumidamente en las siguientes páginas de esta nota necrológica algunas de las poderosas ideas desarrolladas en la obra historiográfica que nos ha legado Cristopher Hill: para ello nos vamos a ceñir a dos de los asuntos primordiales que él trabajó, a sabiendas del reduccionismo que cometemos y de la riqueza de la obra que dejamos de lado y de que nuestra elección puede ser considerada arbitraria. Pero creemos que la mejor manera de rendir un homenaje a una obra intelectual es entrar a explicar, en la medida de lo posible, sus contenidos. Los dos asuntos que hemos elegido son: la concepción de las clases sociales y los orígenes y el desarrollo del capitalismo.

Las clases sociales.

Para Hill las clases sociales no son (como defendería una determinada escolástica), entidades históricas determinables objetivamente, que se definirían por la ordenación de la economía y por el lugar que cada agente individual ocupe en las relaciones sociales de producción, con independencia de lo que sus miembros hipotéticos crean ser, y de las autodefiniciones que ellos den de sí mismos.

Para Hill las clases sociales son una realidad histórica, y cuando han existido, ha sido como resultado de la experiencia de las personas y de la práctica social cultural existente en cada época histórica en que estas hayan aparecido.

Comenzaremos por aclarar, en primer lugar el concepto “experiencia”. Las clases sociales existen cuando se percibe la lucha real, el conflicto y la confrontación entre ellas. Cuando no hay lucha y conflicto es que falta el agente denominado clase social. También puede faltar este aunque haya lucha de clases. Es la lucha de clases la que genera la existencia de la clase social. Pero desde los estadios primeros, en los que se produce la confrontación y el conflicto organizado, hasta aquellos otros, en que la experiencia de la lucha de clases es tan amplia y profunda que la escisión de la sociedad en clases se abre paso en el pensamiento común de los participantes, hay mucho trecho.

La experiencia de la lucha de clases, de las necesidades e imperativos que impone la lucha, de los fracasos y los éxitos, es el propulsor de la deliberación pública abierta de forma horizontal y directa entre los individuos participantes en las luchas, que tiene como objeto la mejora de las condiciones y prácticas de lucha, el refuerzo de la capacidad organizativa, y la incorporación de nuevos individuos a la lucha y a las organizaciones de clase, y por tanto a la clase social.

Pero, ¿de dónde surge la conciencia de conflicto, la protesta que impele a las gentes a organizarse para luchar, aún en el momento en que todavía no se ha abierto paso plenamente en la conciencia la existencia de las clases sociales? Esta conciencia surge de la experiencia cotidiana de los explotados de estar sometidos a situaciones de opresión, de explotación, de sometimiento y desigualdad. La conciencia de ser un explotado y de la injusticia inaceptable que esto constituye, surge de la percepción experiencial y capilar de cada individuo. Pero ésta, per se, no caracteriza a la clase. En la medida en que la conciencia de ser explotado le impela a salir del aislamiento y a organizarse para luchar, comienza a nacer en la historia y a desarrollarse la clase social real.

Entra aquí el segundo término antes introducido como parte de la definición del concepto de clase social: la “cultura”. Porque la experiencia de los individuos no es algo determinable a priori para todos los individuos. Para decirlo con lenguaje de la filosofía, no existe en la mente humana un conjunto de “trascendentales kantianos” o supuestos previos, existentes por naturaleza, que nos permitan “reflejar” y evaluar de modo universal, midiéndolos con las mismas pautas, los acontecimientos que vivimos – la teoría del “reflejo”-. La experiencia de los acontecimientos que vivimos cotidianamente es “recogida” e interpretada a partir de los valores, expectativas de vida, formas de vida, esquemas mentales, ideas generales sobre la vida, etc. que hemos dado como válidas, cuyo conjunto constituye la cultura en la que hemos sido socializados. La “cabeza” que “percibe y registra” la experiencia, a su vez ha de ser construida para ser capaz de identificar, registrar, para ser capaz de percibir las diversas peripecias vitales que ocurren a cada individuo a lo largo de su historia. A la luz de esos valores, normas de vida y expectativas, determinados acontecimientos acarrearán decepciones, producirán dolor, tristeza, impotencia o rebeldía, y otros acontecimientos, no resultarán relevantes, no constituirán elementos discretos dotados de sentido, no poseerán pertinencia significativa: no serán experiencia.

En este sentido cabe decir, que la experiencia se construye; es construida por la mente del individuo a partir de los valores y demás pautas que constituyen la cultura que aquel posee, y de la evaluación de los acontecimientos vitales que se desarrollan en su práctica vital examinada a la luz de estas expectativas. Por lo tanto, las creencias religiosas, las ideas convencionales sobre lo que debe ser y lo que no debe ser la vida, sobre lo que es una forma de vida digna y lo que no lo es, etc., a la vez que las ideas políticas y las necesidades sentidas –resultado de la cultura también- constituyen el entramado cultural que otorga pertinencia a un acto de vida y convierten en experiencia su vivenciación, o lo desestiman como algo anodino e ininteresante.

Esas misma culturas proporcionan ya instrumentos previos para afrontar el conflicto, y a ellas recurren los individuos cuando se revelan y organizan para el conflicto. Las clases no sólo son históricas –pueden existir o no existir- sino que también son diferentes entre sí, a partir de la tradición cultural de la sociedad en la que se encuentran.

La noción desarrollada por Cristopher Hill sobre la experiencia culturalmente mediada le permite salir al paso de otro lugar común de las teorías de la izquierda, verdadero expediente justificativo de sus fracasos cuando las masas no actúan cómo deberían actuar según prevé la “teoría revolucionaria” Es la idea de que en cada periodo histórico las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante.

Porque, como hemos visto, es la elaboración mental de cada individuo a partir de su cultura sobre su propia actividad vital y los resultados y consecuencias de la propia vida, lo que genera la experiencia base de todo individuo. Los valores culturales, las expectativas vitales, etc., son los elementos normativos que permiten al individuo elaborar la hermenéutica que interpreta los acontecimientos y actos de vida. Pero, también ocurre lo contrario: las expectativas vitales, la verosimilitud de estas, la validez y verdad de los valores, las pautas culturales en general, etc., son evaluados y reconstruidos a la luz de la propia experiencia práctica vital y esto también es un componente inherente de la experiencia construida. Las nuevas ideas y pautas de acción, las nuevas prácticas culturales inventadas y desarrolladas por las mentes de los individuos tienen como contexto genético la sociedad, las ideas y –para resumir- la vida que ha producido los hechos que le han resultado significativos a su experiencia. Pero esos hechos son mera “condición de posibilidad” de las nuevas elaboraciones de los individuos. Sus nuevas ideas, sus nuevos usos y comportamientos, etc. no están determinados causalmente por ningún tipo de ordenación económica existente –p.e.: el “modo de producción”-. Estas nuevas pautas culturales son resultado de la libre creatividad intelectual de las mentes de los individuos. La creatividad intelectual de los individuos anónimos, la fertilidad creativa del imaginario de los mismos, la libertad antropológica de la mente, son supuestos básicos de la obra de Christopher Hill –y de su mentor intelectual, Carlos Marx, teórico solitario de las revoluciones anónimas, en las que las masas organizadas, solas, sin educador que trate de educarlas, desarrollan su propia experiencia y su propia praxis de liberación-.

Habitualmente, personas que ocupan posiciones diferentes en las relaciones sociales de producción poseen culturas distintas. Pero, incluso cuando personas de diversas clases sociales llegan a estar en relación con el mismo discurso, la interpretación del mismo desde su propia experiencia construida hace que el mismo adquiera sentidos distintos. Precisamente el análisis de un mito inglés de la época, compartido por las diversas clases sociales, el mito del “Yugo Normando” permitió a Hill probar con contundencia la distinta forma en que se interpretaban las mismas ideas, y los distintos sentidos que adquirían las mismas palabras al ser recibidas por gentes de diferentes clases. Para poner un ejemplo podríamos suponer la existencia de una sociedad en la cual la clase dominante, mediante el uso de los medios de comunicación hubiese hecho creer a la población explotada que la sociedad en la que vive merece ser vivida y sostenida en su estado porque, en ella al menos una vez al año, cada persona podría alcanzar a ser reina por un día. Una vez generada la expectativa que produce la unanimidad, la gente, tras esperar, se llegaría a dar cuenta de que, la mayoría, ni tan sólo en año sabático vería cumplimentadas sus expectativas, mientras que en sectores minoritarios, los individuos cada día alcanzaban a serlo. La experiencia a partir de las propias expectativas funciona de forma demoledora para los discursos legitimadores, aunque, en principio, sean compartidos.

El desarrollo del capitalismo

El desarrollo económico no es, para Hill, la causa de la existencia de unas clases o de la mutación de otras. Ni es la causa u origen del capitalismo. De hecho, y como prueba empíricamente, los cambios económicos, el desarrollo productivo, técnico o comercial, se producen o se estancan en el marco de sociedades ya constituidas y en conflicto, las cuales se hallan organizadas o sometidas a unas determinadas relaciones de poder, o relaciones sociales, que organizan, entre otras cosas la producción. Estas relaciones sociales –social-culturales- son el marco, la urdimbre o el tejido social en el que eventualmente se produce el desarrollo económico, productivo, comercial. De no modificarse las relaciones de poder mediante el conflicto de clases, los cambios y desarrollos económicos son encajados y funcionalizados por los intereses de los grupos poderosos, en primer lugar, y en general, por los intereses sociales en conflicto. Es la lucha de clases, cuando consigue cambiar las relaciones sociales, la que cambia las relaciones entre las clases –y refuncionaliza también los eventuales cambios económicos, técnicos, etc-.

Pero las modificaciones introducidas por los procesos revolucionarios, o por las luchas de clases no revolucionarias no son de orden económico. Porque los cambios por los que luchan los agentes que con tanto detenimiento estudia Christopher Hill, no eran intentos de simple adaptación al desarrollo de un hipotético modo de producción denominado capitalismo, pues su inexistencia previa hace imposible que nadie se lo propusiera concientemente como meta. Las luchas de las clases subalternas tuvieron como matriz las culturas de los agentes subalternos Los cambios políticos de la revolución de 1660, independientemente de las intenciones de sus agentes, tuvieron repercusiones, no buscadas y no previstas, en la estructura política y económica que tuvieron el efecto de hacer posible una enorme aceleración del desarrollo económico inglés, hacia el capitalismo.

Los cambios necesarios para la aparición del capitalismo fueron no sólo modificaciones relacionadas con el control y el poder sobre los medios de producción, sino también cambios culturales. Para la aparición del capitalismo, no sólo debió existir una enorme cantidad de fuerza de trabajo necesitada de salario, de un lado, y de unos poderosos con el control sobre los medios materiales y de cambio necesarios para la producción, por el otro. Debió surgir una nueva cultura una nueva antropología individual que permitiese que determinados individuos encontrasen en la acumulación de capital con el fin de contratar trabajadores y ampliar permanentemente el capital su razón de ser en la vida. Sin el desarrollo de esta cultura no hubiese sido posible el nacimiento del capitalismo.

Otras muchas investigaciones, relacionadas con las que hemos indicado, fueron desarrolladas por nuestro historiador. Y también en torno a ellas desarrolló teorías muy originales y muy fértiles. Sobre el papel del protestantismo, en confrontación con Weber, entre otras. Pero la intención de la presente nota necrológica queda ya satisfecha con el resumen que hemos hecho.